Una montaña rusa sin cinturón de seguridad, un camino de cornisa sin guardarrail, un avión con su piloto con panic attack... Así se siente navegar los mares de la crisis que sufrimos por estos días los argentinos, plenos de incertidumbre, ausentes de garantías, con la angustia de sentirnos sin timón ni timonel. Un gran y triste deja vu, sin ese efecto mágico y de sorpresa que estos fenómenos psíquicos tienen.
Esto es repetir otra vez la misma historia, tropezar otra vez con la misma piedra, otra vez sopa, fría y contaminada…
Un chiquito de 6 años hace unas horas me dice: “A mi papá lo echaron del trabajo ayer. Está muy triste, no le va a alcanzar la plata para vivir. Yo tengo una colección de autitos, son muy caros. Son re caros, mi mamá me dice siempre que me lo va a comprar: Valen una fortuna, te compro solo uno. Si los vendo mi papá va a tener un montón de plata, ¿no?"
Le explico que el padre es joven, inteligente, que va a poder conseguir otro trabajo. Y que él, aunque vendiera sus autitos de colección, no podría solucionar el problema, y que además es chico, que de eso se ocupan los grandes.
Digo todo eso y el nudo en la panza gana la partida. No sé si el padre podrá conseguir trabajo, no por sus habilidades sino porque estamos, otra vez, en una de esas angustiantes crisis de este querido y golpeado país.
Y sí, él es chico, pero nació en Argentina, un lugar maravilloso donde misteriosamente no podemos sostener tiempo prolongado de calma y bonanza porque la codicia, la soberbia y las grietas nos constituyen.
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Hablar de tristeza profunda serpia poco, es más que eso. La sensación de ir sin rumbo, el dólar de 20 a 30, y de 30 a 40, sin que nadie pueda dar cuenta de qué pasa y cuándo para. Como si fuera una fiebre misteriosa y vemos a los economistas correr, cual médicos, explorando tratamientos que logran efecto. Y todo ocurre, una vez más, por mezquindades que se repiten, porque no comparten el conocimiento, porque no hay, una vez más, un equipo, porque no tiramos todos para el mismo lado. Porque muchos disfrutan y se sienten ganadores cuando el dolor ajeno los confirma y porque aún en este país, tan herido de dictaduras, muchos se animan a vociferar que un gobierno democrático se caiga y no termine. Y es patético. De todos lados, triste y patético.
Esta crisis la sufrimos millones de argentinos y se enriquecen unos pocos, los de siempre, creo yo, que de economía no sé nada y, de política, muy poco. Pero entiendo de transparencia, de vínculos de credibilidad, de ponerse la camiseta, y de pasiones. De eso sí entiendo y, como en la magia, de eso “nada por aquí, nada por allá”.
Un pueblo que una vez más, sufre... Y duele, duele este querido país.
Salgo a la calle y Emi, amigo, hermano y vecino, con una latita de cerveza en sus manos para “ahogar las penas” me cuenta que en su pequeña gráfica los proveedores no le pueden dar precios, no hay… Y la rueda gira para atrás.
Entro a la fiambrería de Jorge (un gran tipo que vende uno de los mejores jamones que probé) y me dice, angustiado, que está comprando con el dinero que no tiene para no desabastecerse. “Yo no toqué los precios, la gente no tiene la culpa. Hoy no entró nadie Ale, están todos pegados al televisor…” Grandes tipos mis vecinos... Duele escucharlos y duele compartir la angustia ante tanta incertidumbre, ante el miedo, ante la memoria del 2001 y de tantas crisis que imprieron heridas que no quieren volver a sangrar.
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Una amiga posteaba algo que escuché en algún lado. Dice los especialistas hablan
de 4 modelos de país: desarrollados, subdesarrollados, Japón y Argentina. En las antípodas Nipones y Argentos, fuera de las clasificaciones estándar. Fue la única sonrisa (amarga) del día... Dicen que el humor salva pero da bronca e impotencia por los pibes, por mis hijos.
Mientras escribo ésto veo en los medios la marcha para abrazar la universidad pública. Mi hijo mayor, que durmió en la toma de la facultad, quiso bañarse en los
vestuarios de Ciudad Universitaria y no había gas: recorte presupuestario, explicaron.
Me duele el país. Pena, bronca y más bronca por toda la gente que se rompe el alma trabajando y no logra tener las condiciones mínimas de paz y de certidumbre para dar sentido al esfuerzo, para sostener un proyecto, para confiar...
Siento que no tenemos el país que nos merecemos, no… Somos merecedores de otra cosa, tenemos un territorio maravilloso y es buena gente la gran mayoría de los argentinos. Pero... ¿Y entonces? ¿Por qué pasamos una y otra vez por este bendito deja vu?
Mientras entendemos, hagamos algo. Cuidemos a quien podemos cuidar, seamos solidarios, miremos qué necesita el que tenemos al lado, saquemos la vista de nuestros ombligos porque así nos va. Quizás sea tiempo de achicar grietas, aunque nos duela el corazón (y el orgullo), porque tanto enfrentamiento y tanta mezquindad nos lleva puestos. A todos.
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“Mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, en lugares pequeños, puede cambiar el mundo”, decía el maestro Galeano. Un poco de poesía, en este caos, es virtud... Y es oportunidad.