Los miedos en la infancia son normales, aunque hay signos de alerta que indican que el niño puede necesitar ayuda. Hablamos sobre el tema con la psicóloga Maritchu Seitún, autora de prestigiosos libros sobre crianza.
La mayoría de los niños pasan por etapas de miedos, de angustias, donde se sienten invadidos y amenazados por distintos "fantasmas". ¿Debemos preocuparnos?
Los miedos son normales y esperables en muchas etapas. Son señales internas de alarma que nos ayudan a cuidarnos, e incluso nos preocupamos cuando no aparecen a ciertas edades en los chicos porque puede implicar que algún paso madurativo no se está cumpliendo.
Variarán según la sensibilidad o la reactividad personal de cada chiquito, y también de acuerdo al entorno, ya que los padres con nuestras actitudes podemos transmitir que el mundo es un lugar seguro o que es muy peligroso, y toda la gama intermedia entre uno y otro extremo. Además, distintos niños harán más o menos caso a esa idea que les presentamos acerca del entorno.
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¿Cuáles son los miedos "normales" para cada edad?
Durante los primeros meses de vida el bebé rara vez muestra miedos. Está muy "hacia adentro" y no se reconoce como una persona separada de su mamá, salvo chiquitos muy sensibles que registran por demás (sin tener todavía la capacidad de regular eso que sienten) diferentes estilos de atención, tonos de voz, ansiedades, ruidos, etc.
Entre los seis y los ocho meses
Aparece la angustia del octavo mes (así la llamó René Spitz): el bebé reconoce la cara de su mamá y, por lo tanto, registra las que no son de su mamá y se asusta, llora mucho cuando se separa de ella, se despierta angustiado de noche, esto dura un mes o dos y pasa.
Se combina a veces con una dentición dolorosa /molesta y también con el gateo, logro maravilloso que a la vez los habilita a alejarse de mamá como nunca antes, y entonces se pueden asustar. Lo mismo ocurre al año cuando empiezan a caminar: su nueva adquisición les permite a veces alejarse más allá de lo que su personita resiste, y aparecen el llanto y el miedo. El miedo surge de la mano de lo nuevo, lo desconocido, lo diferente, hay que conocerlo y eventualmente amigarse, y no siempre resulta sencillo.
A los dos años
Con la ruptura de la simbiosis, el bebé se reconoce como una persona separada de su mamá e irrumpen los miedos con mucha fuerza; a estos temores los celebramos, porque ya no necesitamos seguir a nuestro hijo por todos lados, como tuvimos que hacer entre el año y los dos años, cuando carecía de la noción de peligro: miedo a la oscuridad, a quedarse solo, a bichos y otros animales, a las alturas, a los ruidos, a personas y lugares desconocidos.
El saberse separados los hace pegotearse a mamá para, desde sus brazos, explorar el entorno. En esa época aparecen los terrores nocturnos: gritan de noche aterrados, parecen despiertos, pero no lo están y a la mañana siguiente no se acuerdan.
A los cuatro años
Resurgen miedos por una mayor integración de los distintos aspectos de sus personitas que ocurre a partir de la constancia objetal (conciencia de la permanencia de personas y objetos). Se dan cuenta por primera vez de que ellos son una sola persona (con sus aspectos amorosos y hostiles) y que también sus padres lo son. Junto a este rebrote de miedos (los anteriores, y se agregan, monstruos, fantasmas, "malos", etc.) aparece también la conciencia, la preocupación y a veces el miedo, a la muerte.
No sirve retarlos ni enojarse. Lo ideal es acompañarlos y darles recursos para usar ante sus miedos cuando no estemos cerca
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Alrededor de los 8 o 9 años
Un nuevo salto madurativo intelectual puede traer miedos al tener más conciencia cabal del mundo y las cosas que pasan o podrían ocurrir. En esas edades vemos más el miedo a la inseguridad, a la separación o muerte de los padres, a enfermedades, a cuestiones climáticas como terremotos o tornados, que estaban fuera de la posibilidad de ser pensados en años anteriores.
Muchos chicos se despiertan de noche con miedo. ¿Qué debemos hacer los padres? ¿Contener, limitar, qué sirve? Cuando ocurre muchas noches suele generar mucho malestar en la familia y sufrimiento en el niño.
No sirve retarlos ni enojarse, sí acompañarlos y darles recursos que puedan usar ante sus miedos cuando no estemos cerca. Cuanto más nos enojamos y los amenazamos, sumamos un nuevo miedo al primero: "que papá o mamá me dejen solo". Los miedos se resuelven con paciencia, haciendo pequeños cambios consecutivos hasta que se acostumbren a lo temido, primero de nuestra mano, después con nosotros cerca, hasta darse cuenta de que pueden estar sin nosotros y todo está bien.
Hay muchos buenos recursos para fortalecer a los chicos, la respiración profunda les permite retomar el control de sus personas, tener información sobre el tema, acercarse a lo nuevo sin presiones ni apuro, etc. Hablo de ellos en mis libros: "Criar hijos confiados, motivados y seguros", y "Capacitación emocional para la familia".
Cuando el niño empieza a "achicar" su mundo a causa de sus miedos podemos hacer una consulta profesional para ayudarlo
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Un ejemplo: cuando un chico tiene miedo a la oscuridad, podemos ayudarlo mucho si le permitimos prender y apagar la luz (controlar él la situación), si le regalamos una linterna, si jugamos al gallito ciego o al cuarto oscuro, es decir "amasando" la oscuridad en distintas situaciones hasta que logre dominar su miedo.
¿Cómo nos damos cuenta si nuestro hijo necesita ayuda profesional? ¿Conviene que el niño vaya a terapia o es mejor que los padres consulten e intenten primero resolver el tema en casa?
Como los miedos también se relacionan con una no adecuada conexión con la sombra (la parte oscura y rechazada de nuestra persona, al integrarla nos sentimos fuertes y, en cambio, al rechazarla nos sentimos débiles y pueden aparecer los miedos), y como en este aspecto tiene mucho peso la cosmovisión de los padres, me resulta fundamental la orientación a padres para trabajar los miedos.
Creo que la indicación de terapia se relaciona con un sufrimiento excesivo o con un chico que por causa de su miedos vive en un mundo muy pequeño. Una de las dificultades es que los chicos, cuando van creciendo, rara vez dicen "tengo miedo", más bien tienden a negarlo y decir "no me interesa", "no tengo ganas" o "no me gusta" y no es sencillo saber si esa es la verdad o si es un miedo disfrazado.
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