Decir sí a la vida es mirarla de frente, aceptando los problemas para poder superarlos

El terapeuta Joan Garriga, fundador del Instituto Gestalt de Barcelona, publicó un libro que nos ayuda a gestionar el dolor para evitar que se enquiste y se convierta en sufrimiento.

Relaciones tóxicas, una ruptura amorosa, la pérdida de un ser querido, la noticia de una enfermedad, quedarse sin trabajo, la imposibilidad de tener hijos, el miedo a la muerte. Transitar por la vida es como subirse a una montaña rusa, en la que, cuando menos te lo esperas, pasas de estar en la cima a precipitarte al vacío. Todos sufrimos adversidades, contratiempos, desgracias en mayor o menor intensidad.

El dolor, aunque tenga mala prensa, forma parte del paisaje de la vida. Sin embargo, hay personas que, ante un suceso parecido, se sobreponen y otras, en cambio, quedan marcadas para siempre

Estas últimas son con las que suele tratar Joan Garriga en su práctica profesional. El terapeuta, fundador del Instituto Gestalt de Barcelona, acaba de publicar Decir sí a la vida (Ediciones Destino), un libro que nos ayuda a gestionar el dolor para que no se acabe convirtiendo en sufrimiento.

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Y es que, en efecto, son conceptos diferentes. La realidad no es, en sí misma, buena o mala, positiva o negativa; la realidad es neutra. Las cosas nos resultan problemáticas porque les imprimimos un punto de vista y las percibimos desde un margen emocional.

Cuando la contrariedad nos visita, corresponde vivir el dolor”, afirma Garriga. En un duelo, por ejemplo, la persona atraviesa por momentos de enfado y de rabia; puede que se pregunte por qué le ha tocado a ella. Este proceso puede durar un año, dos, hasta que acepta que es lo que le ha tocado vivir y empieza de nuevo. Ahora bien, si pasan los años y la persona se sigue sintiendo víctima, entonces se paraliza, de forma voluntaria, en un lugar sufriente.

Por eso Garriga dice, de manera provocativa e incluso políticamente incorrecta, que sufrir no es tan fácil como parece, sino que tenemos que poner de nuestra parte. “Lo que propongo es que, en un primer momento, es natural discutir con la realidad. Pero los más sabios, después de un tiempo, se dan cuenta de que la realidad es soberana y las cosas que han pasado no se pueden cambiar”.

El primer paso para abandonar el sufrimiento, apunta el psicólogo, es abrazar el dolor con toda su gama de matices y hacerle espacio en nuestro interior

En este arduo proceso emocional, ayuda mucho tener buenas relaciones y una rica red humana de apoyo, sostén y contención. El problema es que cada vez hay menos procesos comunitarios que ritualicen los tránsitos, y entonces nos vemos abocados a pasar situaciones difíciles de manera muy individual.

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“Hace 50 años, llevabas una cinta negra en el brazo y tu comunidad ya sabía que estabas pasando un proceso de duelo. Hoy en día, pierdes a tu madre y al día siguiente tienes que ir a trabajar como si no pasara nada. Si tu vecino tiene un problema, ni te enteras. Es el precio de haber comprado tanta libertad, o más bien, tanta falacia de libertad”, se lamenta Garriga.

En el lado opuesto de las personas que se enquistan en el sufrimiento, encontramos aquellas que, ante un trance indeseado, pasan página asombrosamente rápido. Al menos, en apariencia. Porque puede que simplemente hayan decidido no hablar del tema.

A la pregunta de si siempre es necesario transitar el dolor para curar las heridas, el fundador del Instituto Gestalt de Barcelona responde que “si se acumulan asuntos pendientes, el camino es más difícil”. Y tarde o temprano acaban saliendo, perjudicando, en casos extremos, nuestra salud -consumo de alcohol, drogas o medicamentos- e influyendo, de paso, en la vida de las generaciones posteriores.

La epigenética ha estudiado los efectos de las guerras y las hambrunas y cómo los traumas, las muertes y las experiencias de intenso dolor de nuestros ancestros extienden su influencia a través de huellas en los marcadores genéticos y celulares de los descendientes de quienes las sufrieron

La buena noticia es que, como dice Garriga citando al psiquiatra estadounidense Milton Erickson, “nunca es tarde para tener una infancia feliz”. Es decir, podemos aceptar lo que sucedió aquellos años primordiales y darle un sentido útil y favorecedor.

“Los padres viven en nuestro interior y nos relacionamos con nosotros mismos en relación con cómo experimentamos a nuestros padres. A mí me gusta decir que el buen vínculo con los padres, o reparar la relación con los padres, tiene muchos beneficios en muchos ámbitos de la vida. Te va mejor en el ámbito del amor, en el trabajo, en la relación con tus propios hijos…”.

En definitiva, decir sí a la vida es aceptar los problemas o las complicaciones, mirar a la realidad de frente, por mucho que a veces parezca que no tiene sentido, para comprenderla e integrarla. Y generar, a partir de ahí, “una perspectiva que abra caminos”.

Fuente: La Vanguardia.

 

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