Mariano, ingeniero de sistemas de una corporación reconocida en el mercado, se muestra tenso y molesto mientras se acomoda en el sillón de su casa y prende la televisión casi automáticamente. Ha tomado una porción de pizza fría de la heladera y la mastica con bronca, como triturándola. Su mirada se sostiene fija en la pantalla mientras el dedo va cambiando de canal dinámicamente y eso da la pauta a su pareja que no ha tenido un buen día. Ella sabe que los buenos días para Mariano son casi excepcionales, ya que también conoce su manera de sentir los proyectos que desarrolla y adivina, con experticia de acompañante de varios años, que las cosas hoy no le salieron “perfectas”, como él desea.
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Mariano es uno más de la legión de perfeccionistas que hoy abunda en la ciudad. Su autoexigencia mayúscula en busca de estándares de máxima calidad lo han hecho escalar de manera constante en los casi quince años de profesión, aunque también han desarrollado en él una visión muy rígida de sus acciones en el trabajo, y a menudo en la vida cotidiana. Si las cosas no caminan como se las imagina, están mal.
Un estudio reciente descubrió que cada generación de adultos jóvenes desde 1980 es más proclive a experimentar perfeccionismo que la generación anterior. Estos resultados fueron publicados en el Journal Psychological Bulletin y 2están basados en un metaanálisis (estudio de muchas publicaciones sobre el tema) a lo largo de tres décadas en estudiantes universitarios en Estados Unidos. Sin dudas, parece que se trata de una epidemia.
Ya lo anticipaba nuestro héroe mayor con su frase apocalíptica, el general José de San Martín: “Serás lo que debas ser, si no no serás nada”.
En busca de lo imposible
En un sentido general y siguiendo al diccionario, un perfeccionista es quien tiene una actitud de buscar la perfección en lo que hace, mejorándolo indefinidamente sin decidirse a considerarlo nunca acabado.
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“En un sentido más psicológico- nos dice la licenciada Carolina Marsollier, del equipo de psicoterapia de Ineco (instituto de Neurología Cognitiva)- podríamos definirlo como la implementación de estándares muy demandantes autoimpuestos e implacablemente perseguidos a pesar de que esto causa problemas. El tema es que basamos el propio valor en relación a cuán bien perseguidos y alcanzados son esos estándares”.
Carolina agrega que, siguiendo a Anthony y Wilson, podríamos clasificarlo en:
- Perfeccionismo dirigido hacia sí mismo (criticismo).
- Orientado hacia los demás (exigencias hacia los otros y dificultad de delegar).
- Prescripto socialmente (los demás tienen expectativas elevadas de nosotros y tratamos de alcanzarlas).
Considerado en muchos casos un “bien social y laboral”, ya que muchas personas de estas características son confiables y alcanzan altos niveles de rendimiento en lo que hacen, no solemos ver el dolor y malestar que provoca en ellas cuando llevan al máximo esta forma de hacer en el mundo.
En tal sentido, la profesional considera que es un problema psicopatológico “si afecta la calidad de vida de la persona, sus vínculos sociales y el desempeño de sus tareas (como en los pacientes obsesivos que no acaban lo que hacen por no lograr la perfección) y también cuando transforma momentos de ocio y descanso en desafíos”.
Pelando la cáscara para ver qué hay debajo
Pero: ¿qué subyace debajo de la fachada de perfeccionismo de una persona? Muy probablemente una personalidad construida en base a la exigencia parental (en la mayoría de los casos) y del entorno, un estilo ansioso o muy autoexigente que hace que nos “pongamos en marcha” constantemente y un reconocimiento pobre de nuestro valor como seres humanos.
Esta visión da curso a una fuerte energía de autoexigencia que presiona, a veces de manera implacable, sobre nosotros mismos.
Para la Licenciada Ximena Dávila, especialista en Mindfulness y Autocompasión, prevalece lo que llama la voz crítica: “Esta voz hiperexigente, descalificante, tan lapidaria, es la que nos lleva a niveles altísimos de perfeccionismo y nos termina haciendo daños muy profundos. En esta carrera de la perfección, de querer lograr más, querer ser mejores, querer tener más dinero, querer tener más status social, muchas veces lo único que logramos es tener más frustraciones, más insatisfacciones, o sea, más sufrimiento.
