“Nunca pensé que esto me pasaría a mí. Al principio todo era perfecto, pero a medida que avanzó la relación con Bruno me di cuenta de que le necesitaba cada vez más. Necesitaba estar con él y que me demostrase su amor constantemente.
Había días en los que le notaba más serio, tardaba más de lo normal en responderme a los mensajes o en devolverme las llamadas y eso me desesperaba. Sin embargo, no podía reprocharle nada porque el miedo a que se enfadase o rompiese conmigo estaba presente día tras día.
Tenía la firme convicción de que, si no discutíamos, si le ponía las cosas fáciles y hacía todo lo que él me decía, no me dejaría nunca. Cuando la relación iba bien yo me sentía pletórica. Pero cuando la relación iba mal me veía sumergida en una tristeza profunda.
Bruno pronto se dio cuenta del poder que tenía sobre mí y comenzó a maltratarme psicológicamente. Pensaba que el amor era eso, sacrificio, y que algún día las cosas mejorarían si luchaba y le demostraba mí amor.
No era capaz de romper la relación porque la tristeza que sentía era mucho mayor que la que sentía permaneciendo a su lado”.
Dependencia emocional y relaciones violentas
La dependencia emocional se define como una necesidad extrema de muestras de amor, atención y contacto continuo por parte de la pareja, que nunca son suficientes para calmar la ansiedad o aliviar el malestar.
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Las personas con dependencia emocional establecen relaciones de pareja desde la adolescencia e intentan estar siempre con alguien, encadenando una relación con otra en caso de que se produzca la ruptura. Manifiestan un intenso terror y preocupaciones constantes en torno a un posible abandono.
La pareja suele estar idealizada y la sitúan en el centro de su existencia, alrededor de la cual gira todo y es la que le da sentido a su vida.
Son incapaces de imaginar su propia existencia sin su pareja y no se sienten completas sin ella. Así, se va produciendo gradualmente un aislamiento social y van dejando de lado otras amistades, deseos y necesidades para centrarse completamente en satisfacer los de su pareja. Pronto se ven inmersas en relaciones de pareja asfixiantes, tormentosas y destructivas.
Además, para evitar cualquier mínimo distanciamiento ponen en marcha un gran abanico de estrategias retentivas: evitan las discusiones, se van transformando en lo que creen que la pareja espera de ellas y asumen un rol subordinado y de sumisión en la relación. Eso les produce seguridad al sentir que pueden controlar la continuidad de la relación. Pero es un espejismo.
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La asimetría en la relación se intensifica con el tiempo: el agresor aprovecha la sumisión y aumenta la dominación, provocando una mayor sumisión en la víctima y, por ende, más dominación. Ni que decir tiene que la culpa de la situación no es de las víctimas.
¿Es habitual tener dependencia emocional?
En este escenario, un estudio realizado con personas de entre 16 y 40 años detectó que en torno al 31,4 % reportaban dependencia emocional. Otro estudio halló una prevalencia del 23,3 % en jóvenes, de los cuales el 10,2 % manifestaban una dependencia emocional intensa.
Asimismo, un trabajo más reciente en España se refirió a esta dependencia como “la nueva esclavitud del siglo XXI”, ya que el 49,3 % de la población se declara dependiente emocional. De ellos, el 8,6 % sufre una dependencia emocional severa.
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En general, los estudios tienden a constatar que las mujeres manifiestan una mayor dependencia emocional y sufren mayor violencia por parte de la pareja. La violencia psicológica es la forma de violencia más común, seguida de la violencia física y sexual.
Las carencias afectivas de la infancia incrementan la dependencia emocional
Es importante comprender la dependencia emocional, dado que dificulta el alejamiento de relaciones violentas al obstaculizar la ruptura de la relación.
En esta línea, se ha encontrado una mayor dependencia emocional en las mujeres que sufren violencia de pareja. De hecho, no es extraño que digan seguir enamoradas de la pareja agresora a pesar de la gravedad de la violencia recibida.
Las experiencias vividas con los padres o los cuidadores primarios durante la infancia se interiorizan y determinarán la manera de comportarnos en las relaciones de pareja en la edad adulta. De hecho, varios estudios sitúan el origen de la dependencia emocional en las carencias afectivas en la infancia.
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Son esas carencias las que impulsan a cubrir a través de la pareja necesidades emocionales insatisfechas como la falta de apoyo, la falta de autoaceptación y la baja autoestima. “Si está conmigo, eso quiere decir que valgo”, suelen pensar estas personas.
Idealización del amor a través de la cultura
Otras veces su desarrollo está relacionado con el gran peso que tiene inconscientemente la transmisión cultural de la manera de entender el amor y la relación.
Desde pequeñas, las mujeres idealizamos el amor y la propia experiencia amorosa. Estos ideales generan frustración, ya que ningún ser humano puede competir con la perfección. ¿Pero cuántas veces hemos escuchado frases como “el amor es para siempre si es amor de verdad”, “el amor implica lucha y sacrificio” o “mi amor le cambiará”?
Todos estos mensajes sitúan el marco desde el cual entendemos cómo debería ser una relación. ¿Qué pasa entonces si se acaba? La mujer que lo experimenta entenderá que no ha luchado lo suficiente, que se ha rendido, que ha fracasado, que tendrá que abandonar su sueño y que todo su esfuerzo no habrá servido para nada. Sucede porque la dependencia emocional es hacia la pareja, pero también hacia nuestras propias expectativas o convicciones sobre el amor y las relaciones.
Un círculo vicioso
Entendemos la dependencia emocional como una adicción hacia una persona. Por eso tras la ruptura aparece el síndrome de abstinencia. A pesar de que la relación sea insatisfactoria o implique violencia, la ruptura no trae consigo el alivio ni el bienestar esperado. Paradójicamente, se experimenta incluso un mayor sufrimiento que el que se sentía permaneciendo en la relación.
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Por eso las personas dependientes intentan reanudar la relación una y otra vez. A veces pueden necesitar frenéticamente que la pareja les proporcione una palabra de seguridad que les transmita que todo está bien. Se podría decir que el consuelo lo proporciona el propio torturador. Incluso se ha comprobado que, en caso de que se produzca la ruptura definitiva, este problema les encamina hacia nuevas relaciones siguiendo los mismos patrones de violencia.
Al reanudar la relación, sienten emociones positivas muy intensas, como una gran conexión emocional con la pareja, alivio y felicidad desbordante, pero esto dura muy poco tiempo. Así, se ven inmersas en un círculo vicioso del que les resulta muy complicado salir y quedan atrapadas en una sensación de pérdida de libertad e incluso de identidad.
- Fuente: Janire Momeñe López, Doctora en Psicología, Universidad de Deusto. Ana Isabel Estévez Gutiérrez, Profesora titular e Investigadora en el Departamento de Psicología, Universidad de Deusto. Mark Griffiths, Director of the International Gaming Research Unit and Professor of Behavioural Addiction, Nottingham Trent University. Artículo publicado en The Conversation.
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