¿Estás criando un hijo con “Síndrome del álbum lleno”?

Darles a los hijos satisfacción garantizada, todo al alcance de la mano, puede traer problemas a futuro. Compartimos el por qué.

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El empacho de confort y la sobreprotección son tan peligrosas como el desamparo, advierte el psicólogo Alejandro Schujman. Darles a los hijos satisfacción garantizada, todo al alcance de la mano, puede traer problemas a futuro.

Dice una mamá: “No sé por qué no crece, si nunca le faltó nada. Nos ocupamos de todo lo que precisaba, lo que pedía lo tenía. Los mejores colegios, todo lo mejor, ¿desde chiquita eh? La vida por ella dimos. Y ahora está ahí, dando vueltas en círculos con su vida, sin saber qué hacer. No estudia, ni busca trabajo y se enoja cuando le decimos algo.”

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Qué es el "Síndrome del álbum lleno"

Dicen que toda pregunta bien formulada encierra en sí misma la respuesta. Esta madre interrogaba al destino, a sí misma y a este profesional sobre por qué su hija de 24 años no encontraba la salida de la adolescencia para entrar al mundo adulto. La respuesta estaba en la pregunta: le dieron todo, nada precisaba fuera de la casa paterna.

La voracidad de los padres provoca la inapetencia de los hijos, dan todo por ella, pero llega el momento en el que tiene que decidir y está vacía. Parece pasarla bien, pero no. Es una muchachita angustiada aunque disimule. Nada por desear fuera de la casa, nada que impulse, obligue y catapulte al crecer.

Recordemos que el camino saludable del crecimiento es la ruta que va de la endogamia a la exogamia (endo-adentro, gamia–familia, exo-afuera). Y para que esto suceda tiene que haber algo en el afuera que impulse, y estos padres no pudieron generarlo en su momento. De todas formas hay que resaltar que nunca es tarde.

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Álbum completo, ilusiones vacías

Tengo 53 años, de niño solía coleccionar figuritas. Coleccionaba también monedas antiguas y estampillas que canjeaba y compraba alrededor del ombú en el parque Rivadavia, en la ciudad de Buenos Aires.

Voy a explicar algo para los menores de 35 años: en aquellos tiempos, para los 8-9 años, teníamos los coleccionistas de “cromos” palabra que en aquella época no existía, una rara especie: las figuritas difíciles. Cada colección tenía 1 o 2 piezas que estaban en muy pocos paquetes, por supuesto a discreción del fabricante. Había premios para aquellos que pudieran completar los álbumes (una pelota de fútbol o una muñeca).

Mi abuelo Lázaro (pequeño de estatura pero gigante en su humanidad) me daba dinero todos los domingos por la noche. Los lunes, al volver de la escuela, apenas terminaba de almorzar cruzaba al quiosco de enfrente de mi casa y le pedía a Mary “deme todo en figuritas”.

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Abría tembloroso los paquetes esperando que en ellos pudiera estar la mona Chita de Tarzán, la tarántula, o el ratón Ayala (recuerdo a esas tres figus difíciles).

Nunca pude completar un álbum y no importaba demasiado, lo importante era jugar, coleccionar, llenar una página o dos con un equipo de fútbol completo: eso ya era la gloria.

Los recreos cambiando figuritas en el patio de la escuela, el chupi y la tapadita. No importaba llenar el álbum, importaba jugar, importaba ser niño, contaba la emoción de pensar que en ese paquete pudiera estar la figurita difícil.

Si nada se desea, el motor del crecer, que es la pasión, queda anulado.

Cuarenta y tres años después, aquí estoy escribiendo esta nota y hace ya varios lustros, nuestros chicos tienen un servicio adicional, gestionado por el fabricante de figuritas más importante del mercado de habla hispana. En la web de la empresa se puede leer: “Para solicitar el servicio de álbum lleno de las colecciones vigentes puedes hacerlo entrando a www….”. Todo un símbolo de nuestros tiempos, y está muy bien, es el negocio del empresario.

Cada figurita pedida por este medio cuesta lo mismo que un paquete completo. La empresa hace lo suyo, y como sabrán los especialistas en marketing, para que exista la oferta tiene que preexistir la demanda (aunque también es cierto que se puede generar una necesidad que no preexiste).

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El fabricante hace su negocio, pero me preocupan los chicos, y de ellos somos los responsables nosotros los adultos.

Como padre, me he descubierto en el mismo parque Rivadavia, varios años atrás, intentando conseguir la figurita de Messi para mi hijo Santi, un domingo a las 9 de la mañana, éramos todos padres, mi hijo dormía calentito en la cama. Llovía, hacía mucho frio, y éramos unos 20 grandulones alrededor de la fuente del parque con listados de las figus que les faltaban a nuestros hijos.

Ahí entendí todo y me pregunté: "¿Qué hago acá?"

Estaba reproduciendo el mismo mecanismo que el fabricante de figuritas, le estaba dando a mi hijo la satisfacción garantizada, le estaba allanando el no sufrir, el que nada le pase: “Papá va a estar acá para que completes tu álbum de la Champions League”. Le estaba regalando un empacho de confort. Allá los fabricantes de figuritas, allá los publicistas: no repitamos los padres este mecanismo que poca ayuda a que nuestros hijos crezcan.

