La identidad es uno de los conceptos sobre el que el descubrimiento del ADN ha ejercido una enorme influencia. La posibilidad de leer la totalidad de la secuencia genética que un sujeto porta en su ADN ha permitido determinar exactamente la identidad biológica de las personas, identidad que hace posible explicitar la singularidad de cada individuo. Así, ante este nuevo conocimiento, biólogos, sociólogos, antropólogos, filósofos y el universo "psi" comenzaron a debatir sobre el peso que la identidad biológica tiene en la construcción de la personalidad.
La identidad biológica es la que delimita la imagen fenotípica de las personas; es la responsable de la aparición de determinadas enfermedades y es, también, la plataforma que predetermina, probablemente, muchas de las características conductuales. Y es justo allí, sobre esa plataforma, donde actúa el medio ambiente, disparando un abanico de reacciones sucesivas que finalmente conducen a que alguien sea como es.
Un "ser" dinámico, que desde su nacimiento hasta el último instante en que su cuerpo se mantiene con vida, va recibiendo nuevos estímulos y sufriendo transformaciones.
En esta línea podríamos aseverar que, hasta fines del siglo XIX o principio del siglo XX, para el nacimiento de un hijo resultaba condición necesaria la unión de un hombre con una mujer, el contacto físico entre ellos, el desplazamiento de un espermatozoide del cuerpo del hombre al de la mujer; la fecundación en el vientre de la madre y el desarrollo, allí dentro, del embrión que culminaba con el alumbramiento del hijo. Un niño cuya madre solo podía ser la biológica, aquella que lo había dado a luz (con la salvedad de los niños adoptados). Un niño al que se le otorgaba un único padre, al que se reconocía como tal porque se asumía que era su padre biológico. Un hijo que portaba los genes de quienes lo habían concebido y que, al menos físicamente, iba a parecerse a ellos.
La identidad biológica delimita la imagen fenotípica; es responsable de la aparición de algunas enfermedades y es la plataforma que predetermina muchas de las características conductuales
Sin embargo, hoy un niño puede nacer del vientre de una mujer que ha recibido un embrión "concebido" dentro de un laboratorio. Entonces, ¿cómo seguir pensando la dimensión que ocupa la identidad biológica en los niños que nacieron de este nuevo modo? ¿Cómo pensarla desde la función de padre o madre? ¿Cómo, desde el sujeto hijo? ¿Qué, cuándo y cómo informar sobre la estrategia utilizada para que él naciera? ¿Cómo asumen los padres la obligación de comunicar la verdad a sus hijos y cómo enfrentan el temor a que esto perjudique la relación afectiva? Un paso necesario, sino imprescindible, para que ese hijo transite libremente la construcción de su propia identidad, es decir, la resultante de la genética, el tiempo, el espacio y las relaciones.
Históricamente, las técnicas de reproducción asistida surgieron para brindar posibilidad de nacimiento a los hijos de parejas con problemas de esterilidad. Las alternativas terapéuticas abarcan en la actualidad desde la prescripción de fármacos pasando por intervenciones quirúrgicas sencillas que permiten corregir defectos anatómicos, hasta los tratamientos de reproducción asistida. Dentro de este último grupo se encuentra la siguiente variedad: la inseminación artificial, la fecundación in vitro (ICSI), la donación de espermatozoides y ovocitos, y el Diagnóstico Genético Preimplantatorio (DGP).
Ahora bien, mientras estas nuevas técnicas iban poniéndose a prueba en parejas infértiles, la sociedad comenzaba a utilizarlas también para satisfacer la demanda de personas solas, especialmente de mujeres o de parejas homosexuales que deseaban ingresar a la paternidad. Así, mediante el empleo de estas técnicas, fueron naciendo hijos cuyo origen genético no siempre se correspondía total o parcialmente con el de sus padres de crianza.
