Nuestra vida tiene rachas de dolor y dificultad. Inevitablemente, e inclusive a veces luego de un período de bonanza y florecimiento, en cualquier ámbito de nuestras vidas puede presentarse el desafío de vivir lo indeseado, lo inesperado. Sufrimiento. La experiencia de padecimiento mental asociada al no control, a habitar un espacio que no buscamos y, por supuesto, nos desafía.
Esta experiencia es universal. Todos pasamos por ella y seguramente más de una vez. Por eso ha sido llamada “Humanidad Compartida”. Pero el gran tema, origen de esta columna hoy, es qué hacemos frente a eso. Y si bien hemos brindado antes sugerencias y formas de asumir una actitud de ecuanimidad para no potenciar el dolor, no hemos considerado aquellas situaciones especiales en las cuales existe mucha incertidumbre y no sabemos cómo actuar.
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Allí es donde cobra valor “la técnica de dar pasitos cortos”. Parece simple, hasta ingenuo. Pero a algunos de mis pacientes les aporta una inmensa cuota de alivio en la tempestad de sus vidas.
Cómo actuar ante el "secuestro emocional"
Cuando la bruma del dolor comienza a enceguecer nuestra visión, necesitamos volver al presente y recordarnos un par de cosas. Primero, que estamos vivos. Que las cosas pueden estar realmente difíciles, pero quizás podemos mantenernos de pie y seguir respirando. Buena señal.
Es que el pensamiento suele dispararse de tal forma en estos momentos en busca de la solución ideal, de la probable solución, que quedamos enredados en los laberintos de la elucubración y a veces de la rumiación.
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En tal sentido, el principal problema en la recaída depresiva es justamente eso: una situación que exige ciertos desafíos activa en la persona un alerta intenso y el inicio de procesos rumiativos continuos que llevan a un desgaste mental y eventualmente, a otra fase de depresión. Somos secuestrados primero por el miedo y luego por la angustia y la desesperación.
Sentir calma en mi cuerpo es clave
El cerebro enciende áreas primitivas encargadas de protegernos y nos complica. Especialmente la amígdala y sus conexiones se activan, por lo que se hace indispensable apagarlas. De alguna forma necesito retornar al presente de mi experiencia y darme la posibilidad de autorregularme a través de la respiración.
Pasos concientes: la maravilla del presente
Lo que los pacientes suelen manifestar como más difícil en estas situaciones de incertidumbre y dolor amplificados es el no vislumbrar salida alguna. Si pudiéramos -dicen- ver por dónde es el camino y hacer un cálculo de nuestras energías para emprenderlo, sería muy conveniente. Pero esto no es posible en los casos que hablamos.
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Una mujer, hija única que tenía a su madre enferma en estado grave e internada hacía tres meses, me contaba que tenía un sinfín de decisiones que tomar en el corto plazo, desde vender una propiedad y trámites varios hasta definir un viaje en crucero que había comprado el año anterior con su pareja. Pero las cosas se mantenían tal como al principio: su madre no evolucionaba ni empeoraba. Un día se atrevió a decirme, muy avergonzada, que había deseado que todo terminara ya para aquella. «Al menos tendría alguna certeza en mi vida», reflexionó. Cada vez que hablábamos me pedía consejos de cómo actuar.
Mi respuesta era que podíamos cultivar paciencia y tolerancia a la incertidumbre y apenas planificar el día, acaso la semana. No mucho más
La imagen de “pasitos de bebé” que actualmente utilizo mucho con mis pacientes la tomé de una película americana llamada “¿Qué tal Bob?”, donde un psiquiatra sugiere a su paciente fóbico (Bill Murray) avanzar de esa manera para superar sus miedos. A mí me sirve para reforzar la idea de que no hay mucho que decidir y visualizar. Sólo se trata de dar el paso de hoy, el trecho que apenas alcanzo a ver en medio de la neblina.
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El propio Jon Kabat-Zinn, pionero del mindfulness, menciona una analogía similar cuando, con su hijo, practicaban en una oportunidad escalamiento de montaña. Relata que se avecinaba una tormenta fuerte y evidentemente no podrían alcanzar el objetivo que se habían fijado. Se encontraban en medio del ascenso.
Lo único que tenían era una pequeña cueva en la montaña donde refugiarse y rogar que todo volviera a la calma lo antes posible. Y así ocurrió: cuando el temporal y la lluvia amainó, pudieron reemprender la marcha nuevamente. Cuántos temporales nos obligan a detenernos y esperar el momento más oportuno para reiniciar el trayecto.
Confianza y paciencia: dos aliados poderosos
Por supuesto que dar pasitos de bebé y acompañar todo con un sigiloso actuar implica fortalecer dos cualidades en nosotros: la confianza y la paciencia.
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- La confianza es la capacidad de creer en nosotros mismos: el poder refugiarnos en la esencia profunda de nuestro ser y saber que, de alguna forma, podemos encontrar una salida a los desafíos de la vida. Claro que está muy influida por nuestras vivencias tempranas, pero puede ser cultivada, moldeada, toda la vida.
- La paciencia es el otro aliado: implica poder esperar activamente el devenir de los procesos vitales que necesitamos para actuar y también supone mantener viva, mientras esperamos, la llama de la confianza en nosotros. Uno es paciente para encontrar el mejor momento.
En situaciones de agobio e incertidumbre, ambos pueden ser el combustible necesario que nos empuje a una acción asertiva y nos proteja de la ansiedad y el impulso a cada momento hasta que se disipe la niebla que nos envuelve.
Los pasitos de bebé serán lentos, a veces inseguros, con caídas incluidas. Pero nos permitirán avanzar en la incertidumbre de una vida que a veces aprieta.
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