A la hora de alimentarnos, privarnos del placer nos puede causar un gran estrés y generarnos un mayor deseo de comer aquello que estamos evitando. Ahora bien, el estrés parece ser un factor muy importante en todo lo relacionado con lo que comemos. Al menos así lo demostró un estudio reciente publicado en la revista Neuron, donde un grupo de investigadores suizos usó imágenes de resonancia magnética funcional (FMRI) para ver qué pasaba en los cerebros de personas sometidas a una situación de estrés.
Quienes participaron de esta experiencia, primero debieron poner una mano en agua helada por más de tres minutos y luego enfrentar diversos dilemas en los que entraban en juego el autocontrol y los mecanismos de recompensa relacionados con la comida. Los resultados obtenidos fueron comparados con los de un grupo de personas que no habían sido sometidas a aquella situación “estresante”.
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Por medio de escáneres cerebrales, los investigadores determinaron que, en los participantes bajo estrés, los circuitos asociados a la recompensa se amplifican y los relacionados con el autocontrol se apagan. Esto explicaría los atracones que, muchas veces, experimentan quienes están por dar exámenes o están muy enojados: el estrés puede generar mayor ansiedad por obtener una recompensa inmediata y buscan saciarse por medio de la comida.
La comida no solo cumple la función primordial de nutrirnos y otorgarnos placer, sino que además comer disminuye el estrés
Cada vez que nuestro cerebro, al filtrar la realidad, percibe algo y lo interpreta como una amenaza, sea esta real o no, pone en marcha una reacción específica y se prepara para huir, pelear o… ¡Comer! Tradicionalmente, esta tercera opción no era incluida en ninguna descripción científica. Sin embargo, en el consultorio siempre ha sido frecuente escuchar a los pacientes decir que comen porque están ansiosos.
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Hasta hace relativamente poco tiempo, los profesionales no jerarquizábamos la asociación entre estrés y comida. La tomábamos como un hecho –natural, cotidiana y hasta innata– y no la abordábamos. Hoy sabemos que la comida no solo cumple la función primordial de nutrirnos y otorgarnos placer, sino que además comer disminuye el estrés. Se ha observado que, frente al estrés, la gente recurre a lo que hoy se denomina comfort food. Se trata de alimentos reconfortantes, tentadores, generalmente mezclas de grasa con harinas, utilizados para afrontar el nivel de tensión que padecemos.
La comida se transforma en un estilo de afrontamiento, en una manera de responder a situaciones de la vida que se perciben como riesgosas. Así es como se transforma en hábito y se fija como patrón para toda la vida. No se desea comida: se desea menos estrés y mayor tranquilidad, lo que se obtiene con la comida.
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Se ha observado que, frente al estrés, la gente recurre a lo que hoy se denomina comfort food: alimentos reconfortantes, tentadores, generalmente mezclas de grasa con harinas, utilizados para afrontar el nivel de tensión que padecemos
Pero en la era de las dietas de hambre, las cosas no son tan simples. Cuando nos sometemos a alguna de ellas, el organismo percibe la baja ingesta de alimento como una amenaza a la supervivencia y dispara la reacción del estrés. Nos volvemos más irritables e intolerantes.
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En esos casos, nuestro organismo nos está avisando que debemos estar atentos, activados o lo suficientemente estresados como para salir a obtener comida. El problema es que se establece una suerte de círculo vicioso: el estrés produce obesidad porque intentamos controlarlo por medio de la comida. Los humanos deseamos ser delgados, pero las dietas muy bajas en calorías producen estrés, y esto nos hace buscar alimento con el objetivo de reducirlo.
No se desea comida: se desea menos estrés y mayor tranquilidad, lo que se obtiene con la comida
Para poder cortar con esto, mi consejo es armar lo que llamo un “ambiente seguro”: tener lo que se va a comer hoy, cocinar la cantidad de comida que se va a comer en el día, comprar en el supermercado solo lo que se necesita (tener de más puede llevar a comer de más). Y, sobre todo, saber que tenemos derecho a comer rico: no hay alimentos malos, sino porciones excesivas.
Cuando estás tentado o te das cuenta que estás por comer por ansiedad y no por hambre, ten a mano alguna herramienta que te permita desviar tu atención de la comida: llamar a un amigo, salir a dar un paseo, ordenar el placard, resolver palabras cruzadas, sopas de letras, tejer, escribir, hacerte buches con enjuague bucal. Vas a ver como, al rato, la tensión y el interés por la comida se habrá dispersado.
- Fuente: Dra. Mónica Katz. Médica especialista en nutrición. Directora del Centro Dra. Katz, de la Carrera de Especialista en Obesidad y del Posgrado en Nutrición de la Universidad Favaloro.
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