Desde afuera de la profesión, más de una vez nos preguntan qué sentimos ante un paciente que sufre, al dar una mala noticia y cuando ya no podemos hacer más nada. Claro que es muy personal, muy subjetivo, pero vale la reflexión al respecto. Al menos, es seguro un tema difícil de transitar en algunas especialidades, como es el caso de los que trabajamos en terapia intensiva, ahí en el borde mismo de la vida.
Mi respuesta es SÍ. Si me preguntan si a los médicos nos duelen los pacientes, digo sí. Esa es mi experiencia. Eso me pasa.
Comparto recuerdos...
Corría el año 2010. Estando de guardia en terapia intensiva me llaman para un ingreso desde emergencia. Era de noche. Me dice un médico: "Ingresó un paciente de 80 años, con un probable ACV, que por tomografía es isquémico en ventana para tratamiento trombolítico" (tenía 2 horas de iniciados los síntomas, algo significativo para nosotros). Le digo que vaya a cama 10, "hablemos con los neurólogos y que la familia haga el ingreso".
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Era José, de 80 años. Salgo a hablar con la familia para explicarle qué tenía y qué se le iba a realizar. El procedimiento tiene sus complicaciones y hay que advertirles. Al abrir la puerta, encuentro diez personas, todas vestidas de fiesta. José se había descompuesto en el casamiento de la nieta. Ana y Silvia, esposa e hija, fueron las que recibieron la información. Pronto, gracias al tratamiento recibido, recuperó gran movilidad de su hemicuerpo derecho y pasó a una habitación.
Pasaron los años. Corría 2016 y, por esas cosas raras de la vida, encuentro a Silvia, la hija de José, en la misma habitación que alojó a su padre años atrás. Pero ella tenía 52 años y estaba cursando un postoperatorio de una lesión en el bazo. No sorprendimos al vernos. Su esposo y su hija se alegraron de encontrarme. Agradecieron por aquella noche en que les hablé de José; dijeron que se habían sentido contenidos en ese momento tan especial y angustiante a la vez, donde les había tocado atravesar un casamiento y una enfermedad en el mismo momento.
Silvia no estaba bien. La lesión en el bazo era un Linfoma No Hodgking, una enfermedad de la sangre. Comenzaron las complicaciones postoperatorias y, luego, el tratamiento quimioterápico y, otra vez, sus complicaciones. Hubo muchos momentos duros, ingresos a terapia intensiva, pases a habitación, intercambios varios entre el equipo médico, la familia y yo para definir cómo seguir.
Se hizo todo lo mejor que se pudo. Se fue a casa, luego reingresó. Cuidamos que tuviera confort y contención dentro de su cuadro, difícil y complicado. Un jueves, Silvia se fue, desapareció físicamente para su familia y para cada uno de los médicos que seguimos su enfermedad. Era Silvia, no era un número ni un paciente más.
¿A los médicos les duelen sus pacientes? Sin duda que sí. ¿Todos son iguales para los médicos? En esencia sí, pero hay una empatía con algunos que hace que la relación medico-paciente sea más fuerte. Y nos pasa a muchos
Hay cientos de relatos similares cuando a un médico le toca transitar por toda la etapa de la enfermedad de una persona.
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A los médicos nos pasa que sabemos el diagnótico, los tratamientos y las complicaciones propias del conocimiento teórico, pero hay otras cosas que no podemos saber y es la empatía y los sentimientos que van a surgir de cada relación con la persona que asistimos, que cuidamos, que acompañamos.
La empatía no es un sentimiento sino una actitud que nade del esfuerzo por entender la posición del paciente durante una relación asistencial
El médico debe intentar entender la enfermedad desde la perspectiva del paciente, desde su vulnerabilidad, una cuestión que muchas veces se hace difícil en un sistema de salud fragmentado como el argentino.
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Algunos pacientes solicitan de manera repetida y para cualquier tipo de demanda marcadores de empatía. El profesional suele ignorar estas peticiones y avanza en sus tareas semiológicas preguntando, por ejemplo, sobre los síntomas. Existe acuerdo en que ello es correcto, siempre que al final el profesional trate de devolver alguna de estas peticiones de empatía, algo así como: “antes no le respondía porque estaba centrado en una tarea que requería toda mi atención, pero escucho y entiendo su ansiedad, su temor...”
También hay que entender que la empatía se enseña y se trasmite desde cada referente médico que uno tiene durante su carrera y en el ejercicio de la medicina
Los prejuicios grupales hacia “pacientes pesados” también se difundirán como gotas de aceite, por no decir juicios de valor en torno a lo que es un paciente “con una enfermedad interesante” y otros “que no tienen nada y vienen a molestar”. Un liderazgo positivo y responsable de un equipo pasa por detectar y contrarrestar estos prejuicios que degradan nuestra tarea profesional y humana.
- Por Alejandro Risso Vazquez. Médico especialista en terapia intensiva. Coordinador Médico Terapia Intensiva. Sanatorio Otamendi y Mirolli.
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