La novedad e incertidumbre que conlleva la pandemia mundial hacen que se perciba como un factor estresante importante para muchos menores y sus familias.
Hay mayor estrés en la crianza de los hijos y, a su vez, un mayor riesgo de una crianza severa
A esto se le suma la incertidumbre económica por la que pasan y pasarán muchas familias, lo que contribuye a una angustia emocional y a un mayor riesgo de problemas psicológicos en un plazo corto.
Niños y Covid
Los niños han protagonizado los debates más acalorados en torno a la crisis sanitaria generada por la Covid-19. Las dudas sobre si se contagian tanto como los adultos, si son los principales transmisores de la enfermedad, si está su sistema inmunológico más preparado que el de los adultos para superar la enfermedad, o si había que reabrir cuanto antes los centros educativos, entre otros, acarrean una evidente incertidumbre sobre la que no es sencillo tomar decisiones.
Los primeros en abandonar sus rutinas
Así, desde el comienzo de la pandemia se afirmó que los niños transmitían más fácilmente la enfermedad, que eran una franja vulnerable y se entró en una espiral de culpabilización de los más pequeños. Los menores fueron los primeros en tener que abandonar sus rutinas y, posiblemente, sean los últimos en recuperarlas una vez volvamos a una situación de cierta normalidad, viendo sus derechos más mermados que otras franjas de la ciudadanía.
Aunque las medidas adoptadas por los diferentes países en torno al confinamiento pueden considerarse necesarias, hay motivos de preocupación porque el confinamiento prolongado en el hogar y el cierre de las escuelas y los parques, entre otros, podrían tener efectos negativos sobre la salud física y mental de los menores.
Cómo ha visto una madre a sus hijos
El estudio que hemos llevado a cabo tiene como objetivo explorar cómo los menores de 7 y 8 años han experimentado y vivido el tiempo de confinamiento, analizado desde la perspectiva de sus progenitores.
Hasta donde conocemos, este trabajo es el primero de su tipo en investigar cómo la pandemia de Covid-19 ha influido en la manera de ser y pensar de los menores, vista a ojos de sus familiares más cercanos.
Los resultados del estudio se organizan en torno a una historia que toma como referencia el periodo de confinamiento de una madre trabajadora en tiempos de encierro
“La profunda voz de Pedro Sánchez resonó en la pantalla mientras conteníamos la respiración, sin mirarnos. Ajenos al anuncio, los niños seguían jugando tranquilamente en otro rincón de la sala. Cuando terminó el discurso, recuerdo que pensé: ¿y ahora qué?… Apenas unos minutos después de que se hiciera oficial el estado de alarma y de que el presidente emitiera una larga lista de prohibiciones, las cosas empezaban a cambiar… De nuevo, miré por la ventana. No había nadie en la calle. Ese era nuestro mundo ahora. Un mundo a través del cristal.”
“Ya era la hora de cenar. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo previamente, mi marido y yo iniciamos una sobreactuación de bromas, historias y payasadas en ese tono autoprotector de "aquí no pasa nada” para hacer creer a nuestros dos hijos, quienes seguramente aún no eran conscientes de lo que acababa de ocurrir, que se trataba de una noche de sábado cualquiera“.
La constatación más inmediata es la confirmación de que el confinamiento de los menores en los hogares y el distanciamiento social de sus seres queridos, amigos y familiares cercanos, han despertado miedos e inquietudes entre madres y padres y, consecuentemente, entre los menores
"Con el paso de los días, me sorprendió la madurez de mis hijos para asimilar, naturalizar y comprender lo que estaba sucediendo. Pronto aceptaron que no podían salir por el coronavirus, excepto papá, que era un ‘trabajador imprescindible’, algo así como un superhéroe en sus cabezas.”
“En general, no hubo quejas, ni miedos, ni excesivas preguntas. A veces el pequeño dejaba entrever sus pequeñas inquietudes. "¿Podemos celebrar Halloween, mamá?”, preguntaba. “¿Y si los Reyes Magos no pueden venir por el coronavirus?”. Sus temores se reflejaban en esos terribles terrores nocturnos que se habían hecho más frecuentes. El mayor también empezó a colarse de nuevo en nuestra cama, lo que automáticamente envió a mi marido a otra habitación libre. Solo allí conseguía tener un sueño tranquilo. Salvo esa especie de catarsis nocturna que revelaba que no todo “iba de maravilla”, los días transcurrían para ellos entre la alegría y la diversión".
Sus temores se reflejaban en esos terribles terrores nocturnos que se habían hecho más frecuentes
"Las peleas eran frecuentes, pero también parecían haber desarrollado sus propios mecanismos para resolver los pequeños conflictos. Mi marido y yo nos esforzamos por proporcionarles actividades que les mantuvieran entretenidos”.
