Cuando (comer) poco, es más: sobre nutrición y longevidad

Cada vez más estudios confirman que comer menos prolonga la vida. Una dieta cuidada y planificada por un médico, previene enfermedades y mejora la manera en que envejecemos.

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Días atrás, la señora María Branyas Morera, con más de 115 años, se convirtió en la persona más longeva del mundo. Cuando se le preguntó cuál era su secreto, entre las cuestiones que enumero dijo “comer poco”. Sabemos desde hace tiempo que hay determinados patrones culturales y sociales, como la dieta mediterránea, que son uno de los secretos de la longevidad, pero qué hay del “comer poco”.

La alimentación y su efecto sobre la longevidad es una área de sumo interés, de hecho, en la base de datos PUBMED, que es referencia en la indexación de artículos biomédicos. El número de artículos publicados en los últimos 10 años que reúnen estas dos palabras “nutrición y longevidad” pasó de 103 papers en 2012 a, 409, en 2022.

Lo que está claro, según los estudios de laboratorio, es que comer menos prolonga la vida. Esto no es algo nuevo. El primer estudio en modelos animales se realizó en 1935 y mostró cómo la restricción calórica, que es así como se llama en término técnicos al “comer menos”, prolongó la vida de las ratas de laboratorio.

Lo que debe quedar claro es que la restricción calórica sin control puede llevar a la desnutrición y también actuar como disparador de otros trastornos de la alimentación. Dicho esto, los estudios confirman los beneficios de este hábito bien diseñado y planificado.

En la actualidad tenemos dos ejemplos de restricción calórica en humanos a considerar: por un lado, el estudio CALERI, que aún está en desarrollo y se encuentra liderado por un acuerdo entre la Universidad de Duke y el Instituto Nacional de la Salud en Estados Unidos. Este ensayo clínico ya atravesó diversas etapas con 220 voluntarios que fueron sometidos a restricción calórica por doce meses sin consecuencias adversas para su salud.

Se observaron cambios en los perfiles de laboratorio, el gasto energético, el metabolismo de la glucosa y la hormona tiroidea y, como era de esperar, en el peso corporal. Entre otros efectos positivos, se registró una mejora en la calidad de sueño, la función y el deseo sexual y el estado anímico.

Otro caso de restricción calórica proviene también de los Estados Unidos, precisamente de la Sociedad Internacional de Restricción calórica (CRIS, por sus siglas en inglés). Establecida en 1993, tienen un encuentro periódico anual y 45 de sus miembros se han enrolado en un estudio que los seguirá por 12 años.

Okinawa: el secreto de la longevidad

Sin embargo, el único caso de restricción calórica, voluntaria y cultural es el que se da en la isla japonesa de Okinawa y tiene nombre propio: Hará hachi bu. Su principio filosófico insta a las personas a no comer o llenarse más allá del 80% de su capacidad. Pero no solo es la cantidad, sino alimentarse más lentamente, darle atención al momento de comer y, claro, comer
porciones más pequeñas.

Esto permite, con el tiempo, reconocer la sensación de saciedad, algo que con los ritmos y costumbres de la cultura occidental se suele pasar por alto.

En Okinawa, las personas mayores que conforman esta zona azul del mundo no solo tienen vidas más largas, sino, también, más sanas, como la de la señora María Branyas. Ella no solo es la persona más longeva, sino que goza de una salud envidiable, según cuentan en su residencia de cuidados donde vive hace más de 20 años.

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