Hasta hace algún tiempo, Kristen O’Meara, quien vive en las cercanías de Chicago, Illinois, era una de las miles de personas que se oponía al uso de las vacunas, un movimiento peligroso que está abriendo la puerta al resurgimiento de enfermedades que estaban erradicadas. Según ella misma contó en una columna en el New York Post, tras investigar el tema llegó a la conclusión de que las vacunas estaban relacionadas con el autismo, alergias y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad y logró dar con un pediatra que le permitió omitir las vacunas con sus niñas.
“Mis tres hijas se enfermaron con rotavirus, una forma de diarrea potencialmente peligrosa que pudo haber sido prevenida fácilmente si las hubiese vacunado”, escribió. “Fui absorbida en la cultura antivacuna y secretamente me veía a mí misma como un ser superior ante los demás. Los padres que vacunaban a sus hijos no tenían mis habilidades especiales para investigar. En lo que a mí respecta, ellos no se lo cuestionaron y sólo eran ovejas siguiendo al rebaño”, agregó.
“Hablando de rebaño, sabía que la gran reducción en las enfermedades tenían mucho que ver con las vacunas clínicas. Sólo pensé: dejemos que alguien más tome el riesgo de la vacuna.... Era un pensamiento bastante egoísta porque tenía lo mejor de ambos mundos. Sabía que mis hijas tenían un bajo riesgo de contraer una enfermedad prevenible por vacunación, precisamente porque las vacunas son efectivas. Tenía fe en la inmunidad de grupo mientras cuestionaba su propia existencia. De todos modos, aunque no lo confesara -y especialmente a mi mejor amiga, con quien compartía mi postura de anti-vacunas- tenía sentimientos encontrados”, confió en su columna.
En marzo de 2015 las niñas contrajeron el rotavirus. “Jamás olvidaré la mirada de miedo en los rostros de mis hijas mientras sufrían intensos cuadros de dolor y diarrea que se extendieron por tres semanas”, indicó Kristen, quién a puro dolor se dio cuenta de que, incluso viviendo en una población con altos índices de vacunas, sus hijas eran vulnerables. “Afortunadamente, lo superaron con una combinación de descanso y rehidratación, pero tuve mucho miedo”, añadió.
Luego de que las niñas se enfermaran con el peligroso virus y se les rechazara la solicitud de ingreso a un colegio debido a que no estaban vacunadas, Kristen comenzó a cuestionarse si valía la pena seguir con su postura. Empezó a averiguar y sintió mucha frustración por la cantidad de desinformación que encontró al respecto. “Me siento agradecida porque fui capaz de volver a evaluar mi posición y proteger mejor a mis niñas. Si puedo lograr que un antivacunas lo piense dos veces, habrá valido la pena".
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