3 preguntas claves para desarrollar la inteligencia emocional

El concepto de Inteligencia Emocional ha llegado a prácticamente todos los rincones de nuestro planeta. Se trata de uno de los conceptos clave que nos ayuda a entender de qué manera podemos influir de un modo inteligente tanto sobre nuestras emociones como en nuestra interpretación de los estados emocionales de los demás.

El prestigioso Daniel Goleman, Codirector del Consorcio de Investigación sobre Inteligencia Emocional en las Organizaciones de la Universidad de Rutgers, publicó un artículo en el Harvard Business Review junto a Michele Nevarez, una coach y ejecutiva de recursos humanos experimentada.

Ellos cuentan que en su trabajo de consultoría con compañías y líderes de coaching, han descubierto que si busca desarrollar fortalezas de Inteligencia Emocional particulares, debemos considerar las “aspectos a mejorar” que otros han identificado en nosotros y luego desarrollar hábitos de manera activa en esas áreas en lugar de simplemente confiar en sus capacidades y condiciones actuales.

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“Para ello, comience haciéndose tres preguntas” dicen en su artículo. Aquí compartimos sus reflexiones a partir de cada una de las preguntas:

  • ¿Cuáles son las diferencias entre cómo te ves a vos mismo y cómo te ven los demás?

“El primer paso, como con todo aprendizaje, es tener una idea de cómo su autopercepción (cómo se ve a sí mismo) difiere de su reputación (cómo lo ven los demás)”.

Esto es especialmente cierto para el desarrollo de la inteligencia emocional porque podemos ser ciegos, por no decir sesgados, sobre cómo nos expresamos y leemos los componentes emocionales de nuestras interacciones. “Por ejemplo, la mayoría de nosotros cree que somos buenos oyentes, pero muy a menudo ese no es el caso. Sin este control de la realidad externa, será difícil identificar las formas en que nuestras acciones afectan nuestro desempeño” comenta.

“Recibir comentarios de otros también puede proporcionar una prueba de la necesidad de cambiar nuestros comportamientos y un impulso para hacerlo”

“Además, la Inteligencia Emocional (IE) no se puede reducir a un solo puntaje, como se hace con el IQ. No puedes decir que eres "bueno" o "malo" en inteligencia emocional. Hay cuatro aspectos separados, y todos somos mejores en unos o en otros: autoconciencia, autogestión, conciencia social y gestión de relaciones. (Dentro de estos dominios anida un total de 12 competencias aprendidas y aprendidas)” explican los autores.

Otra forma de obtener una perspectiva externa sobre cómo sus acciones afectan sus relaciones y su trabajo es trabajar con un coach, sostienen Goleman y Nevarez. “Un entrenador puede ayudarlte a observar cómo tus suposiciones y narrativas personales pueden estar trabajando en tu contra. El coaching no es una profesión con licencia, por lo que depende de nosotros obtener referencias y descubrir si un entrenador potencial ha pasado por un riguroso programa de entrenamiento. Si trabajar con un coach no es factible, buscá un compañero, idealmente un colega en cuyas opiniones confíes y que esté dispuesto a hablar sobre eso regularmente”.

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  • ¿Qué es lo realmente que te importa?

Cuando recibas tus comentarios de un colega o de tu entrenador, pensá que eso es un informe sobre lo que querés mejorar. Pero también considerá cuáles son tus objetivos: cómo querés mejorar lo que hacés ahora o cómo deseas que sea tu futuro.

“Cuando se trata de cultivar fortalezas de Inteligencia Emocional, estás en una gran desventaja si solo estás interesado porque un colega, tu jefe o alguien en Recursos Humanos dijo que deberías actuar de una determinada manera. Tu inteligencia emocional está tan ligada a tu sentido del yo que estar intrínsecamente motivado para hacer el esfuerzo es más importante cuando se cambian los hábitos de larga data que cuando se trata simplemente de aprender una habilidad”, explican los autores.

Eso significa que las áreas en las que eliges trabajar activamente deberían estar en la intersección de los comentarios que has recibido y las áreas que son más importantes para tus propias aspiraciones

“Comprender los impactos de tus hábitos actuales en relación con tus objetivos te mantendrá concentrado en el largo plazo mientras hacés el trabajo de fortalecer tu inteligencia emocional. Por ejemplo, supongamos que recibís comentarios de que no sos un gran oyente, pero crees que sí lo sos. En lugar de tomar esta evaluación como un ataque, o simplemente descartarla, da un paso atrás y considerá sus objetivos”, comentan Goleman y Nevarez.

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  • ¿Qué cambios harás para alcanzar estos objetivos?

Una vez que hayas determinado qué habilidades de EI querés desarrollar, tenés que identificar las acciones específicas que tomarás. Si estás trabajando en escuchar más atentamente la opinión de los demás, por ejemplo, podés decidir que cuando estés conversando con alguien te tomes el tiempo de hacer una pausa, escuchar lo que tienen que decir y verificar que entendés antes de contestar. Debe ser bien específico. Eso te ayuda a cambiar el hábito objetivo.

También debés aprovechar todas las oportunidades naturales para practicar la habilidad que estás desarrollando, sin importar cuán pequeña sea. Estás tratando de entrenar a tu cerebro para que reaccione de manera diferente en situaciones comunes, y el principio de neuroplasticidad nos dice que a medida que un circuito cerebral dado se usa con más frecuencia, las conexiones dentro de él se vuelven más fuertes. Y el cerebro no distingue entre el hogar y el trabajo cuando se trata de cambiar sus hábitos: Practicá en tu casa y en el trabajo, con tu pareja o tus hijos como lo harías con tu jefe o tus colegas.

“Al principio, esto requerirá esfuerzo (y hacerlo realmente puede parecer extraño). Pero cada vez que lo hagas, estas nuevas vías en tu cerebro fortalecen su conexión, haciendo que tu nuevo enfoque sea más fácil y más habitual. Pronto, le resultará más natural detenerse y escuchar una respuesta, por ejemplo, que interrumpir a la persona con la que está hablando para responder. Un día llegarás a un punto neurálgico: el nuevo hábito se activará automáticamente, sin que tengas que hacer ningún esfuerzo” concluyen en su artículo Goleman y Nevarez.

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