Sabemos lo sensible que es el tema de la salud mental de un presidente. Básicamente, y tomando el contexto político-cultural de nuestro país por ejemplo, se trata del bien más preciado de una Nación, considerando la estructura institucional jerárquica donde el máximo mandatario se encuentra en una abrumadora soledad (a pesar de ser la persona más reconocida públicamente por los ciudadanos).
Esto significa, en otras palabras, que si el país camina es mérito del presidente y si se incendia, también. Nuestra idiosincrasia algo fanatizada nos hace mirar con esta visión bipolar y simplista el devenir de los sucesos estructurales del país.
Y en este escenario poco venturoso, la implacable intensidad de los estresores diarios pone a prueba la resiliencia de la máxima autoridad institucional.
Un estudio muy serio de Jonathan Davidson y su equipo de la Duke University Medical Center, en el que se analiza la salud mental de los 37 primeros presidentes de EE.UU. entre 1776 y 1974, concluye en que al menos la mitad de los presidentes ha padecido alguna anomalía mental.
James Madison, John Quincy Adams, Franklyn Pierce y Abraham Lincoln sufrieron depresión. Thomas Jefferson y Theodore Roosevelt mostraban signos de ansiedad y desorden bipolar, respectivamente.
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Los investigadores bucearon en las historias biográficas de estos líderes e incluso en datos de enfermedades físicas asociadas a las patologías mencionadas. Por ejemplo, dolencias corporales, apnea de sueño y otras pueden ser encontradas en algunos de estos presidentes.
La pregunta sería, entonces: ¿estos mandatarios no pueden ejercer su mandato debido a su condición psíquica?
El cuidado de la salud mental
Los datos actuales de la psiquiatría, con sus avances e impacto directo en la salud, nos permiten afirmar que un buen tratamiento profesional, sumado a la psicoterapia, pueden redundar en una estabilidad anímica de quienes padecen ciertos problemas psíquicos. Así, la depresión y el trastorno bipolar, por ejemplo, parecen gobernables en el contexto de un tratamiento eficaz. De tal forma, un presidente podría ejercer su cargo debidamente contenido y adhiriendo a una terapéutica.
El problema reside en que en todos estos tratamientos se recomienda la disminución de los estresores cotidianos y una organización funcional del tiempo que permita, por ejemplo, el ejercicio físico y el tiempo de ocio, aspectos que evidentemente parecen bastantes limitados por las agendas prescriptivas de los presidentes.
El estrés desmedido, las presiones y preocupaciones pueden vulnerar la coraza protectora de cualquier persona
Sin lugar a dudas, ante la aparición de sintomatología psíquica, un mandatario debería buscar la ayuda profesional conveniente y ajustarse a un plan terapéutico conductual donde pueda amortiguar el impacto de las presiones y demandas de su entorno. Como dijimos, ejercicio físico más tiempo libre, más alguna práctica relajante como la meditación, pueden ser elementos fortalecedores del bienestar anímico de una persona con tan grandes responsabilidades.
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Después, obviamente, un equipo asesor político que sostenga y contenga el accionar presidencial y pueda co-gestionar en la función vendría muy bien. Es evidente que cualquier persona, por sana y resiliente que sea, perdería su equilibrio en un lugar de tanta exposición.
Por último, el equipo médico presidencial debería ser interdisciplinario y con una participación activa en el cuidado y prevención de la salud del mandatario. Su eficacia incide directamente en los caminos de nuestra nación.
- Martín Reynoso es psicólogo, especialista en Mindfulness y autor del libro “Mindfulness, la meditación científica”, de Editorial Paidós. Su espacio en Facebook se llama Mindful Brains. Lo recomendamos.
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