Las publicidades arrecian como un corolario de la ahora debilitada pandemia de COVID-19. Si bien su empuje ya se observaba desde varios años atrás, ahora pululan. Estamos hablando de la medicación de venta masiva. Digestivos, analgésicos, bálsamos para cualquier malestar en el cuerpo, como si fuera una máquina averiada.
Las publicidades arrecian como un corolario de la ahora debilitada pandemia de COVID-19. Si bien su empuje ya se observaba desde varios años atrás, ahora pululan. Estamos hablando de la medicación de venta masiva. Digestivos, analgésicos, bálsamos para cualquier malestar en el cuerpo, como si fuera una máquina averiada.
Más sensibles y vulnerables que antes
Ya desde hace bastante tiempo abundan estas publicidades. Recrudecen en sus mensajes y se vuelven más creativas progresivamente. El tema es que ahora hay un factor que nos sensibiliza más. Lo introduzco con un ejemplo propio.
Resulta que luego de una faringitis (o quizás covid no detectado por el test) quedé con síntomas residuales en la garganta y algo debilitado físicamente. Consulté a mi médica clínica al respecto y me dijo: paciencia que el tiempo te ayudará.
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Pero seguía sintiéndome mal. Cada tanto parecía sentirme peor y mi cuerpo amenazaba con producir estados febriles. Siendo ésta la situación, consulté un otorrinolaringólogo para intentar saber qué era lo que estaba verdaderamente ocurriendo con mi salud.
Cuál fuera mi sorpresa cuando, luego de revisarme cuidadosamente, sentenció: "debe ser emocional lo tuyo". No puedo explicarles lo fuerte que resultó para mí escuchar esto. Yo, psicólogo, meditador… ¿también “somatizador”?
De todas formas, decidí seguir los consejos del especialista: recomenzar vida normal, ejercicio físico progresivamente más intenso, olvidarme un poco de los "síntomas". A los dos días, me sentía perfecto. Había recuperado el bienestar. Mi conclusión: claramente este tiempo de pandemia me volvió más vulnerable, más sensible, y más vigilante a mi propio cuerpo. Perdí algo de confianza en él.
Esto es lo que también he visto en otras personas. A cierta deteriorada confianza en nuestro templo, el precioso cuerpo que habitamos, se suma cierta sensación de "patología en el aire", de exposición descarnada a la enfermedad.
La magia de los medicamentos: uno para cada incomodidad
Dentro de este contexto de vulnerabilidad se fortalece, según la doctora mendocina Diana Millán, pediatra y también meditadora, "un potente modelo lineal causa-efecto que supone la existencia de una magia que soluciona todos los malestares".
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Y ese modelo que comienza refiriéndose a cuestiones primordialmente fisiológicas, rápidamente se mueve hacia cuestiones emocionales. "Me duele el examen de anatomía", "me duelen las vacaciones con mis hijos", reclama una publicidad. E inmediatamente después el mensaje poderoso: "Que el dolor no te pare".
La educadora y experta en neurociencia Rosana Orizi, que trabaja en el club Estudiantes de La Plata, tiene una visión un poco más amplia: "Los medicamentos en determinados momentos son útiles y necesarios, tampoco podemos tener una visión de blanco o negro al respecto, porque también estaríamos cayendo en la misma trampa de dejar de lado las individualidades. Ahora bien, después habría que revisar y poder discernir cuándo y qué es específicamente necesario en cada caso e ir a la causa y no tanto al síntoma".
Y añade: "El gran tema es que estas publicidades se dirigen a nuestro sistema primitivo emocional que rápidamente busca una solución inmediata, un consuelo. Tengo una persona muy cercana que trabaja en una farmacia y me cuenta que algunos clientes vienen directamente a pedir la medicación que propone la publicidad, sin saber ni siquiera de qué se trata".
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La psiquiatra Beatriz Alasino, médica con una visión holística, opina algo similar: "somos también un cuerpo físico, a veces hay que atenderlo con alguna medicina. Pero también somos un cuerpo mental y uno espiritual que tampoco podemos desatender".
Aprender a conectar con nuestras emociones
Mi visión es la de que, además de ser cuidadosos con nuestra salud física y discernir qué es lo que realmente necesitamos, tenemos que dar un segundo paso algo más difícil. O que al menos requiere una mayor sabiduría: aprender a "leer" nuestras emociones, o como me gusta decir a mí, "volvernos sommelier de nuestras emociones".
Esto implica poder reconocerlas con aceptación, nombrarlas si es posible (o etiquetarlas de manera flexible considerando que pueden estar combinadas), comprender cómo se encarnan en nuestro cuerpo (ya que las emociones son principalmente sensaciones físicas) y confiar profundamente en la sabiduría de nuestra mente y cuerpo para regularnos y alinearlos con las leyes naturales de la vida: la impermanencia o el cambio constante, el no control, los opuestos no complementarios y mucho más.
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Para ello, prácticas de cuerpo-mente como la meditación, el yoga, el tai-chi o el chi kung pueden ser de gran ayuda.
Es cierto: es un tiempo muy desafiante y estamos algo heridos en relación a creer en nuestro bienestar. La pandemia ha sido una bomba que detonó en el corazón de nuestra autoconfianza. Pero debemos caminar hacia la reconstrucción de nuestro núcleo seguro, nuestro ser más íntimo que sabe que, tarde o temprano, podemos desplegar nuestra plenitud más íntima.
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