Dietas bajas en hidratos: ¿beneficio o riesgo?

En la era de la carbofobia, los planes cetogénicos cobran nuevo impulso. El impacto en el organismo.

Las dietas tipo Atkins o paleo corresponden a lo que se denomina dieta cetogénica. Se llaman así por los cuerpos cetónicos que se producen al reducirse el consumo de carbohidratos y aumentarse en el organismo la utilización de grasas como fuente de energía. Las dietas cetogénicas se utilizan desde hace décadas para perder peso. Si bien es cierto que facilitan la pérdida de peso, presentan múltiples efectos negativos en la salud.

Dado que los humanos contamos solo con tres opciones de combustibles disponibles -carbohidratos, proteínas y grasas- para compensar la disminución de los hidratos de carbono, se incrementa el aporte de proteínas y especialmente el de grasas.

Hay dietas cetogénicas en las cuales se permite consumir frutas y/o vegetales, pero en cantidades muy controladas. Otras eliminan por completo toda fuente de hidrato: leche, cereales, harinas y también, frutas, verduras y legumbres. En este tipo de dietas, se consumen, casi de forma exclusiva, carnes rojas, embutidos, pescados, quesos, huevos y grasas.

A diferencia de una dieta balanceada, la cetogénica genera aumento de los niveles de ácido úrico, lo que incrementa el riesgo de sufrir gota o cálculos renales. Además, al ser ricas en grasas saturadas y colesterol, aumentan el riesgo cardiovascular y provocan la movilización del calcio óseo, favoreciendo la osteoporosis. Por ser bajas en fibra, generan constipación. Al eliminar alimentos ricos en carbohidratos, que a su vez, son ricos en vitaminas y minerales, pueden ocasionar deficiencias de algunos micronutrientes.

Por otro lado, generan mal aliento dada la elevada producción de cuerpos cetónicos, así como cansancio debido a la escasez de hidratos. No es aconsejable en personas con problemas hepáticos o renales. Finalmente, el bajo consumo de hidratos y de alimentos preferidos o placenteros, genera episodios de descontrol, picoteo y atracones, y esto reduce notablemente la adherencia. Por otro lado, aunque la reducción del peso con este tipo de dietas parece ser importante durante los primeros meses, a partir de los ocho a doce meses no existe diferencia con las dietas balanceadas, por lo que, a largo plazo, no representan una ventaja.

Lo que marca la diferencia en la pérdida de peso a largo plazo no es la manipulación de las proporciones de nutrientes, sino la ingesta de calorías. Aunque la obesidad es un problema complejo, una dieta convencional, variada, balanceada y placentera, con una proporción adecuada de proteínas, grasas e hidratos de carbono en la “ porción justa”, acompañada de ejercicio físico y técnicas de afrontamiento de las emociones y manejo del estrés, sigue siendo la forma más saludable para perder peso. Ya he manifestado que considero que toda idea es neutra, el problema es convertirla en fobia y contaminar con ella al prójimo. Asistimos a una carbofobia inédita. ¿Continuaremos validándola o volveremos al sentido común?

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