La luz no da cáncer. O, mejor dicho: sólo la del Sol. En concreto su componente ultravioleta, que es una radiación no ionizante pero sí energética, de ahí que sea necesario usar protectores en la piel. Sin embargo, hay un tipo de luz artificial que desde hace tiempo está levantando miedos y sospechas: la luz azul o fría proveniente de los led, bien en forma de bombillas o de pantallas.
Nadie ha conseguido demostrar que provoque en sí enfermedad alguna. Pero sí se han publicado estudios –pocos, por ahora–, que tratan de vincular nuestra creciente exposición al brillo de este color con la falta de sueño y, ésta, con cánceres de origen hormonal.
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Ahora, un equipo del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) de la Fundación La Caixa ha encontrado una correlación entre exponerse por la noche a luz artificial blanco-azulada y el desarrollo de cáncer de mama o próstata. En realidad, lo que han hecho es tirar de un hilo de sospecha revelado en 2007, tal y como reconocen en el estudio publicado en Environmental Health Perspectives.
“La Agencia Internacional de Investigación en Cáncer de la OMS ha clasificado el trabajo en turno de noche como probable cancerígeno en humanos. El trabajo nocturno expuesto a la luz artificial implicaría la disrupción del ritmo circadiano y los cánceres de mama y de próstata. En este estudio queríamos averiguar si la exposición a la luz durante la noche en las ciudades puede tener alguna influencia en la aparición de estos dos tipos de cáncer”, señala Manolis Kogevinas, coordinador del estudio.
Cuanto más azulado, más propensión a cáncer de pecho y próstata
El estudio ha contado con datos de más de 4.000 personas de entre 20 y 85 años de 23 hospitales de once regiones. Esta vez, no se incluyó a personas que trabajan de noche. La información sobre la exposición nocturna a la luz artificial en el interior se recopiló mediante entrevistas personales (también se les preguntó por otros factores de riesgo, desde obesidad a tabaquismo).
Mientras que los niveles de luz exterior sólo se evaluaron en Madrid y Barcelona, las únicas ciudades de las que se pudo obtener imágenes nocturnas tomadas por los astronautas de la Estación Espacial Internacional. Esas imágenes revelan una progresiva sustitución de las farolas de magnesio naranjas, por otras led, más eficientes pero que dan una luz fría.
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Los participantes expuestos a niveles más altos de luz azul tuvieron entre 1,5 y 2 veces más riesgo de sufrir cáncer de mama y de próstata, respectivamente, comparado con la población menos expuesta. Lógicamente, la parte correspondiente a encuestas tiene un componente subjetivo.
La medición del tipo de farolas a las que se exponen está limitada a la evolución del alumbrado en barrios de dos ciudades vistas en fotos desde el cielo, sin entrar en más detalles. Con todo, la muestra, estudiada entre 2008 y 2013, es significativa en términos epidemiológicos.
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El color azul no es un color cualquiera. En realidad, cada color de luz tiene unas cualidades electromagnéticas diferentes. El azul y el violeta no son sino vibraciones de ondas más rápidas y energéticas que las del color rojo, pero no tan intensas como las del ultravioleta o los rayos X.
Mirar algo de color azul no es peligroso. Otra cosa es que la luz con la que nos vayamos a la cama no sea a la que está acostumbrada la humanidad desde las cavernas
Todas las voces coinciden en que no hay motivo para alarmarse. Pero hay hechos claros a la hora de irse a la cama. “Nuestros antepasados no conocían la luz eléctrica. En nuestras latitudes, durante el invierno, la noche duraba 16 horas y el día escasamente 8”, señala el doctor Diego García Borreguero, director del Instituto de Investigaciones del Sueño. La luz azul suprime más la secreción de melatonina, la hormona del sueño.
Lo que preocupa es el avance en la aplicación de los led blancos que emiten luz en el espectro azul en nuestras ciudades, a lo cual le sumamos la exposición nocturna a pantallas de ordenador, móvil y tableta, también led
“La luz –precisa el doctor García Borreguero– especialmente cuando se trata de luz azul, entre 460nm y 480nm, produce una mayor supresión de la secreción de melatonina, la hormona que causa somnolencia, al tiempo que incrementa nuestro nivel de vigilia y de rendimiento.
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Los estudios científicos muestran que este tipo de luz produce una estimulación de centros cerebrales relacionados con el nivel de alerta tales como el tronco del encéfalo, el tálamo y el hipotálamo, mejorando el rendimiento cognitivo. Por el contrario, la luz de longitudes de onda más largas, como la luz blanca, produce estos efectos con menor intensidad.
Con la edad, estos efectos dependientes de la luz azul disminuyen. Dicho de otra manera, la luz azul incrementa nuestro nivel de alerta y nuestro rendimiento, al tiempo que dificulta el sueño. Por este motivo, la utilizacion de lámparas o dispositivos con este tipo de iluminacion por la noche puede dificultar el sueño”.
Fuente: El Independiente.