Es un error creer que aquello de nosotros que queremos cambiar desaparecerá de un día para el otro. Es importante saber que los cambios no se dan linealmente, sino progresivamente. La clave es que no nos gane la ansiedad y poder aprender de este proceso que se da de manera lenta pero constante.
Uno de los problemas que manifiestan las personas que aprenden mindfulness, al tiempo que comienzan a realizar cambios significativos en sus vidas, es que arrastran, por momentos, los condicionamientos y dificultades que están fuertemente arraigados en sus vidas.
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Por ejemplo: una persona que inició mindfulness para controlar su impulsividad y poder comer con más conciencia o relacionarse más funcionalmente con otras personas, puede darse un día un atracón o mandar al diablo a un ser querido sin más. En ese momento, puede sentir también que su aprendizaje, que su camino, fue en vano y que está nuevamente en el punto de inicio. Nada más peligroso que pensar eso.
En nuestro aprendizaje, en la búsqueda de un cambio, es erróneo creer que los cambios se dan linealmente, y que aquellas partes nuestras más oscuras (o también llamados puntos ciegos) desaparecerán un día para dar lugar a nuestros aspectos más luminosos que nos llenan de satisfacción.
Estados versus rasgos
Para comprender este fenómeno podemos pensar en términos psicológicos, diferenciando lo que son estados y rasgos. Como el término lo indica, un estado es una condición momentánea y con ciertas características en la mente de una persona. El estado, pues es una característica transitoria, pasajera, que se da en un momento determinado y, por tanto, resulta fugaz, temporal, efímero.
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El rasgo, por el contrario, es la propensión a exhibir un comportamiento consistente, similar, ante las circunstancias más variadas de la vida. Dicho de otro modo, constituye una disposición latente para comportarse de una manera parecida. Esta diferenciación se utiliza mucho por ejemplo en la ansiedad.
Una persona puede estar atravesando una situación vital que la pone en un estado ansioso, con síntomas propios de tal condición, o puede tener un rasgo ansioso marcado que la hace comportarse típicamente de esta manera (anticipando, controlando, exhibiendo lo que una persona ansiosa hace como conducta habitualmente). En el primer caso entonces una práctica como el mindfulness puede ser incorporada más fácilmente que en el segundo, o al menos pueden verse sus efectos de manera más contundente.
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Llevando este ejemplo a las emociones, diremos que una cosa es un estado emocional y otra una disposición afectiva. La primera es momentánea, transitoria, y la segunda es la tendencia constante del organismo, y si bien puede no manifestarse en un momento determinado, tarde o temprano reaparecerá.
El cambio, una cinta de Moebius
Me gusta pensar en el cambio como una cinta de Moebius. ¿Conocés qué es? Es simplemente una cinta que va dando una vuelta de tal forma que la continuidad de su forma se ve afectada y muestra, a quien la observa, ambos lados de sí misma.
El cambio del estado al rasgo, o sea el comenzar a generar modelos de pensamiento y acción nuevos supone este mismo camino, el de ir en un sentido y de pronto virar hacia otro.
El rasgo mindful (estar atento, presente y sin juzgar momento a momento, de forma bastante continua) sólo se va logrando a través del esfuerzo sostenido, durante cierto tiempo y siendo paciente, pero convive con otros rasgos (ansiedad, impulsividad), a priori opuestos.
Esto suele ser bastante confuso e incomprensible para las personas, algunos pueden decirse a sí mismos que están experimentando una “personalidad múltiple” (como un alumno dijo un día), pero la realidad es que nuestra experiencia mental es tan dinámica que no puede encasillarse en una simple bipolaridad.
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Heartfulness, el ingrediente clave en la receta
Para superar esta contradicción en el camino hablamos de heartfulness, corazón pleno y no sólo mindfulness, mente plena. Porque es necesario poder tolerar lo inconsistente de nuestros cambios y nuestro dinamismo mental como asimismo las conductas condicionadas que exhibimos diariamente pasándolas por el colador del amor por nosotros mismos, tamizando la crítica destructiva y viéndonos tal como somos, cambiantes, errantes por momentos, seres humanos vulnerables al fin.
Si este ingrediente no es agregado a la receta y sólo cocinamos con lo que cognitivamente creemos conveniente, difícilmente experimentemos cambios. Los cambios provienen de una práctica amorosa de aceptación de la condición humana, de un reconocimiento genuino de quiénes y cómo somos, sin atarnos a medidas externas o expectativas de los demás, sino al deseo profundo de continuar evolucionando para el bien nuestro y de la humanidad.
Finalmente y para poder dar pasos más seguros, un consejo: vayamos desafiándonos de menor a mayor, de pequeñas dificultades a más grandes, de estados a rasgos, de tal manera que comencemos a ver progresos que, aunque sutiles, van consolidando la base del nuevo rasgo a constituir.
- Martín Reynoso es psicólogo, coordinador de Mindfulness en INECO y autor de "Mindfulness, la meditación científica".
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