Más allá de nuestras historias, de nuestra biología, los seres humanos traemos por default un componente único, inherente a lo humano: el amor. El amor como lenguaje, como frecuencia, como motor. Ahí es donde radica la vida, la magia, nuestra expansión y evolución.
Muchas veces ese amor queda entrampado en discursos, mandatos, o en algún dolor que nos alejó de esa sustancia que hace alquimia y si la convocamos, nos permite desplegar y conectar con nuestro ser, vivir y no sobrevivir, amar y abrazar la vida: volver a nuestra esencia.
Esta conexión con el amor que somos se enciende cuando elegimos conscientemente vivir en ese modo. Y aquí, la gratitud es puente para llegar a ese destino.
Aceptar, flexibilizar, decirle SI a la vida, la generosidad, la empatía, son sinónimos del camino hacia la gratitud, o sea, emociones conectoras hacia el amor que somos
Podemos sentir gratitud incluso en medio de un gran dolor, cuando abrazamos las experiencias como vienen, sin
expectativas, sin querer cambiar los trazos del destino, sin resistencias, simplemente asintiendo a lo que es, tomando lo que nos concede la vida, entendiendo que ese es plan perfecto para nosotros.
Así, conectar con la gratitud nos invita a confiar y nos ofrece un mundo de infinitas posibilidades. Nos permite abrirnos a las señales, es decir a los mensajes que el universo o la vida tiene para nosotros y si estamos despiertos y en sintonía con nuestra intuición podemos recibirlos. Nos acerca a personas magia, esas que nos regala el camino y que nos asisten amorosamente.
Esa apertura, confianza y amor en expansión son fuente de conectar con la gratitud: esa energía poderosa que aparece cuando abrimos el caudal inconmensurable de amor que somos. Y así, a pesar de nuestros pesares, podemos sentirnos cuidados, guiados, sostenidos. Con el poder y la fuerza de estar agradecidos. El regalo de estar vivos, orientados por el amor, siempre.
En lo personal, nunca dejo de agradecer. A mi vulnerabilidad, por dejar que mi corazón se ablande. A mis sombras, por ser maestras y poder pedir ayuda. A las profundidades, por dejarme tocar fondo para salir. También a mis miedos, por sacudirme y ayudarme a despertar. A la naturaleza, a las pausas, al rayo de sol que entra por mi ventana a la mañana, cada día.
A la magia de la vida, que me permite expandir el amor que soy, y como si fuera poco, a tocar y despertar el amor que habita en otros, pero que tal vez, esa llamita se entumeció por los tragos amargos, se fue apagando, y yo, me acerco humildemente a
soplarla, a avivarla, a despertarla, a convocarla.
Así me vuelvo abanderada de esta palabra que suma, abraza, multiplica, circula, asiente, expande. Por eso, siempre es GRACIAS, definitivamente mi palabra preferida.
- Por Iris Rubaja, terapeuta y escritora. Autora del libro "Puente" Un viaje del dolor al amor. Su Instagram.
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