Los hijos en la era de la Fertilización In Vitro
El desarrollo de la Fertilización In Vitro abrió nuevas y variadas posibilidades. La identidad biológica del niño recién nacido puede corresponderse con ambos miembros de la pareja que luego cumplirán la función de padres, solo con uno o puede no corresponderse con ninguno de ellos. Así, en el primer caso, se utilizan para la fertilización óvulos y espermatozoides de la propia pareja, por lo que los embriones son genéticamente un 50% de la mujer y el otro 50% del hombre. Aquellas parejas en las que la mujer tiene problemas con la producción de sus propios óvulos pueden recibir embriones "fabricados" in vitro a partir de espermatozoides de su pareja y óvulos donados por otra mujer. Esos embriones son genéticamente un 50% del hombre de la pareja y el otro 50% de la mujer donante. La identidad biológica del hijo no tendrá nada que ver con la de la madre receptora.
Pero si la esterilidad de la pareja reside en el hombre, son los espermatozoides los que podrán ser aportados por un tercero. En estos casos, el hijo nacerá con la mitad de la información genética de la madre y el otro 50% del hombre donante de semen. Finalmente, podría ocurrir que el problema de esterilidad lo tuvieran ambos miembros de la pareja. Ellos podrían solicitar la donación de un embrión concebido por FIV. En estos casos, la madre gestora será la mujer de la pareja pero la genética del hijo no tendrá nada en común con quienes luego lo criarán.
¿Acaso en esta última situación sería lícito hablar de una adopción embrionaria? ¿Podríamos, nosotros, introducir un nuevo concepto de adopción, el de la adopción de un embrión en el vientre materno? El significado del verbo adoptar es hacer propio algo ajeno: objetos, costumbres, idiomas; un hijo legalmente. Hasta ahora, una adopción presuponía la posibilidad de darle a un niño albergue en la casa de la propia familia. Quienes reciben un embrión para gestarlo le los hijos del futuro: donación de óvulos y espermatozoides están dando albergue en el vientre.
Mediante la donación de embriones, los donantes serían los sujetos que entregan en adopción y la mujer que lo gestara, la madre adoptiva del embrión. Ya no se trataría de adoptar a un niño que ha nacido, sino a un embrión. La acción de adoptar presupone traer a un niño a la casa de uno; en la adopción de un embrión, el vientre de la mujer ocupa el espacio de la casa. Si bien, hasta el momento, el concepto de adopción no se ha extendido a los embriones, el planteo que aquí hacemos permitiría llevar a cabo esta extensión.
Mientras las parejas con problemas de esterilidad aceptaban la donación de óvulos y espermatozoides seguida de FIV, también comenzaron a utilizar esta nueva tecnología mujeres solteras que deseaban ser madres y también parejas homosexuales. En los casos de las mujeres, se extraen los óvulos de una de ellas, luego se los fecunda in vitro con esperma donado y fi nalmente se introducen los embriones en el vientre de la misma mujer que aportó el óvulo. En las parejas homosexuales de hombres se utiliza el esperma de uno de ellos para fecundar in vitro óvulos donados que serán introducidos para su gestación en el vientre prestado o alquilado de una mujer que puede ser la misma que donó los óvulos u otra.
En cada uno de estos casos la identidad biológica del niño dependerá de quién sea el donante del óvulo y quién, del esperma. Estas modalidades de procreación conducen a un sinfín de preguntas especialmente relacionadas con la identidad del hijo, referidas, por un lado, al peso real que tiene la identidad biológica en la construcción de la identidad (en términos de personalidad) y, por el otro, a la importancia que tiene para ese hijo el conocimiento de su origen genético (o sea, su identidad biológica).
¿Lo biológico es fundamental o no en la construcción de la identidad de un sujeto? ¿Los cambios culturales, volverán menos determinante el peso de lo biológico para la comprensión de lo que se entiende por identidad? En algún momento, ¿la identidad dejará de ser homologable al origen, para acercarse más a la crianza? Mucho que debatir.
Por Viviana Bernath. Fragmento del libro "ADN, el detector de mentiras", editado por RHM (Colección Debate).
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