La medicina griega creía que la muerte podía comenzar en los pulmones, en el cerebro o en el corazón, pero que sólo el latido cardíaco distinguía entre la vida y la muerte. Por su parte, el judaísmo consideraba a la respiración como el constituyente central de la vida misma. Con el progreso moderno de la medicina y el desarrollo de la asistencia ventilatoria mecánica (artificial) y de las técnicas de reanimación, se añadieron nuevos debates e incertidumbres sobre la muerte y su diagnóstico.
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Establecer el origen etimológico de la palabra muerte nos lleva a trasladarnos hasta el latín. Y es que, en concreto, descubrimos que aquella procede del vocablo latino mors, mortis, que es el que daría lugar con el paso del tiempo al verbo morir. La muerte es el término de la vida a causa de la imposibilidad orgánica de sostener el proceso homeostático. Se trata del final del organismo vivo que se había creado a partir de un nacimiento.
Pero a pesar de tantas definiciones y sentidos de la palabra, no somos capaces las personas aún de poder definir qué es la muerte para cada uno.
En una serie de casos que realizamos en la unidad de terapia intensiva de CABA, encontramos que, de los 60 pacientes a los que se le pregunto cómo definirían la muerte estando en la unidad de cuidados intensivos, solamente 20 paciente (33.3%) nos contestaron que era el final de la vida. El resto de las respuestas fueron variadas, pero encontramos una tendencia a definirla como: “Esto de estar en terapia intensiva es la muerte para mí”.
Hasta hace pocas décadas, este dilema se solucionaba diciendo que el cese de la actividad cardíaca y respiratoria determina la frontera entre la vida y la muerte; y que, a partir de ese momento, el deterioro orgánico es rápido e irreversible; sin embargo, posteriormente, adquirió más fuerza conceptual el papel del cerebro como integrador y coordinador de todo el organismo.
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De allí comienza a surgir el concepto de “Muerte Encefálica” como final de la vida o “coma dépassé”, como se definía, lo que tomo mucha relevancia cuando se iniciaron los trasplantes de órganos, ya que al tomar esta definición aumentó la práctica de los trasplantes de órganos donados de estos pacientes.
Así surgió la definición de la muerte encefálica, que llevó a definir el “coma irreversible” como un nuevo criterio de muerte
Sin embargo, a pesar de la amplia aceptación, desde el primer momento surgieron voces discordantes, ya que algunos no estaban totalmente convencidos.
Por otra parte, la definición de la muerte de todo el cerebro se refiere al “cese permanente de las funciones integradoras del organismo como un todo”. El criterio de esta escuela es el final irreversible de las funciones del cerebro entero -incluido el tronco cerebral-, y las pruebas diagnósticas son las descritas en los criterios americanos. Así, el electroencefalograma tomó relevancia, junto con el examen clínico del paciente, para poder diagnosticar la muerte encefálica. Pero no solamente se utiliza este estudio complementario: se suman otros para tener el diagnóstico final.
Las características fundamentales para entender la “Muerte Encefálica” como muerte del individuo son:
• En primer lugar, la irreversibilidad: si el diagnóstico se hace con los exigentes parámetros aceptados en casi todos los países, el paciente ya no se puede recuperar, aunque artificialmente pueda conservar sus funciones cardiovasculares por mucho tiempo (Asistencia Ventilatoria Mecanica).
• Segundo, la muerte encefálica total, que es equivalente a un infarto de todo el cerebro.
• Tercero, los pacientes pierden toda posibilidad de realizar en adelante acciones intelectuales o voluntarias.
• Por último, es un estado que se caracteriza por la dependencia de técnicas desproporcionadas, las comúnmente llamadas artificiales.
De aquí las polémicas declaraciones de medios de comunicación que mal informan cuando se trata de pacientes que tuvieron una enfermedad trágica aguda, que lo llevan a la muerte encefálica, y se informa que el paciente está con “Muerte Encefálica”. Error: ese paciente está MUERTO bajo criterios neurológicos utilizados en el país.
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Aquí es el momento donde hay opiniones que se enfrentan a un problema ético significativo, y es que si el paciente no está “muerto”, está vivo todavía. Por lo tanto, la justificación que presenta a este inconveniente, ético/ideológico, es que la Ley 24.193 establece que toda aquella persona a la que se le diagnosticó “Muerte encefálica”, está muerta bajo el protocolo de diagnóstico de muerte encefálica.
Por ello, todos los actores en el sistema de salud debemos tener en cuenta que recién cuando la familia acepta la noticia de la muerte, se nos abre una puerta para que esa persona pueda ser donante.
Si todos entendemos que ser donante es importante para el prójimo, muchas más vidas podrán salvarse. Entender el “fin”, con todo el dolor que implica, puede ayudarnos a cerrar y a abrir una posibilidad para quienes esperan con desesperación ese “milagro”.
En la Argentina, para la ley, todos los mayores de 18 somos donantes presuntos; expresar la voluntad evita un momento difícil para la familia.
Yo #SoyDonante... ¿Y vos? Entender cuándo morimos nos libera del debate de cuándo nos vamos y, desde ahí, desde nuestro final en el Tierra, dar vida.
- Por Alejandro Risso Vázquez. Especialista en Medicina Interna y Terapia Intensiva. Coordinador Terapia Intensiva Sanatorio Otamendi y Mirolli.
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