Las emociones tienen una influencia importantísima en nuestra conducta, pero también, y fundamentalmente, en el desempeño de las funciones ejecutivas del cerebro. Para comprender su alcance, imagina, por ejemplo, que alguno de los astronautas que se encontraban en la Apolo 13 hubiera entrado en pánico. ¿Qué hubiera pasado con su capacidad para razonar?
Recuerdo que el mayor desafío para aquella tripulación y el equipo que trabajaba para regresarlos a la Tierra era resolver los innumerables problemas generados por una explosión en los tanques de oxígeno. Uno de ellos fue encontrar el modo de adaptar los recipientes de dióxido de litio (que se utilizan para eliminar el dióxido de carbono de la cabina) para poder respirar.
Como en la parte principal de la nave estos recipientes eran cuadrados y en el módulo lunar (donde tuvieron que instalarse luego de la explosión) eran redondos, había que adaptarlos con los pocos recursos disponibles (bolsas de plástico y cinta adhesiva, entre otros), siguiendo las instrucciones que había ideado el personal en Tierra y “contra reloj”.
¿Qué habrá ocurrido en la mente de los astronautas durante las horas críticas en las que llevaban a cabo estas actividades?
Al releer las narraciones de los protagonistas de estos sucesos, acaecidos en abril de 1970, me doy cuenta de que hubo momentos en los que la misión parecía imposible. Sin embargo, los resultados evidencian que lograron un desempeño a pleno de las funciones ejecutivas del cerebro, de lo contrario no hubieran podido solucionar todos los problemas que se presentaron durante su accidentado viaje, aun cuando se sabe que la NASA realizó una de las convocatorias de especialistas más importantes que se conocen para diseñar las soluciones que ellos tuvieron que implementar.
Posiblemente, pienses que este ejemplo es un caso extremo, y así es. Sin embargo y, por cierto, es suficiente con mirar alrededor: en el trabajo, en el mundo del deporte, en los debates televisivos, en las reuniones de vecinos, para hallar evidencias de que las emociones gobiernan la conducta de algunos individuos, hasta tal punto que bloquean el desempeño de sus funciones ejecutivas.
Un estudiante brillante puede salir mal en un examen si se pone nervioso, un ingeniero tendrá que revisar más de una vez sus cálculos si está deprimido, un ejecutivo puede fracasar y desmotivar a un equipo de trabajo completo si se deja llevar por la ira cuando las cosas no salen como él quisiera.
Afortunadamente, hoy es posible transformar los circuitos cerebrales responsables del desequilibrio emocional para mejorar no sólo el desempeño, sino también la calidad de vida. Más aún, ha sido comprobado que el entrenamiento mental aumenta el flujo sanguíneo en las regiones que se desea activar. Esto significa que la sangre no sólo sirve como sustento y nutrición para las diferentes áreas cerebrales, también interviene en la forma en que las neuronas procesan y comunican la información. Cuando fluye más sangre en una región cerebral es porque aumenta la actividad de dicha región. Si esto se sostiene en el tiempo, se forman nuevas conexiones neurales logrando una modificación a largo plazo que facilita el tipo de procesamiento de información que ha sido entrenado.
De este modo es posible construir y potenciar, entre otros, los neurocircuitos de la empatía, la paciencia, la serenidad y el bienestar, ya que estas capacidades tienen un correlato anatómico que hoy se conoce (recordemos que gran parte del comportamiento emotivo se origina en el cerebro reptiliano, que se remonta a más de doscientos millones de años de evolución, y en el cerebro límbico, emocional). También ha sido comprobado que los lóbulos frontales intervienen activamente en la asimilación de las emociones: moderan las reacciones viscerales y participan en la elaboración de los planes que determinan el comportamiento cuando está dirigido por sentimientos.
Todos podemos evitar que un inadecuado manejo emocional conspire contra el rendimiento neurocognitivo
Trabajando con la coherencia que requiere cada modo de procesamiento cerebral, es posible combinar determinadas acciones para provocar un cambio en el procesamiento afectivo.
Ello requiere la voluntad para focalizarse y concentrarse en el trabajo a realizar, luego el cerebro se encargará de solidificar los resultados.
- Por Néstor Braidot, Doctor en Ciencias, Máster en Neurobiología del Comportamiento y en Neurociencias Cognitivas (www.braidot.com)