Es un tema complejo, donde reina un combo de temores, angustias, prejuicios y sospechas de intereses económicos que nos lleven innecesariamente a un tratamiento de fertilidad asistida. Pero es fundamental arrojar luz sobre ese enchastre emocional que asoma cuando un embarazo se demora o no llega para aliviar el sufrimiento psíquico, analizar con claridad la situación y tomar una decisión informada, sin perder tiempo ni subirse, tampoco, al apuro ni las propuestas de otros.
Uno de los primeros focos es cuándo consultar. Y, en este punto, se mezclan criterios médicos diferentes con consejos familiares de lo más variados. Es decir: otro enchastre. Limpiemos, entonces. Es fundamental entender que no hay un único consejo, porque todo depende de la edad y de los antecedentes. No es lo mismo una persona de 30 que una de 40, ni una persona sana que otra que tiene en historia clínica algún problema que pueda haber alterado su capacidad reproductiva.
Los expertos dicen que después de transcurrido un año de relaciones sexuales regulares sin embarazo, se puede empezar a sospechar de la existencia de alguna alteración. Obviamente, el coito debe realizarse sin ningún tipo de protección y teniendo en cuenta los días fértiles de la mujer. En casos de edades más avanzadas, se recomienda consultar después de transcurridos seis meses de relaciones sexuales regulares y no consecución de embarazo.
Es importante saber que, en Argentina, la Ley de Reproducción Asistida, sancionada en 2013, establece que toda persona -sin importar su edad, orientación sexual o estado civil-, puede acceder a los tratamientos de fertilidad cubiertos por los establecimientos asistenciales. Tanto el sector público de salud como las obras sociales y las prepagas deben cubrir hasta 4 tratamientos anuales de baja complejidad y hasta 3 tratamientos de alta complejidad, además de la medicación necesaria.
La consulta a un especialista en fertilidad, a la vez, puede bajar la ansiedad y el sufrimiento que la demora del embarazo genera, y quizá ajustar pequeñas variables sin tener que llegar a un tratamiento de fertilidad. Hasta hace unos años, existía la "sospecha" de que al visitar a un especialista, uno terminaba indefectiblemente en una fecundación in vitro. Es clave saber que no es así: que la medicina reproductiva es una especialidad más, como cualquiera otra, y que puede ser un gran aliado en el sueño de un hijo. Es una baranda que podemos usar en un proyecto importante de la vida.
En la primera visita, el especialista averiguará la historia clínica de la pareja o de la mujer, si va sola. Cada caso es particular, pero las pruebas para determinar la infertilidad son comunes: incluyen una historia clínica y un examen físico completos de ambos miembros de la pareja.
En la primera visita, el médico hace una revisión de la historia clínica, repasa antecedentes reproductivos y tratamientos previos, y determina qué pruebas adicionales son convenientes
En el caso concreto de la mujer, las pruebas básicas son el estudio hormonal basal, la ecografía y la histerosalpingografía, aunque el abanico puede ampliarse en función de la paciente. Para completar el diagnóstico será necesario valorar también, en el caso del hombre, la calidad del semen mediante un seminograma (o espermograma). Este análisis es necesario para que el médico pueda realizar un diagnóstico del varón. Aunque ya lo tenga realizado previamente, en algunos centros importantes lo hacen allí mismo, ya que el resultado puede variar en función del procedimiento que se utilice al analizar la muestra. Para realizarlo es necesario que el paciente acuda a la clínica con un período de abstinencia sexual de tres a cinco días.