Los psicólogos ¿Damos abrazos? Pues sí, definitivamente sí. No en todos los casos, no en todas las sesiones pero si es necesario y/o nos place, lo hacemos. Un psicólogo puede abrazar a su paciente si considera que es bueno hacerlo. ¿Por qué no? Si nos damos cuenta que ayuda, que la persona lo necesita, es un recurso afectivo que nutre el vínculo y que puede ser terapéutico en muchos planos. Veamos.
La demostración de afecto entre terapeuta y paciente ha sido motivo de debate muchísimas veces. Pero, a lo largo de los años, numerosos estudios que evaluaron la eficacia de los diferentes enfoques psicoterapéuticos han concluído que gran parte del poder sanador de la terapia radica en el vínculo que se establece entre ambos.
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¿Puede un psicólogo abrazar a su paciente?
El análisis, la explicación al paciente sobre su diagnóstico, las palabras de apoyo y aliento, las dinámicas, el abordaje terapéutico... Todo es parte del tratamiento.
¿Y por qué no un abrazo?
Cuando nuestros pacientes se quiebran haciendo que un nudo se forme en nuestra garganta, cuando están desalentados o afligidos ¿Por qué no dar un abrazo?
Pero no un abrazo de esos solamente físicos, sino uno de esos que tocan el alma, de esos que hablan en el más profundo silencio y que, también, pueden acompañarse con las palabras. Un abrazo que diga: todo va a estar bien
Un abrazo que proteja, que dé seguridad, que sostenga, que refuerce, que revitalice, que brinde contención. Muchas personas encuentran alivio en esos gestos. Lo importante es registrar a ese otro y sus necesidades. Cada persona demanda un tipo de interacción diferente y un buen vínculo terapéutico se basa en respetar esa unicidad.
A lo largo de mi carrera, he notado que no todas las personas saben abrazar. Algunos debido a que jamás han sido abrazados, o han tenido un pasado en el que el acercamiento corporal ha sido causa de daño, etc.
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¿Cómo me doy cuenta de su renuencia o de su extrañeza ante un abrazo? Algunos se quedan inertes mientras lo reciben (lo que sirve también mucho para mi análisis); algunos otros alcanzan a estirar los brazos, pero es el suyo un abrazo yerto, forzado; otros mantienen las plantas de los pies quietas afirmadas en el piso, lejos un cuerpo del otro y alargan los brazos; algunos hasta dan una palmada (muchas veces por el nerviosismo o la sorpresa).
El debate entre los psicólogos
Hace poco, leí todo un debate sobre si se puede dar un abrazo a un paciente que lo pide o no. El debate surgió debido a que un colega acotó que, para ser respetados por los pacientes, hay que guardar distancia de ellos. Me permito decir que ello habla mucho de los pocos recursos con los que cuenta el colega.
Doy fe de que el ser amable y cálido no te quitan lo profesional, y para nada merman el respeto del paciente; por el contrario, suelen respetarnos y admirarnos por tener gran calidad de seres humanos (ya que de ésto se ve cada vez menos).
Por otro lado, no se trata de usar una estrategia para ser respetados, se trata de que nuestra propia naturaleza inspire respeto, ésto sumado al profesionalismo, la calidad del servicio y la calidez humana. La psicoterapia constituye una oportunidad de establecer un vínculo sano con una persona de referencia, con alguien que nos escucha con empatía y respeto.
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Personalmente, puedo acotar que casi no ha sido necesario que me pidan un abrazo, me doy cuenta de que el paciente lo necesita y se lo doy. Y algunas veces me nace y al despedirme les digo: Déjeme darle un abrazo. ¿Eso desacreditará mi ética y valor profesional? ¡De ninguna manera!
En un espacio cuidado, de respeto mutuo, se dan las circunstancias para que el paciente se sienta seguro ante un posible contacto físico y pueda beneficiarse profundamente de todo lo que le puede aportar un abrazo que, por su contexto y resultados, bien podemos llamar terapéutico.
Estoy a favor de la nobleza, la vocación y el espíritu de servicio. Y déjenme decirles algo más.... Muchas veces esos abrazos han sido reconfortantes para quien les habla.
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