En España hay un cuento tradicional que me gusta mucho, el de la lecherita pretenciosa. Trata de una muchachita que salió a repartir la leche en su pueblo porque su madre, quien tomaba habitualmente esa faena se hallaba enferma.
Mientras recorría el sendero que la llevaba a destino soñaba para sus adentros: “Criaré pollos, muchos pollos, los venderé aunque el lobo me coma algunos y con esa plata compraré un cerdo y cuando lo carnee compraré una vaca y así llegaré a ser millonaria”. Y tan absorta iba que en el entusiasmo meneaba su cabecita, y la leche se derramaba, con lo que no tuvo ni pollo, ni cerdos, ni vacas, solo un cántaro vacío.
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Fin de Año: tiempo de balance
Las fechas obligan, los ciclos se cierran. Son sólo números, 31 de diciembre, fin de año; 1° de enero comienza otro.
Inevitablemente los cambios de ciclo obligan a un tipo de balance, y comenzamos como un mantra circular: “Año nuevo vida nueva, el lunes empiezo la dieta; el año que viene me pongo firme con el gimnasio, las cosas van a cambiar, ya me va a oír mi jefe, pondré a mi suegra en su lugar y bla, bla bla”.
Todos tenemos, en mayor o menor medida, la secreta esperanza de que el calendario organice y se ocupe de proveernos fuerzas de voluntad y capacidad de tomar decisiones sabias que durante el año no hemos podido llevar adelante
Podemos rápidamente construir el top ten de las excusas por las que no concretamos la gran mayoría de las promesas que hacemos frente a la última hoja del calendario.
Pero principalmente diría que cuando diseñamos un plan de vida el error es enunciar el resultado final como punto de llegada y olvidarnos de diseñar el sendero que nos llevará a él. Así también como aprender de las experiencias que nos regalan los caminos andados.
Hay algunos que conducen al paraíso y pueden ser al mismo tiempo maravillosos y arduos. Encontraremos remansos que inviten a soñar, hay también serpientes que no son venenosas pero asustan, bichos feos, cornisas y curvas imprevistas y seguramente sorpresas inesperadas que alteraran el ritmo del camino.
Hay una cantidad de factores que no podemos controlar y otros que dependen de nosotros. Si queremos encontrarnos con el deseo, seguramente ésta será la única forma de lograrlo. Hay que atravesarlo.
Nunca lo bueno es fácil, nunca lo fácil es bueno, dicen por ahí y creo en eso. En tiempos donde los procesos asustan y la tendencia natural es tomar atajos para leer la última página del libro y enterarnos si los protagonistas se casan o no, en tiempos de inmediatez, la palabra paciencia asusta. Y si hablamos de amor, mejor no hablar de ciertas cosas. La persistencia es clave para lograr lo que queremos.
El espíritu de las fiestas a veces es un trampolín que nos llevará a conseguir los pendientes del año que se está yendo, poder rescatar lo saludable y descartar lo que sobra
¿Y por qué no? Dejar que la sorpresa irrumpa en nuestras vidas, cuando menos lo esperamos, es la manera más fabulosa de que el balance se cuele entre las hendijas de nuestra racionalidad sin pedir ni siquiera permiso.
Y eso nos pone en evidencia que estamos vivos. Podemos en nuestra cabeza diseñar un plan perfecto que repetimos una y otra vez midiendo posibles puntos de quiebre. Pero de nada sirven los planes sino ponemos nuestro corazón en juego. “Si tu signo es jugar juégalo todo, tu camisa, tu patio, tu salud” decía el poeta, y esa es la única forma en la que la el genio de la lámpara que no es otro que nosotros mismos, concederá nuestros deseos.
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Fuerza de voluntad, objetivos claros, medios para procurarnos lo que necesitamos y umbral de frustración alto son recursos esenciales para el cambio
Pensemos en el intento de abandonar el cigarrillo. El fumador suele pensar que nunca es el mejor momento para tomar semejante decisión:
- “Justo ahora que estoy por empezar mis vacaciones no voy a arruinármelas”.
- “Ni se me ocurre sumar los nervios de la abstinencia a la tensión de volver al trabajo después de todo este descanso”.
- “Después del mundial…si San Lorenzo sale campeón…, si me jefe se jubila…”
Excusas y más excusas… Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, y lo cierto es que los cambios de ciclo parecen darnos el refuerzo imaginario que a veces infantilmente pensamos que puede sostener el sacrificio.
Este es el motivo de los “abandonos precoces” de los intentos veraniegos. Cuando el sol de febrero se va apagando, todos los bríos se debilitan si es que no hay un verdadero deseo y una voluntad férrea de hacer el cambio.
Está en nuestras manos modificar aquello que de nosotros depende, y es bueno sorprender a un diciembre con un entusiasmo anticipado, y que enero nos encuentre con el proceso en marcha
Hablemos entonces de balance, y preguntemos, miremos hacia adentro con toda la honestidad de la que seamos capaces. ¿Gestionamos aquellas cuestiones que nos dan nuestra esencia? ¿O corrimos tras falsos ideales, ruidos de ocasión, cotillón de tiempos líquidos? Soportemos la respuesta, y hagamos en consecuencia.
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No dejemos nunca de honrar esta vida que tenemos. Diferenciemos lo importante, lo grave y lo urgente. Tanto correr para llegar a ningún lado, dice la chacarera.
Usemos nuestra energía para aquellas cuestiones que nos acercan a ser felices. Y aquí la pregunta esencial: “¿Qué me hace feliz, o que me acerca a ese estado?” No hay universales, pero les puedo asegurar que a mis 52 años de vida, mis 30 de profesión, puedo sin falsa modestia aseverar alguna cuestión al respecto.
La felicidad está hecha de pequeños momentos, de pequeñas grandes historias que giran en torno a una palabra de cuatro letras, hablo del amor
Que este ciclo que se cierra nos ubique en tiempos de encontrarnos, sin máscaras. Seamos poderosos. Que podamos disfrutar. Que podamos amar. Que podamos reír, jugar, soñar, que nadie nos quite la capacidad única y maravillosa de soñar. Que podamos agradecer, mirar a los ojos, volver a las aldeas circulares, dejar la arquitectura pretenciosa y cuadriculada de nuestros tiempos.
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La lecherita nada sabía de todas estas cosas, fue presa de su propia ambición, llevemos las tinajas sobre nuestras cabezas plenas de deseos que no podrán derramarse si mantenemos claras nuestras intenciones: acercarnos desde el cuero, y desde el alma, a la posibilidad de ser felices.
Levanto mi copa, los miro a los ojos ¡Y les deseo el mejor de los intentos !
- Por: Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Director de Escuela para padres. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y coautor de Padres a la obra.
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