Cada día tomamos entre 150 y 200 decisiones relacionadas con comer o beber. Claro que todos creemos, erradamente, que las tomamos de manera racional y lógica. Sin embargo, esto no es así. Los humanos somos seres predeciblemente irracionales, como sostiene el investigador Dan Ariely. Por esa razón, las estrategias basadas en lo que alguna vez creíamos (que si contamos con la información adecuada y suficiente, entonces tomaremos decisiones coherentes con nuestro bienestar), no han funcionado ni funcionarán cuando de placer se trate.
En realidad, lo que hoy sabemos es que somos seres emocionales, por lo menos al tomar decisiones que involucran el placer en el corto plazo. Los únicos que se salvan de este fenómeno son un grupo reducido de personas con mayor grado de obsesión, hipocondría, enfermedad o malestar corporal.
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La toma de decisiones relacionada con la salud debería estar basada en evidencia científica disponible y publicada. El problema es que cuando los resultados publicados son ambivalentes, es más fácil optar por el statu quo reinante (por más absurdo o perimido que sea) e incluso aunque este implique costos en nuestra calidad de vida o nos deje en manos de gurús de turno que nos generan emoción y que se manejan en relación con su teoría personal que generalmente está más inspirada en una ideología o en problemáticas personales no resueltas que en evidencia científica.
Por supuesto que la buena investigación clínica es extremadamente difícil y costosa. El moderno escenario de la ciencia de la nutrición está lleno de estudios confusos e información contradictoria. Y la mayoría de nosotros no tenemos tiempo para investigar, contrastar distintas miradas, analizar y sacar conclusiones. Por eso el contexto actual es caldo de cultivo para oportunistas sin formación que aprovechan agujeros negros de información o certeza nutricional.
Los lectores podrían preguntarse: ¿Cómo se puede superar este problema sin producir paranoia y macartismo mientras se intenta ser riguroso con la ciencia, eficaz, pero seguro para las personas? ¿Por qué grupos opuestos de médicos, nutricionistas, investigadores están parados en veredas tan opuestas? Por ejemplo, uno apunta con su revólver a los carbohidratos, y en el otro lado, están los que sostienen que una dieta moderada en carbohidratos es más sana para la mayoría de la población. ¿Por qué mientras algunos eliminan las carnes para consumir solo vegetales, otros basan su dieta en carnes y proteínas? ¿Están estos dos grupos leyendo los mismos estudios? ¿Son los estudios propios buena ciencia?
Lo que sí queda claro por el momento es que una experiencia personal, por más dolorosa que sea, que motivó un cambio en la alimentación, no puede erigirse en recomendación dietaria para el resto de las personas, no puede generalizarse. Que por exitosa que sea una “chica fit” o una famosa con una dieta determinada, eso no puede extrapolarse al resto de la población.
Que la nutrición del futuro será personalizada, nutrigenómica. Que mientras existan brechas de conocimiento en la ciencia nutricional, lo único que continúa vigente es aquello que posee evidencia de seguridad, y que el experto en nutrición es, sin duda, el profesional más capacitado para aconsejar en temas relacionados con la alimentación. El resto es opinología de café. Como escribió Cervantes: “Que entonces la mentira satisface cuando verdad parece, y está escrita con gracia, que al discreto y simple aplace”. ¡Seamos críticos antes de aceptar teorías o ideas como si fueran verdades!
- Mónica Katz es médica especialista en Nutrición. Fundadora del Equipo de Trastornos Alimentarios del Hospital Municipal Dr. Carlos G. Durand y directora de posgrados en Obesidad de la Universidad Favaloro. Directora del Centro Dra. Katz.
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