“La ciencia no solo es compatible con la espiritualidad, es una profunda fuente de la espiritualidad”. Carl Sagan.
Todos podríamos contar muchas historias emocionantes durante la pandemia, yo voy a contar en este post una que me parece interesante, en ella aparece la religión, junto a la atención sanitaria.
Mi paciente era un hombre considerado avispado, con capacidades para vivir felizmente, pero que en el transcurso de la vida, su camino tomó un trayecto erróneo, según la consideración social mayoritaria: bebía en exceso y fumaba demasiado, se le veía a cualquier hora del día y parte de la noche, en el bar con una copa de vino y leyendo un periódico, interrumpía su pose para salir a fumar a la puerta de la calle, así evitaba el otro factor de riesgo que tenía, la soledad.
Era educado, discreto y con el semblante serio, se podía mantener una conversación de los temas cotidianos con él y el exceso de alcohol solo mermaba su capacidad de articular y definir las palabras, si coincidía con él en esos momentos, sólo lo saludaba o le hacía preguntas cortas, fáciles de responder. Durante todo el tiempo que fui su médico, más de 25 años, me pareció una persona que no practicaba ni seguía ninguna religión. Tampoco percibí que tuviera ninguna creencia personal relacionada con la salud: era alguien que venía al médico cuando estaba sin lugar a dudas enfermo.
Un día, durante la pandemia de Covid19, fui a verlo a su casa porque intuí por las llamadas telefónicas que estaba mal. Así lo confirmé. Lo encontré en condiciones lamentables y, sin apoyo cercano, tuve que enviarlo al hospital, donde permaneció en una habitación. Allí no podía beber ni fumar, pero además estaba solo, aunque cuidado excelentemente. En un centro hospitalario, solo hablaba parcamente con las y los auxiliares y enfermeras o enfermeros durante los diferentes turnos, en el contacto sanitario diario.
Me planteé si podía mejorar algo aquella situación, sabiendo que su enfermedad era incurable, tenía dolor y dificultad para respirar y estaba ingresado sin contacto con nadie conocido. ¿Podía hacer algo más por él como persona, ya que no podía hacer nada más como su médico de cabecera? ¿Beneficiaría a mi paciente la religión?
La medicina de familia pone mucho énfasis en la atención médica de la persona en su totalidad: atención bio, psico, social a la que muchos añaden la espiritual. Son muchos los estudios que podemos encontrar relacionando la salud y la práctica religiosa.
W. Osler, considerado el padre de la medicina moderna, hizo referencia a la relación saludable que tenía la práctica religiosa y probablemente haya un efecto protector de la religiosidad respecto a la salud física y al bienestar psicológico y la satisfacción vital.
Se estima que la creencia religiosa proporciona un significado a la propia vida de la persona, y, consecuentemente, estimula a un más adecuado abordaje del malestar y la enfermedad.
La religión, la medicina y la atención médica se han relacionado de una manera u otra y, aunque la religión se considera un tema demasiado personal, no vendría mal que hablásemos con nuestros pacientes en determinados momentos.
La religión tiene el beneficio de empoderar al individuo a través de conectarlo con una comunidad y con una fuerza superior, que a su vez podría dar estabilidad psicológica.
En diferentes estudios se han propuesto cuatro formas por las que mejoraría: comportamientos saludables, apoyo social, estados psicológicos, influencias sobrenaturales no comprendidas por la ciencia.
La participación religiosa puede ofrecer protección contra la muerte por diversas enfermedades, más allá de la ofrecida a través de comportamientos saludables y asociaciones sociales.
Vivo en un pueblo donde el cura y el médico son personas socialmente relevantes y, en mi caso, con una estrecha relación. Él me propuso que lo acompañase a un acto religioso. Tuve que convencer a los responsables de la unidad en la que estaba ingresado, en un momento en el que estaban restringidas las visitas al hospital, para que accediésemos tres personas, durante un corto periodo de tiempo.
Entramos en la habitación, observé que mi paciente estaba muy desaliñado, sin afeitar con su rictus serio y se percibía objetivamente que estaba muy enfermo. La cama con poco orden y un sinfín de cables, tubos y máquinas médicas en su cabecera. Cuando me vio le pilló algo desprevenido, pero se sorprendió más al ver entrar al cura y la monja, lo saludé y entablé una breve conversación con él a modo introductorio, luego me desplacé en la habitación a un segundo plano.
Irrumpieron en la escena el cura acompañado por la monja allegada al paciente, tras una conversación de esta y otra de aquel, el paciente asintió con autonomía. El sacerdote comenzó entonces la ceremonia sacando unos pequeños recipientes de un estuche adecuado para ellos, que contenían aceite (los santos óleos). Posteriormente, se acomodó en el cuello una estola morada, extrajo de un bolsillo una cruz pequeña, agua bendita y unos trozos de algodón cortados para la ocasión. De otro lado, un libro pequeño que sirvió de lectura de unos párrafos en latín y castellano que formaban parte del acto sacramental cristiano.
Todo terminó pronto, tras la ceremonia de extremaunción, intenté recoger los algodones que habían servido de unción, para tirarlos a la papelera del cuarto baño adjunto, pero el cura me dijo que la destrucción del material utilizado debía hacerse de otra manera.
Entonces me aproximé de nuevo al paciente para despedirme de él, porque el tiempo nos apremiaba, su semblante había cambiado, se había quitado el oxígeno y estaba sonriendo. Murió a los pocos días, pero estoy convencido, por testimonios que recogí posteriormente, que sus últimos días los pasó sin sufrimiento y probablemente aceptó mejor su cercanía a la muerte.
Por Miguel López Hernans. Médico de pueblo en bicicleta. Activista de la #MedicinaRural
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