Hablar de un "capital" supone hablar de un bien preciado, de algo valorado. Una riqueza que resulta de un proceso de acumulación, de algo que se ha ganado el "status" de un bien que debe ser cuidado. Un capital, por definición, encierra valor. Puede ser un capital físico o financiero, capital humano, capital de riesgo, capital social o capital propio. Pero también existe otro tipo de capital del que poco se habla: el "capital de salud", un concepto que proviene de la economía y que fue introducido por Michael Grossman, en 1972.
En el caso de la salud, como en todo capital, existe un “deposito” o “reservas” con las que todos contamos desde el momento de nacer. Estas reservas tienen, fundamentalmente, dos orígenes o "insumos": el genético o biológico, que nos viene condicionado por nuestra herencia y donde género y raza son determinantes; y el que nos ofrecerá el medioambiente o entorno en el que creceremos, en gran modo dependiente de las condiciones socioeconómicas de nuestra familia primaria. Estas dos variables, en mayor o menor medida, estarán moduladas durante nuestra existencia por el propio curso de vida, nuestro propio transcurrir en un determinado contexto.
Así como un capital financiero está sujeto a riesgos y oportunidades de los mercados, el capital de salud también está sujeto a riesgos. Esos pueden ser positivos o negativos, y cobran mayor o menor importancia según nuestro momento vital.
Vamos a un ejemplo: una enfermedad infectocontagiosa, como el sarampión, tendrá un efecto muy diferente si afecta en la primera infancia -momento de gran importancia en el desarrollo de las personas y donde la madurez del sistema inmune aun no es completa- o en la vida adulta, cuando las defensas del organismo se hallan en plenitud. Lo mismo una lesión osteomuscular: las secuelas son diferentes en la adultez joven y en la vejez, cuando la mayoría de las capacidades funcionales están en disminución.
Ocho de cada diez personas adultas de nuestra sociedad se enferman, sufren y mueren por las llamadas enfermedades crónicas no transmisibles. Es decir, vinculadas al estilo de vida
Si hoy tuviésemos que ponerle nombre a estos riesgos u oportunidades que nos brinda el “mercado de la vida” sin duda alguna sería “Estilos de vida”. Prueba de ello es que 8 de cada 10 personas adultas de nuestra sociedad se enferman, sufren y mueren por las llamadas enfermedades crónicas no transmisibles –enfermedades cardiovasculares, diabetes, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y algunos tipos de cáncer-, que se originan fundamentalmente en nuestros estilos de vida, en nuestra forma de vivir.
Por ejemplo, tanto la obesidad como el sobrepeso son factores de riesgo para diabetes tipo II, dislipemias, enfermedad cardiovascular y otras enfermedades. Es decir, son factores que impactan en nuestro capital de salud, e impactan en diversos planos: desde la salud física hasta dimensiones más complejas, como la estigmatización social, la autoconfianza o las oportunidades.
Los cambios en los estilos de vida se abordan desde dimensiones individuales, pero también desde políticas públicas planificadas
Invirtamos en salud, mejoremos nuestro capital
Así como en economía existen inversiones a corto y largo plazo, también existen en salud. Invertir en salud ante todo es mirar a largo plazo, pero también y a diferencia de los mercados económicos, disfrutar en lo inmediato. De inversión a largo plazo nos da la razón la expectativa de vida actual, donde la revolución de la longevidad hoy es una realidad y ganancia de los tiempos que nos tocan vivir.
A los estilos de vida se los aborda desde dimensiones individuales, como una dieta adecuada, controles médicos periódicos, un programa de actividad física que reúna criterios de prescripción, pero también desde políticas públicas planificadas, implementadas, monitoreadas y evaluadas por un Estado presente.
Tener salud es tener independencia, es libertad. Ambas solo se aprecian cuando se pierden. Invertir en salud es ser libres y eso se logra solo cuidando lo que se tiene: un capital de salud.
- Diego Bernardini es médico, especialista en adultos mayores y envejecimiento. Es autor del libro “De Vuelta”.