¿Mala suerte o buena suerte? Quién sabe.
Diez años atrás, luego de sentir un pequeño bulto en mi mama izquierda corrí a hacerme ver. Los médicos me dijeron que no era nada importante y que volviera a controlarme en seis meses para confirmar que el bulto hubiera desaparecido.
Era un fin de semana largo. Las palabras de mi médico no me habían tranquilizado para nada y me presenté el lunes siguiente diciendo que me quería operar.
Me dijeron que estaba loca, que no estaba indicado para casos como el mío. Insistí y logré que me hicieran la cirugía pocos días después.
Entré al quirófano con todo el mundo diciéndome que me operaba inútilmente, que era caprichosa y que me sometía a una anestesia sin ninguna necesidad.
Me desperté con la peor noticia. Esa “nada” que debía desaparecer solo en pocos meses era cáncer. Mi instinto no se había equivocado.
Contra todos los "diagnósticos", esa “nada” que debía desaparecer sola en pocos meses era cáncer
Me dijeron que, por suerte, era muy pequeño y que el tratamiento con rayos iba a ser suficiente. Retomé mi vida a la espera de los resultados.
Llegaron dos semanas después y, ese pequeño “nada”, que se había convertido en un pequeño “algo”, no había querido dejar mi cuerpo en la cirugía y tenía que volver a operarme en menos de un mes.
Entré otra vez al quirófano pero tampoco fue suficiente. Tuve que operarme de nuevo pero finalmente lo conseguí. Quedó afuera.
Sin embargo, faltaba mucho por recorrer. Vino la quimioterapia y, con ella, los efectos colaterales. Elegí mirar la otra cara de la moneda: me quedé sin pelo pero tenía unas pelucas lindísimas; adelgacé pero podía seguir disfrutando de la comida; durante la quimio me sentía mal pero al cuarto día podía volver a trabajar; me habían sacado una mama pero encontré un cirujano que me dejó mejor que antes.
A veces lloraba pero eran muchas más las veces que encontraba motivos para reírme. “Sos un cuerpo sano con una teta enferma”, me dijo mi clínico y lo creí. Esa frase me acompañó durante todo el proceso. Yo no estaba enferma.
Sos un cuerpo sano con una teta enferma... Yo no estaba enferma
“De ésto no te morís seguro. Veremos qué precio tenemos que pagar. Esta es una historia triste con final feliz”, me dijo mi oncóloga y tuvo razón. Lo que yo no podía prever era qué tan feliz iba a ser.
Yo seguí, el tratamiento avanzó y lo completé con la reconstrucción estética. Pasaron los estudios y todo estaba bien. El tiempo borró los recuerdos tristes y las secuelas fueron dejando mi cuerpo.
Excepto una: siendo muy joven quedé estéril. Yo no estaba casada y no tenía hijos ni pareja en ese momento.
Mi cuerpo estaba bien y sano pero ya no era capaz de darme el hijo que había deseado desde siempre. Mi gran sueño de ser madre se había acabado.
Mi cuerpo estaba bien y sano pero ya no era capaz de darme el hijo que había deseado desde siempre
En ese momento mi fe se manifestó como nunca. Pensé que ya estaba bien, como antes, y que esta era la única consecuencia. Me pregunté si eso tendría algún sentido más profundo.
Y así fue. Me puse en manos de Dios y empecé el largo camino de la adopción. Un año despúes de terminar el tratamiento que me salvó la vida y me dejó estéril, la vida me dió a mis dos princesas.
Dasha y Eluney son sus nombres. El primero significa regalo de Dios y el segundo significa regalo del cielo. Eso es lo que ellas son para mí.
Un año despúes de terminar el tratamiento que me salvó la vida y me dejó estéril, la vida me dió a mis dos princesas
El día que conocí a mis amores entendí todo. Entendí por qué nunca me había casado, por qué nunca había tenido hijos, por qué me había enfermado, por qué me había quedado estéril y por qué me había curado.
Ellas eran para mí. Ellas y no otras. La historia estaba escrita con todos y cada uno de sus capítulos. No había detalle que hubiera sido dejado al azar.
Mala suerte o buena suerte, ¿quién sabe?
- La autora de esta nota se llama Patricia, hoy continúa trabajando mientras cría a sus dos hijas en Buenos Aires.