Ya hace muchos años, a la hora de rendir para realizar una especialidad a través de la residencia médica, se podía observar una leve tendencia a que la mayoría de los postulantes eran varones en relación a las mujeres. Pero cuando ingresé a la residencia, en mi camada en terapia intensiva el panorama era otro: éramos dos residentes, una mujer y un varón. Llamaba la atención porque en otros servicios -como cirugía general, traumatología y/o neurocirugía- eran mayormente varones.
Esta situación con los años comenzó a cambiar, algo que alumbra muy bien una flamante publicación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), titulada “Género en el Sector Salud: profesionalización y brechas laborales", que desarrolla ampliamente la tendencia actual hacia una feminización de los profesionales de la Salud.
Claro que el panorama es diverso. Entre las médicas jóvenes hay menos especialistas, algo asociado a la edad en que terminan sus carreras, que suele coincidir generalmente con la etapa reproductiva. Esto impacta directamente en las decisiones personales sobre la maternidad, porque las estructuras organizacionales y las condiciones laborales intensifican las tensiones latentes sobre una conciliación trabajo-hogar ya difícil sin hijos.
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Obviamente, hay muchos casos en que las mujeres médicas pueden combinar muy bien la carrera, la especialización y la maternidad, pero es un tema que la mayoría transita con altos niveles de estrés y con muchas contradicciones.
Recordemos que, en Argentina, las residencias médicas se distinguen por su práctica intensiva en instituciones hospitalarias y son el modelo predominante para la formación de especialistas. El dispositivo de residencias no solo se centra en la formación, sino que también contribuye a la socialización institucional y profesional de las y los egresados. Permite integrar a las y los “recién llegados” al campo de la salud, socializándolos con los
códigos, las prácticas y los imaginarios que se comparten y que facilitan la posibilidad de “habitar” los espacios de trabajo.
Asimismo, la obtención de una especialidad afecta el ingreso al sistema de salud, a través de su obligatoriedad en varias de las jurisdicciones del país (entre ellas, la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y de reconocimientos salariales para las y los médicos certificados como especialistas. Es decir: ser o no ser especialista impacta en las posibilidades de las y los profesionales de la medicina a acceder a un puesto permanente.
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El dato no es menor porque el acceso a la especialización se ha convertido en un factor de desigualdad entre médicos varones y médicos mujeres. Aunque los beneficios de la jerarquía que supone esta capacitación no siempre se verifican, son las mujeres las que menos acceden. A pesar de ser una amplia mayoría entre los graduados, se especializan en menor proporción.
Hay más médicas jóvenes sin especialidad, no solo respecto a médicas de mayor edad sino, también, a sus contrapartes varones de la misma edad. Esta tendencia se manifiesta en la expansión de la base de las mujeres no especializadas entre las más jóvenes. Por el contrario, los varones sin especialidad muestran una distribución etaria más homogénea.
Esta brecha se vincula con las mayores dificultades que enfrentan algunas mujeres para realizar las residencias, en un contexto donde la edad promedio de ingreso es entre los 27 y 29 años y el promedio de duración es entre 3 y 4 años (Observatorio de Recursos Humanos de la Salud, 2015).
Es que ciertos elementos constitutivos de las residencias suelen presentar mayores dificultades para las mujeres: “Las residencias son un proceso formativo tradicionalmente diseñado por varones y pensado para ser transitado por sus congéneres” (PNUD).
Las prolongadas jornadas laborales, las guardias periódicas, los tratos diferenciales entre géneros y la duración del proceso formativo muchas veces ponen a las mujeres en la disyuntiva de optar por realizar la residencia o una formación de posgrado alternativa, como la especialidad universitaria o la concurrencia, que implican cargas de trabajo menores.
En materia de licencias por enfermedad y maternidad, las residencias se rigen por las normas de la jurisdicción en la que se encuentran, aunque en ocasiones el propio reglamento contempla mayores restricciones que el régimen jurisdiccional. Así es como coexisten, a lo largo del país, residentes que gozan desde 45 días hasta 6 meses de
licencia.
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La situación formativa de las residentes se complejiza aún más si tienen alguna complicación en el embarazo, y se identifican casos de embarazos de alto riesgo por el nivel de estrés al que se encuentran expuestas. Estas situaciones generan inequidades en el acceso a la formación y, en un contexto feminizado, limitan los resultados de la
política de formación.
Por ello, algunos reglamentos de residencias han avanzado en la posibilidad de prorrogar el período formativo en los casos de licencias prolongadas por razones de maternidad.
El proceso de feminización se produjo a diferentes ritmos en las distintas especialidades. De 72 especialidades certificadas, en 30 hay predominancia de mujeres y en 40 de varones
Entre las especialidades feminizadas, en 12 de ellas las mujeres representan al menos el 70%, mientras que en las masculinizadas la concentración es mayor: en 19 especialidades al menos el 70% son médicos varones.
Las 10 especialidades con mayor participación de mujeres son: hepatología pediátrica, dermatología pediátrica, endocrinología infantil, reumatología infantil, infectología infantil, genética médica, dermatología, hematología infantil, psiquiatría infanto-juvenil y
nefrología infantil.
Por su parte, las 10 especialidades con mayor participación de varones son: urología, cirugía cardiovascular, cirugía de cabeza y cuello, cirugía de tórax, ortopedia y traumatología, cirugía cardiovascular pediátrica, angiología general, cirugía vascular,
coloproctología y neurocirugía.
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La distribución de especialidades entre mujeres y varones pareciera no ser aleatoria. Las especialidades altamente masculinizadas tienden a tener mayor remuneración de ingresos, y se vinculan además con características tradicionalmente definidas como masculinas, como el control, y con guardias con mayor exigencia horaria. Esto en la
realidad en una especialidad como terapia intensiva no sucede, ya que las situaciones límites son tomadas tanto por las médicas con los médicos de guardia.
Por el contrario, las especialidades altamente feminizadas tienden a relacionarse con atributos definidos como femeninos, como el cuidado materno-infantil que, a su vez, suele estar vinculado con la contención y la empatía
A pesar de la segregación horizontal, el proceso de feminización de la medicina ha evidenciado en los últimos años cierto crecimiento en la participación de mujeres médicas en algunas de las especialidades tradicionalmente masculinizadas (Dursi y Millenaar, 2017).
La feminización es una realidad. Las mujeres tienen un rol dentro de la medicina que hace una década atrás no tenían. Por ello la formación y la especialización está poniendo en posiciones de decisión que antes culturalmente no eran accesibles para las médicas. Es un proceso que avanza a paso firme y que muchos celebramos y empujamos con convicción. Queda mucho por hacer.
- Por Ma.Gabriela Vidal. Medica Planta Terapia Intensiva, Hospital Interzonal San Martin de La Plata. Maestrando en Economia y Gestion de la Salud.