Ansiedad y fobia social
Las inquietudes, las inseguridades, las muertes atribuidas al virus, entre otras causas, han despertado en las familias unos sentimientos de ansiedad y fobia social de los que desconocemos el alcance. Asimismo, procuran afrontar el futuro próximo con esperanza y optimismo, con la ilusión de que la situación será tal y como la recuerdan antes de que el virus entrara a formar parte de sus vidas.
Las ganas de vivir, de volver a los parques sin miedo, de abrazar a los amigos, de jugar en grupo y de estar en la escuela se encuentran entre sus principales deseos y necesidades
“Finalmente, llegó el día en que nos dejaron salir. Atrás quedaron aquellas breves ocasiones de catarsis, que ahora recuerdo como entrañables, en las que cantábamos al unísono el famoso "Resistiré” mientras los niños nos acompañaban aporreando sus instrumentos musicales de juguete y haciendo música con el ruido. Salir de casa era un pequeño rayo de luz al final del túnel. Se volvió pálido cuando nos dimos cuenta de las condiciones en las que era posible esta pequeña libertad. Encontrarse con amigos y vecinos en la calle y no poder acercarse a jugar o verlos sin una máscara era duro para los niños".
“El pequeño echaba de menos especialmente a sus mejores amigos, a algunos de los cuales no veía en los paseos porque, según sus padres, estaban ‘tan cómodos y felices en casa con sus hermanos y hermanas que no querían salir’. Otros no salían en absoluto. Todavía es demasiado pronto para determinar qué huella dejará todo esto en nosotros, especialmente en los más pequeños”.
Pequeños "sin voz"
Queremos señalar la importancia que tiene nuestro estudio en tanto que favorece la escucha atenta de aquellos a los que normalmente se deja sin voz: madres y padres como “altavoz” de los más pequeños. Saber escuchar sus inquietudes, sus vivencias, sus temores y expectativas en torno a una situación de crisis sanitaria –o cualquier otra– es importante para poder ser comprensivos con ellos y ayudarles a superar el duro proceso de adaptarse a una nueva vida.
“Las medidas que están tomando los políticos están muy alejadas de los intereses de los niños. La clase política, arraigada en su reino particular sin nadie que se le oponga, ha reducido sus horizontes sociales hasta tal punto que ha llegado a creer que lo sabe todo sobre el mundo y los niños. Se aferran a la idea de seguir dictando las pautas haciendo oídos sordos a las necesidades de los niños. Se han conformado con la indiferencia, la rutina y la tozudez de quienes no saben qué hacer pero dicen a los demás lo que tienen que hacer. Las leyes están hechas con un solo propósito: mantenernos a raya cuando nuestros deseos se vuelven excesivos. Pero los deseos de los pequeños no son en absoluto inmoderados, y no se necesita ninguna ley para limitar sus necesidades más básicas”.
Voces que ayudarán a la reconstrucción social
Además, en la base de una escucha cercana y activa se encuentran el bienestar emocional, físico y social de las personas. Las voces de estos participantes, así entendidas, pueden aportar elementos clave para la reconstrucción social, cultural y educativa tras la crisis del Covid-19.
En la base de una escucha cercana y activa se encuentran el bienestar emocional, físico y social de las personas
“Me viene a la mente el caso de un perro guardián que ha sido criado con cariño y a la vez confinado durante toda su vida. Cuando se escapa de su celda, el mundo le parece tan extraño que empieza a gruñir y a volverse agresivo, de modo que a partir de entonces se le tacha de agresivo y pasa el resto de sus días encadenado. A los niños les puede pasar lo mismo: la situación antinatural de estar confinados en sus casas sin poder salir ni ver a sus amigos y familiares puede hacer que pierdan ese impulso amoroso y solidario que debe caracterizar a los seres humanos”.
Lo veo en los adultos, esa desconfianza hacia los demás como si fueran el enemigo, el infectado. Los niños también lo ven y aprenden de lo que están viendo
Lo veo en los adultos, esa desconfianza hacia los demás como si fueran el enemigo, el infectado. Los niños también lo ven y aprenden de lo que están viendo. Quizá sea necesario cultivar una cierta ignorancia, una cierta ceguera que permita el gesto del amigo sin tapujos, sin miedo. Sin esta ceguera, la vida en sociedad puede resultar insoportable".
Fuente: theconversation.com
- Gustavo González Calvo - Didáctica de la Expresión Corporal, Universidad de Valladolid.
- Con colaboración de Marta Arias Carballal, profesora del Departamento de Inglés del Instituto de Enseñanza Secundaria “José Jiménez Lozano” de Valladolid.