En los últimos años aumentaron notablemente los estudios sobre la obesidad y sobrealimentación. A nivel mundial se ha encendido una alarma porque hoy, el exceso de peso es el factor de riesgo más importante para las enfermedades cardiovasculares y la diabetes. En 2008 nuestro país se dictó una ley nacional, la 26.396,que declara de interés nacional la prevención, el tratamiento y la investigación sobre la obesidad junto con otros trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia.
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Las neurociencias también han abordado esta problemática y la estudian de manera interdisciplinaria y desde distintos planos (desde lo genético, lo molecular, lo neurobiológico y lo conductual).
La sensación de hambre se genera cuando, al llevar un tiempo sin comer, se activan en nuestro estómago mecanismos moleculares que controlan la falta de nutrientes en el tubo digestivo. Entonces, el estómago secreta una hormona llamada “grelina”, que actúa sobre los receptores del cerebro, específicamente el hipotálamo, área vinculada con la regulación de la conducta alimentaria.
A medida que comemos, se disparan mecanismos relacionados con la saciedad. A nivel gastrointestinal se han identificado varias hormonas que le envían señales al hipotálamo para inhibir el apetito y estimular el gasto energético.
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Pero, ¿qué sucede cuando se come más allá de la saciedad? A nivel neurológico, el impulso a comer que experimenta la persona obesa no es tan diferente que el impulso de un adicto hacia las drogas. En 2001 el médico investigador Gen-Jack Wang midió en personas con sobrepeso la cantidad de receptores de dopamina, un neurotransmisor que activa los sistemas del placer y la recompensa, que se encontraban en áreas cerebrales como el núcleo accumbens. Los resultados mostraron que cuanto mayor era el Índice de Masa Corporal de las personas, menor era el número de receptores de dopamina.
Al igual que personas adictas a las drogas, las personas con mayor sobrepeso sufren de una escasez de dopamina
Esto, posiblemente, hace que busquen nuevas recompensas y consuman más comida. El cerebro compensa el exceso de dopamina que ha recibido, luego de un atracón, reduciendo el número de receptores de este neurotransmisor.
La amígdala es otra área del cerebro involucrada en la conducta alimentaria. En una investigación se registró que se activaba cuando personas miraban fotos de alimentos solo si tenían hambre. También se relevó mayor actividad en esta área en estudios sobre la adicción a las drogas.
Otra región del cerebro implicada en las adicciones es la corteza orbitofrontal (COF), que parece funcionar como un centro de control de vigilancia de nuestro comportamiento.
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Las personas que sufrieron lesiones en la COF por un accidente o una enfermedad con frecuencia no pueden controlarse, actúan de manera impulsiva y demuestran cierto grado de comportamiento adictivo. Además, se ha demostrado que la COF se activa en menor grado en personas adictas que en personas sanas. Y se observó que está asociada al procesamiento del placer y las aversiones alimentarias.
Es esencial considerar todos estos datos que brinda la ciencia a la hora del diseño de tratamientos individuales y de políticas públicas. Para que el dicho de las leyes impacten cada vez más en los hechos de una mejor vida de toda la comunidad.
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