De la alegría eufórica a la alegría plena

El mindfulness contribuye a alcanzar la última, más serena y profunda alegría; según la visión de un experto como Martín Reynoso.

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Un joven siente el éxtasis de haber participado en una increíble fiesta electrónica. Sus fibras internas estuvieron vibrando con una intensidad inusual y el fenómeno de masas generado por el DJ estrella lo “flasheó”, tal cual describe. Realmente fue una experiencia de máximo placer. Muy lejos de allí una joven estudiante secundaria observa, desde lo alto del cerro Champaquí, el inmenso paisaje que aparece inconmensurable a sus pies, huele con profundidad la montaña y, al observar a sus compañeros descansando sobre las mochilas antes de comenzar a hacer campamento, saborea una profunda satisfacción de hacer cumbre por primera vez.

Nadie dudaría que son experiencias muy distintas. Ambas propias de la adolescencia también, pero en realidad asequibles en cualquier momento de nuestras vidas. Ambas involucran distintas redes del cerebro y predisponen la activación de set emocionales muy distintos. Hablaremos de estos dos tipos de alegría.

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Eudaísmo y hedonismo

En el proceso de entrenamiento meditativo, quienes trabajan con conciencia y perseverancia a través del tiempo suelen comenzar a tallar un cambio en la manera en que perciben las situaciones cotidianas, corriéndose lentamente más hacia la alegría plena, un tipo de conexión profunda, libre de apegos y expectativas. Quizás podríamos llamarla una “alegría espiritual”, que trasciende la mera cotidianeidad de la experiencia. La experiencia de la montañista se acerca más a ello.

La alegría experimentada por el joven en la fiesta electrónica puede ser descripta, por el contrario, como una satisfacción basada en estímulos agradables/placenteros que la persona experimenta y activa circuitos de recompensa en el cerebro donde la adrenalina tiene mucho que ver.

Ambas formas de alegría han sido diferenciadas por la propia filosofía: la alegría eufórica tiene que ver con el hedonismo, una doctrina moral que establece la satisfacción como fin superior y fundamento de la vida. Su principal objetivo consiste en la búsqueda del placer que pueda asociarse con el bien.

Hoy llamamos “hedonista” de manera más general a quien se procura constantemente placer a través de actividades que exacerben el uso de los sentidos (el alimento, el sexo, etc).

Por otro lado, la Alegría Plena se basa más en el eudaísmo, propiciado por Aristóteles y basado en la tradición griega antigua, concepto que define el mayor bienestar humano, el cual es el objetivo de la filosofía práctica, incluyendo la ética y la filosofía política.

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Eudaísmo (o eudaimonia) nos habla de la importancia de armonizar la vida con el significado más profundo, o aquello que los griegos creían venía del alma o del espíritu y que nos vinculaba con el cosmos. El daimon es, según se creía en la antigua Grecia, el genio o acompañante del alma, y a veces usado como sinónimo mismo del alma o psique.

De alguna forma, la alegría plena es más serena, profunda y conecta no tanto con estímulos externos sino con valores espirituales que nos sustentan.

El cultivo de la felicidad a través de la alegría plena

En realidad podemos experimentar ambas formas de alegría en nuestras vidas, como mencionábamos anteriormente, pero la búsqueda de una u otra de ellas da cuenta de los patrones mentales que vamos estableciendo.

La alegría placentera o hedonista va configurando una mente más inquieta, expectante, que depende en gran medida de las situaciones estimulantes que se propicia a si misma (por lo que la intensidad de la emoción es fundamental), mientras que la alegría plena desarrolla una mayor activación de la corteza prefrontal, de la ínsula (que media los procesos empáticos y compasivos) y el precúneo.

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En la práctica de mindfulness cultivamos especialmente la alegría plena, la que surge de una actitud contemplativa y que de alguna forma va poniendo en un lugar más limitado a nuestro ego, dando más espacio a una experiencia holística de integración.

Observar a nuestras plantas crecer, a los niños jugar, mantener un diálogo profundo con un amigo, sentir la frescura de un arroyo al introducirnos en su cauce, todas estas son ejemplo de alegría plena. En esta vivencia acuñamos un sentido de existencia compartida, de “inter-ser” según Thich Naht Hanh. Somos mientras los demás son (nuestro ecosistema), sino, no existiríamos.

La cima de la alegría: Mudita o alegría inconmensurable

Durante muchos años quise entender lo que sentí en mi adolescencia una tarde en mi barrio, allá en la querida Ciudad de Córdoba. Fue un día en el que, sentados en la vereda de mi casa con la barra de amigos, descansábamos después de un picado en el potrero. En ese momento y mientras corría una gaseosa de mano en mano, observé con atención a la casa vecina: allí estaba un albañil y su joven hijo brindando con la dueña de casa, que les había traído una copa con sidra, festejando la finalización de la obra que aquellos habían llevado adelante durante un mes.

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La suave sensación de relajación luego del partido, la comunión con mis amigos y la amabilidad de mi vecina que respetuosamente honraba el trabajo de esas personas, me produjo un profundo bienestar, un delicioso cosquilleo en el cuerpo y el pensamiento de que el mundo “estaba en equilibrio”. Con el tiempo comprendí que lo que sentí fue mudita, o alegría inconmensurable.

En El sendero de la purificación escrito en el siglo quinto de nuestra era por el gran comentarista Buddhaghosa se menciona Mudita como una de las cuatro virtudes fundamentales en el sendero budista, y también se describe las prácticas meditativas mediante las cuales podemos llevarlas a cabo.

Esta cualidad altruista de nuestra existencia consiste en sentir una serena y deliciosa satisfacción por el estado/logro de los demás, por eso es llamada también “alegría empática”.

A diferencia de las otras alegrías, en esta nosotros somos observadores contemplativos, con mayor o menor participación en lo que observamos, pero con una actitud de comprensión clara de la condición humana, de la impermanencia de todo y de la interdependencia de los fenómenos de la vida.

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Es como meter la cabeza en la “matriz de la vida”. ¡Eso fue lo que sentí aquel día de mi adolescencia!

Mudita es base de la felicidad, indudablemente. Cultivar este estado de presencia y profundidad sensitiva es tarea impostergable para los que practicamos meditación, especialmente en los tiempos que corren, cuando los egos anhelan placer autorreferencial a través de las redes y de los contactos personales, desvinculándose del bienestar de los demás.

*Martín Reynoso es psicólogo, coordinador de Mindfulness en INECO y autor de "Mindfulness, la meditación científica".

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