Los chicos de hoy no se aburren y somos responsables por ello. Eduardo Galeano decía que “solo los tontos creen que el silencio es un vacío, no está vacío nunca. Y a veces la mejor forma de comunicarse es el silencio”.

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Y de la misma manera en estos tiempos en que taponamos todos los vacíos, les completamos todos los álbumes de “cromos”, hacemos sus deberes del colegio, hablamos en lugar de ellos. Cuando no hay nada por decir, el silencio es una opción inteligente, maravillosa.

En estos tiempos líquidos en los que intentamos tapar todos los agujeros y vacíos, la ausencia de palabras incomoda, hay que hablar, de algo hay que hablar. Y emparchamos la imaginación con monitores, intentamos que nada les falte y no entendemos que si nada les falta nada querrán gestionar.

La música no existiría si no fuera por los silencios, y la vida es una sinfonía que durará lo que tenga que durar. Dejemos a nuestros niños en libertad, y una vez más, cerca para cuidarlos, lejos para no asfixiarlos.

Cuento un dato, los países nórdicos tienen la tasa más alta de depresiones y suicidios. Más allá de las largas noches, la oscuridad y el frío, mucho tiene que ver el altísimo estándar de vida que permite que nada falte, que todo esté casi al alcance de la mano, que el esfuerzo sea muy poco necesario.

Todo es posible en ese mundo; poco hay para desear y, si nada se desea, el motor del crecer, que es la pasión, queda anulado.

Estas generaciones de padres y madres son hiperfacilitadoras de confort. Plantean que sus hijos "ya tendrán tiempo de sufrir y les damos todo lo que podemos".

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¿El resultado?

Niños y niñas con umbral de frustración bajísimos, capacidad de espera cero y que a los 25 años quieren ser gerentes.

Si no pudimos en los primeros años de crianza gestionar aquellas cuestiones que tienen que ver con desandar el empacho de confort para que puedan autolimitarse y hacer su transición, pues demos inicio cuando sea, pero pongamos a rodar lo necesario para que nuestros hijos vuelen y puedan dejar el nido de la forma más saludable posible.

Le explicaba a esta madre que interrogaba y les digo a ustedes: el desafío es hacerles a nuestros hijos -cuando están en esa posición de aparente confort pero les aseguro que mucho malestar- la vida amorosamente incómoda. Suena raro, pero es así.

Que lo que no pudimos escatimarles por omisiones o errores en los primeros años de crianza se lo demos ahora. Dar y quitar es el juego. La sobreprotección es tan peligrosa como el desamparo. Mostrarles la salida, empujar con toda nuestra ternura y ganas de verlos despegar.

¿Qué poner en la mochila?

Los padres preparamos varias mochilas a lo largo de la crianza. La que nuestros hijos deben llevar al jardín de infantes, la de la escuela primaria (los primeros años al menos), la de la colonia de vacaciones (ese invento cruel pero necesario en las grandes ciudades), la que deberán llevar a la casa de algún amiguito cuando van a pasar la noche allí. La de las vacaciones, la de ir a la casa de los abuelos. Mochilas para vivir, mochilas para crecer, mochilas para salir al mundo del afuera.

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Llega el momento, aunque ya sean grandes que deberemos seleccionar amorosa y responsablemente qué poner en la última mochila que les armaremos.

Tomen lápiz y papel, pongamos en ella:

  • Umbral de frustración, cantidad suficiente.
  • Sentido de la responsabilidad, el que precisen.
  • Capacidad de decisión, toda la que podamos darles.
  • Sueños, ilusiones y ansias en lo porvenir.
  • Todo nuestro amor.

Como GPS de sus vidas, debemos ser certeros los padres en gestionarles el camino para que puedan comenzar a ser sus propios garantes. Cuando son pequeños, lo básico, y algo más si podemos, corren por nuestra cuenta. Casa, comida, educación, ropa, salud, a cargo de los padres.

Lentamente (y como punto de inflexión en la finalización de los estudios secundarios), ellos deben comenzar a transformarse en sus propios gestores, a garantizarse que tendrán lo que precisan para caminar por el mundo adulto.

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Si no tienen el andamiaje nada podrán hacer y estarán deambulando por el malestar como la muchachita del inicio. No demos la vida por nuestros hijos, no precisan tanto, o mejor dicho, precisan diferente.

  • Que les falten figuritas.
  • Que se aburran, que del aburrimiento salen los mejores momentos del vivir.
  • Que tengan en sus dormitorios algunos juguetes que no estén, porque no pudimos comprarles o sencillamente porque decidimos no hacerlo.
  • Que la última mochila que les armemos sea la que les permita dar el salto, a la una, a las dos, a las tres, es tiempo de volar, tiempo de animarse a soñar, de desafiar los miedos, los propios y los nuestros también, porque crecer asusta, pero ya están listos si les dimos lo necesario.

¡Al infinito y más allá, y a vivir!

  • Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y Herramientas para padres.

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