No es un prejuicio de adultos conservadores ni un resabio de los tiempos en que toda reacción por parte de la autoridad se tuteaba con lo represivo (y donde todo lo represivo era, sí o sí, mala palabra): en todo el mundo, gobiernos y especialistas en adicciones asocian las fiestas electrónicas al consumo de drogas. Es más: hasta los nombres de las fiestas están muchas veces vinculados al descontrol, el exceso, la pérdida de conciencia, el desafío a los parámetros normales del tiempo y del propio cuerpo: no hay día, no hay noche, no hay cansancio, no hay otro. La propuesta es aturdirse, anular la cabeza y entregarse a los "sentidos". Puede ser interesante y hasta divertido, pero es hipócrita esconder que esos objetivos están asociados muchísimas veces al consumo de sustancias psicoactivas, legales e ilegales. Al calor, la sed, los pastillas, el éxtasis, el popper, la ketamina, los ácidos, los hongos alucinógenos y otras nuevas variantes del mercado.
Cinco jóvenes murieron en Time Warp ("deformación del tiempo"), una mega fiesta electrónica de fama mundial, que se celebró ayer viernes en Buenos Aires. Y hay otros cinco chicos internados graves, con asistencia respiratoria. Durante la noche, mientras muchos se desplomaban, mensajes de WhatsApp y redes sociales contaban a los gritos cómo se vendían drogas de todo tipo cada dos metros, ante la vista gorda del personal de "seguridad"; contaban que no se podía respirar; que el lugar estaba repleto; que "un pibe se murió al lado mío"; que "si no te sabés drogar, no lo hagas", y otros espantos, expuestos a los ojos y oídos que todo aquel que quisiera hacerse cargo de lo que pasaba en Costa Salguero.
Lo curioso, y lo indignante, es que se trata de un secreto a voces. Las marcas que sponsorean los eventos lo saben, los empresarios asumen que habrá venta de drogas y no lo evitan ni denuncian, los organizadores ven caer los chicos como moscas, la "seguridad" lejos de asistir golpea o saca a un costado a los que entran en shock o se desmayan. Y todo sigue: la propuesta de perder la noción del tiempo y descontrolar se sostiene hasta las últimas consecuencias. Con entradas de 600 pesos y botellitas de agua a más de 50, canillas muchas veces sin agua y otras perversiones, la "fiesta" sigue llenando bolsillos de unos cuantos mientras cientos se juegan la vida en una noche de locos.
Está claro que el punto no es demonizar las fiestas electrónicas porque la mayoría de la gente va a disfrutar de la música y a divertirse, pero todos saben lo que pasa ahí adentro, y todos fingen distracción o disimulan mal su indiferencia: fiesta tras fiesta, todos nos enteramos cómo la gente "vuelca" de a montones; cómo sobró calor y faltó agua; cómo vendían drogas y pastillas para todos los gustos y bolsillos cada dos pasos...
Las drogas sintéticas se expanden entre los jóvenes amparadas en un falso manto de inocuidad, protegidas por marcas y famosos que lo asocian a lo más "cool" de las propuestas nocturnas. Hasta que pasa lo que pasó este fin de semana: jóvenes muertos, varios más graves, cuadros agudos de intoxicación severa, ambulancias privadas que no dan abasto para sostener la clandestinidad, el SAME trasladando muertos y entregando "chicos" pasados de drogas a terapias intensivas de hospitales de la zona.
Las drogas sintéticas se fabrican a través de procesos químicos. A diferencia de la cocaína o la marihuana, no se obtienen de un vegetal sino a partir de cambios moleculares realizados en laboratorios para lograr resultados psicoactivos. Lo que hacen es estimular la liberación de serotonina y/o dopamina, intensificando los sentidos, generando deshinibición y empatía con el entorno y alentando la ganas de moverse y bailar, "sin" cansancio. Quienes las consumen relativizan sus riesgos, pero los especialistas advierten: "Las consecuencias son devastadoras. Afectan el sistema neurológico de manera aguda o crónica, como efecto residual por uso repetido. Además de deterioro intelectual, puede generar parkinsonismo, hemorragia o infarto cerebral, trastornos del habla y hemiplejias", advierte el neurólogo Marcelo Merello, del Fleni. El psiquiatra Eduardo Kalina también cuestiona fuertemente el rótulo de "droga recreacional": "Puede producir cuadros graves de hipertermia, seguidos de convulsiones y/o de un alto riesgo cardíaco".
El éxtasis aumenta la temperatura corporal (puede llegar a extremos letales de 42 grados) y estimula la sudoración. Esto puede generar deshidratación y cuadros de insuficiencia renal agudos. Además, el cuerpo desarrolla tolerancia y pide más, con un consecuente y riesgoso aumento de la dosis.
Se sabe que en las Creamfields y otras fiestas electrónicas hay intoxicados de a montones, jóvenes infartados, descompensaciones severas, gente inconsciente y otros "secretos" que conocen bien las guardias de hospitales cercanos a la Costanera... Y nada. Todo sigue. Al amparo de la hipocresía de padres, empresarios, funcionarios y marcas famosas que hacen como si nada pasara, la diversión termina de la peor manera. La muerte debe parar la música y exigir responsabilidad, controles y acción. ¿Hacemos algo, nos "ocupamos", o esperamos otra tragedia para seguir fingiendo escándalo y preocupación?
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