En una cultura que aplaude lo perfecto, una invitación a reconciliarse con las heridas y fisuras suena desafiante. ¿Cuál es tu apuesta con el libro?
La idea de perfección es una falacia en cualquier ámbito que pretenda ser aplicado. En cuanto a lo que a mi profesión compete, imprime una exigencia al sujeto que padece, que no hace más que chocarlo de frente con una realidad que le recuerda una y otra vez la ambivalencia de la vida. Desconocerlo es invitarlo a frustraciones reiteradas donde el ideal es por definición inalcanzable, ya que va en contra de la subjetividad humana, que está llena de contrariedades, de ambivalencias, de conflictos.
El libro denuncia las emociones que todos atravesamos en distintos momentos históricos de la vida y, sin pretender dar ninguna fórmula mágica, pretende mostrar una posibilidad de resignificación de esos dolores. De esas heridas. No desconocerlas, sino aceptarlas y ver cómo y con qué recursos se puede transitar con eso.
¿Qué quiere decir "rota" y por qué haces foco en las mujeres? ¿Cómo viven los hombres sus quiebres, sus dolores? ¿Por qué no incluirlos?
El término rota es un término que uno utiliza para representar ese dolor que nos vence. Uno se rompe cuando siente que no puede más. Que está desintegrado. Que tocó un límite. El límite de su capacidad para seguir adelante.
De ninguna manera es cuestión de géneros. Suelo escribir en primera persona y, en ese sentido, mi voz es la femenina y esto hace que las mujeres se apropien más del discurso. Pero, claramente, todos nos rompemos en algún momento. Todos dolemos por algo. Todos sentimos las mismas emociones. No importa el nombre de quien las padece.
Los mecanismos de defensa y la modalidad de atravesar estas fisuras suelen ser diferentes según los géneros en cuestión. Pero eso no los exime de padecerlos.
El hombre es más evitativo, suele reemplazar con otra actividad o con cualquier situación que lo distraiga y lo conecte con el otro plano de la realidad. Es de exponerse menos. Y no se permite darse demasiado tiempo a ese dolor. Suele desprenderse más rápido. Al menos en apariencia. Las mujeres, en cambio, son de aferrarse más a los sucesos. Necesitan hablar. Transitarlo. Elaborarlo. Entenderlo. Retienen más el dolor.
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Frente a los dolores grandes de la vida suele haber una gran diversidad de reacciones. Hay gente que evade, otros que hacen identidad en la herida y otros que conviven con ella. ¿Dónde ubicarías tu propuesta?
Yo entiendo que la única forma de seguir transitando en la vida es atravesar cualquier proceso de duelo que la vida nos imponga. La resistencia al dolor es la mejor forma de perpetuarlo. Aferrarse nos impide evolucionar y seguir nuestro camino. Atravesar las heridas, respetando tiempos y modalidades diferentes, es aceptar la otra cara de la moneda y uno puede dejar de batallar con eso que nos lastimó para empezar a sanar.
¿Seguir igual tiene que ver con la resiliencia? ¿Son recursos que se desarrollan? ¿Cómo educamos a nuestros hijos en esa dirección?
Seguir igual, tiene que ver con una de las opciones. O nos frenamos y dejamos la vida en pausa o bien transitamos con lo que las situaciones nos invitan a resolver o simplemente a aceptar.
La resiliencia suele despertar en esos momentos de mayor adversidad, donde uno empieza a ejecutar recursos que antes no sabía siquiera que los tenía. Educar en esa dirección tiene que ver, justamente, con no pretender evitar las penas, con dejar que el sujeto conozca sus propios recursos y pueda ponerlos en práctica y crecer de manera más segura, con un sentido de su subjetividad más integrada.
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Hay dolores que no dejan de doler nunca, pero algo cambia, o debe cambiar: la intensidad, la frecuencia con que lamemos la herida, etc. ¿Se trata de soltar? ¿Qué podemos hacer para sufrir menos? ¿Cuál es el camino hacia el bienestar, hacia la paz?
La aceptación de que el dolor, duele. Y que cada tanto golpeará nuestra puerta, nos conectará más de una vez con emociones que son angustiantes, pero que, también, terminado el proceso, se retiran y uno vuelve a respirar distinto.
Yo creo que dejar de batallar contra lo inevitable, recibirlo, transitarlo, soltar los remos y utilizar nuestros registros de sanación para neutralizar esas emociones es entender. Asumir. Y liberarse de exigencias culturales que nada tiene que ver con el plano de lo real. Nada.
¿Cómo integrar lo que duele a una vida feliz?
El concepto de felicidad es muy relativo. Subjetivo. Hay gente que tiene una vida feliz en medio del campo, con sus animales y plantas y otras serán felices, con un bello cuerpo y un buen sueldo a fin de mes. No creo en una vida feliz, escindida de las heridas. La integración es lo esperable. Es el despliegue de la vida en cada acto.
Aceptación no es resignación. Aceptar es incorporarlo como parte y acomodarse en esos ratos de una manera más tranquila. Sin exigencias.
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Para seguir estando rotos primero hay que asumir que lo estamos. Ese registro... ¿Cómo se logra? ¿Cómo significarlo?
Nadie quiere romperse. A nadie le gusta lamerse las heridas. Cuando algo se rompe, algo se pierde. Uno se pierde en esa fisura. Pero también uno se lleva algo nuevo. Uno se encuentra de cara con su realidad y es en ese instante en el que todo se destruyó donde uno cuenta con el principal as de la manga de todos nosotros: elegir.
Es ahí cuando uno se debe replantear la vida otra vez y darse la impunidad de volver a elegir. Cómo, dónde y con quién quiere vivir. Romperse implica la necesidad de volver a armarse. Y cuando uno se arma a sí mismo, da vuelta el bolso y decide qué se queda y qué se va.
Romperse duele. Pero, también, es una nueva oportunidad para reconstruirse a uno mismo. Y justamente por eso hay que seguir. Para emprender el viaje más hermoso, duro, difícil, pero honesto de la vida: el viaje hacia uno mismo
La gente que está agotada es la gente que está rota. Y, entonces, una vez que despertó y se dijo su verdad a la cara, resulta muy difícil que vuelva a dormirse.
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