Nos pasa seguido: por la calle, o en un encuentro social, nos topamos con alguien de nuestra misma edad a quien no vemos desde hace muchos años, e inevitablemente tendemos a comparar si tiene mejor o peor aspecto que nosotros: el tiempo transcurrido fue el mismo para ambos, pero muy probablemente percibamos diferencias. "Está igual", pensaremos, o, por el contrario, "está estropeado: se le notan los achaques..." No es casual, ni mucho menos excepción. "Cada uno envejece a su manera: hay factores que influyen y hacen que uno tengo mejor o peor manera de envejecer que otro", destaca un equipo internacional de científicos liderado desde la Universidad Duke (EE UU).
Los investigadores emplearon información obtenida en el estudio Dunedin, que reunió información sobre la salud de más de mil personas de la ciudad neozelandesa desde su nacimiento, entre 1972 y 1973, hasta la actualidad. Y analizó 10 biomarcadores, como el índice cintura-cadera, la salud de las encías, el nivel de colesterol y triglicéridos o la presión arterial. Así, calcularon la edad biológica de los individuos y la contrastaron con su edad real. Pese a que todos tenían 38 años, a algunos de ellos les correspondía una edad biológica de hasta 28 años mientras otros llegaban a los 61.
Además, los científicos midieron el ritmo de envejecimiento de los voluntarios tomando como referencia la variación de 18 biomarcadores entre los 26 y los 38 años. Así observaron que mientras la mayor parte de la gente envejece un año biológico por año cronológico, algunos envejecían hasta tres años biológicos por año cronológico. En el otro extremo, tres de los participantes en el estudio Dunedin tenían un ritmo de envejecimiento biológico inferior a cero, recuperando juventud fisiológica durante la treintena.
Mientras la mayor parte de la gente envejece un año biológico por año cronológico, algunos envejen hasta tres años biológicos por año cronológico
Los autores del trabajo, que se publica en la revista PNAS, también observaron que quienes envejecían más rápido y tenían una edad biológica mayor, sufrían un descenso más rápido del cociente intelectual, mayor riesgo de demencia o peor equilibrio. Además, los propios voluntarios que acumulaban años biológicos a mayor velocidad tenían una percepción peor sobre su salud y parecían más viejos a ojos de observadores independientes.
Aunque los investigadores reconocen que aún deberán afinar sus mediciones, los resultados muestran que es posible cuantificar las diferencias en la velocidad a la que envejecen personas jóvenes, poniendo la base para poder medir la efectividad de tratamientos antiedad aplicables antes de que el deterioro físico se vea en forma de enfermedades.
“Nuestra investigación puede impulsar los esfuerzos para prevenir enfermedades y la discapacidad relacionada con la edad de dos maneras. En primer lugar, hace posibles otros estudios que prueben de qué manera diferentes factores de riesgo pueden acelerar el envejecimiento. En segundo lugar, hace posible la evaluación de terapias antienvejecimiento en personas jóvenes”, explica Dan Belskey, investigador de la Universidad Duke y autor principal del estudio.
“Antes, los estudios se tenían que centrar en tratar adultos más mayores porque los efectos de la edad se suelen medir evaluando patologías cognitivas o físicas”, continúa. “Tratar de ralentizar el envejecimiento en individuos que ya han desarrollado enfermedades crónicas es una batalla cuesta arriba. Las terapias para ralentizar el envejecimiento en personas jóvenes pueden ser más efectivas porque los procesos relacionados con la enfermedad aún no se han puesto en marcha”, concluye.
Para completar sus resultados, en el futuro, los investigadores quieren medir qué parte del ritmo al que envejecemos está relacionado con la genética y qué parte con el estilo de vida.