También es ocasión de incremento del sistema de defensa y amenazas -señala- seguramente asociado a la autocrítica, a la vergüenza, a la exigencia, como también del sistema de logro, que correlaciona con el consumo y el status social. Mientras que un sistema que los equilibra y complementa, el sistema de calma y seguridad (soothing system, según Paul Gilbert) está apenas activado”.
¿Entonces, cómo hacer en este mundo moderno, para mejorar sin lastimarnos?
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Transformándonos en seres autocompasivos
Cuando existen niveles severos de perfeccionismo, una terapia seguramente se enfocará, según lo que señala la licenciada Marsollier, en
- Hacer un buen examen de las áreas problemáticas y descubrir pensamientos y conductas asociados.
- Observar el automonitoreo de pensamientos y conductas de la persona.
- Psicoeducación (explicar qué es el perfeccionismo y sus riesgos).
- Experimentos conductuales.
Aunque en recientes investigaciones, la llamada “terapia de la compasión” o inclusive la práctica de la meditación centrada en la compasión parecen también muy efectivos para trabajar con este problema actual del perfeccionismo. El único inconveniente que le encuentro es que la persona no tenga la suficiente motivación para hacer el cambio que necesita, lo que no es extraño ya que este estilo de personalidad suele ser muy rígida (creencias que sostienen esa forma de pensar y vivir) y con pobre autocomprensión de los efectos negativos. Pero si lo hay, no me cabe duda que es muy efectiva.
“Desde este abordaje -menciona Ximena- podemos cambiar nuestra manera de relacionarnos con el perfeccionismo, cambiar nuestra relación con la voz crítica y comenzar a tener una nueva relación con nuestra voz autocompasiva. Así podemos ser mas amables con nosotros mismos cuando algo no sale como queremos que salga o cuando se nos presentan problemas.
Ser amables con nosotros nos ayuda a calmarnos y tranquilizarnos en esos momento difíciles. La autocompasión activa el sistema de clama y seguridad, relacionado con la activación de la oxitocina y los opiáceos endógenos que nos ayudan a tranquilizarnos y sentirnos mejor.
Especialmente los gestos físicos de autocompasión y las frases bondadosas generan un sentido de seguridad y calma que contrarresta el estrés generado por el sistema de amenaza y logro.
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¿Cómo practicar la autocompasión?
“Hay muchos ejercicios, pero las frases autocompasivas que cada persona debe construir pueden ayudar: evocan una intención, un deseo, no un objetivo ni una meta”, nos señala. Pueden ser frases simples, sencillas, breves y claras que expresen la necesidad básica como amor, seguridad, salud, paz alegría, felicidad.
Las decimos en un tono amable, suave y cálido y a un ritmo lento varias veces.
1. Notá tu malestar. Sentilo en el cuerpo
2. Etiquetalo
3. Date una pausa autocompasiva, ya sea con algún gesto tranquilizador o una frase autocompasiva.
Uno de los últimos estudios llevados adelante sobre el tema, con adolescentes y jóvenes de la Universidad católica de Australia y la Universidad de Sidney, del mismo país, en febrero de este año, arrojó muy buenos resultados para un programa autocompasivo con personas perfeccionistas.
No sólo se observó una mejora en la calidad de vida y el bienestar, sino también una disminución de síntomas depresivos, propios de quienes se someten a sí mismos a la filosa crítica de sus pensamientos y conductas.
Evidentemente, tenemos que comenzar a desarrollar una perspectiva amplia (desde la educación y la sociedad en general) mucho más amable, compasiva y equilibrada en cuanto a la autoexigencia que practicamos diariamente para disfrutar más de nuestro paso por este mundo.
- Martín Reynoso es psicólogo, especialista en Mindfulness y autor del libro “Mindfulness, la meditación científica”, de Editorial Paidós.
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