La ansiedad está compuesta en gran parte por excesiva preocupación y miedo. Esa preocupación y ese miedo pueden provocar síntomas físicos, tales como cansancio, irritabilidad y problemas para dormir. En los niños, la ansiedad también suele causar malestares estomacales, lo cual puede derivar en falta de apetito y reducción de la cantidad que el niño come.
“La ansiedad y los problemas alimentarios suelen ir de la mano y los síntomas tienden a reforzarse unos a otros” explica la doctora Jocelyn Lebow, médica del departamento de Psiquiatría y Psicología de Mayo Clinic en Rochester, Minnesota.
“Cuando la baja ingesta alimentaria conduce con el tiempo a bajo peso o imposibilidad de ganar el peso necesario para el sano crecimiento y desarrollo del niño, la situación puede tornarse peligrosa” agrega la especialista quien recalca que un bajo peso corporal y una ingesta alimentaria insuficiente pueden empeorar los síntomas de ansiedad.
Cuando un niño ansioso siempre ha pesado poco, eso significa que corre aún más riesgo de caer por debajo de la curva de crecimiento y de que su ingesta se convierta en un factor de su salud mental.
Los estudios han demostrado que incluso cuando la pérdida de peso o la restricción alimentaria empiezan por otro motivo diferente a un problema con la imagen corporal, toda persona puede desarrollar un trastorno alimentario al perder suficiente cantidad de peso.
La doctora de la Mayo Clinic expone un gran estudio clínico realizado en la década de los años 40 en la Universidad de Minnesota, llamado Estudio de Minnesota sobre la Inanición, que demostró esto con hombres adultos que gozaban de salud física y psicológica.
Los participantes en el estudio redujeron drásticamente su ingesta calórica y una vez que llegaron a cierto peso, todos empezaron a enfrentar problemas psicológicos como resultado de la pérdida de peso. Los sujetos acaparaban sus raciones reducidas, pensaban incesantemente en comida, hacían ejercicio de forma compulsiva y se volvieron depresivos y ansiosos.
“En otras palabras, pese a que no tenían problemas corporales y a que la baja ingesta alimentaria no era para perder peso, estos hombres antes sanos empezaron a presentar problemas idénticos a los de las personas con anorexia nerviosa. Básicamente, lo que esto demuestra es que cualquiera puede caer en un trastorno alimentario, aunque no tenga problemas con su imagen corporal” explica la médica.
Y agrega “Otro factor que se debe tener presente es que cuando un niño no come bien o está bajo de peso, las intervenciones para la ansiedad y otros trastornos del ánimo son menos eficaces de lo normal, incluido la terapia y los medicamentos. Por lo tanto, antes de tratar la ansiedad o la depresión, es preciso lidiar con los problemas alimentarios de manera clara e integral, aunque estos no parezcan ser el problema principal”.
Algunos psicólogos no especializados en problemas alimentarios posiblemente no se percaten de este componente de la ansiedad en su evaluación del niño. Cuando los hábitos alimentarios y la ansiedad parecen entrelazarse, lo mejor para recibir una valoración integral es trabajar con un profesional de la salud mental especializado en trastornos alimentarios.
Mientras que busca ese profesional con quien trabajar, tenga también presente que las investigaciones sustentan la aplicación de un tipo de terapia ambulatoria llamada “terapia familiar” (FBT, por sus siglas en inglés), o método de Maudsley, para los niños con trastornos alimentarios, especialmente para los niños pequeños. Busque un psicólogo certificado en ese método de tratamiento.
“Lo bueno en este asunto es la vinculación entre resultados positivos con la pronta intervención en los trastornos alimentarios de la infancia, y los niños más pequeños responden bien al tratamiento” concluye la doctora Lebow.
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