“Para el hombre que teme, todo cruje” decía el filósofo griego Sófocles, consciente de que el temor, una de las sensaciones más poderosas que podemos experimentar, se alimenta de si mismo para hacerse aún más grande. Las emociones son el motor de la vida y nos impulsan a vivir, pero con el miedo no todo es movimiento. Cuando hay miedo todo se detiene, uno mismo puede literalmente paralizarse. Cualquier estado emocional puede ser pospuesto, el miedo no.
También es cierto que el miedo nos hace actuar, pero exclusivamente, para alejarnos o enfrentarnos a la situación temida. El miedo ocurre cuando hay una amenaza y hasta que dicha amenaza desaparezca nada más importa.
“Una persona con miedo puede estar masivamente activada, como quien ataca a un ladrón armado, o en un ataque de pánico, pero también puede desmayarse y perder el conocimiento. Así, una persona asustada puede verse tensa pero también puede estar hipotónica (muscularmente hablando). Este detenimiento ocurre en el cuerpo, en la mente y en la conducta” explica la licenciada Solange García Bardot, especialista del Instituto Sincronía.
Esto que le sucede al organismo cuando siente miedo, le sucede a nivel neurofisiológico y está en relación con la respuesta de una parte muy primitiva de nuestro sistema nervioso central.
"Esta situación de activación y de parálisis también se observa en el cerebro. La amígdala y todo el sistema de alarma se enciende al sentir miedo; mientras que el resto de las funciones cerebrales no relacionadas con este sistema de supervivencia, por así decirlo, se apagan” aclara García Bardot.
Lo podemos observar en la experiencia cotidiana, al sentir miedo no podemos hacer otra cosa más que atender a dicha emoción, y se nos dificulta hacer otras actividades. “Por ejemplo, cognitivamente es muy difícil proyectar, planificar, memorizar y aprender, bajo la influencia del miedo ya que estas capacidades no están relacionadas con nuestro sistema de supervivencia" agrega la especialista. Por eso, una persona que está bajo estrés o ansiedad funciona muy por debajo de sus capacidades.
Reacciones aprendidas
Ante una posible amenaza, lo primero que hacemos es quedarnos quietos y expectantes. Expresiones como “contener la respiración” o “quedarse paralizado por el miedo” hacen referencia a esa respuesta defensiva de inmovilidad, que es una constante con pocas variaciones en todas las especies de mamíferos, incluida la nuestra.
La ansiedad, es muy parecida al miedo pero no tiene un objeto específico, es más difusa y está relacionada con la capacidad cognitiva del hombre a anticipar lo que va a suceder.
"Cuando se nos activa la ansiedad se nos activan las mismas zonas en el cerebro que en el miedo y la respuesta de nuestro organismo es igual en ambas emociones” explica la Licenciada García Bardot.
Visto en estos términos parece bastante claro este maravilloso sistema de supervivencia activado por el miedo. Pero si profundizamos la mirada y trasladamos los conceptos a la vida real, a la complejidad del ser humano y comenzamos a sumar los grises y matices, las cosas comienzan a ponerse sutiles y a complejizarse.
Tomar conciencia de cómo nos afecta el miedo y la ansiedad en nuestra diaria no es algo que aprendimos a hacer, no es algo para lo que estemos entrenados.
Según la misma especialista, más bien nuestro entrenamiento en emociones, está relacionado con mantenerlas a raya (cuando nos incomodan) y si fuese posible hacerlas desaparecer.
Sabemos de evitar, controlar, distraernos, superar, negar y disfrazar las emociones. Pero, ¿qué nos sucede en el cerebro y el cuerpo cuando nos emocionamos? ¿para qué sirven?, ¿por qué nos incomodan tanto?, ¿qué información nos traen?, ¿qué consecuencias tiene ignorarlas?, ¿de qué se trata esa energía que nos aportan y para que podemos usarla?. Aunque no nos queramos enterar somos seres fundamentalmente emocionales y antes que emocionales estamos diseñados para sobrevivir.
Tomar el control de nuestras acciones
Es por eso que la emoción que “manda” es el miedo o la ansiedad. La ansiedad nos afecta a todos y el primer paso para transitarla en forma sustentable para nuestro sistema, es tomar consciencia de ella, saber cómo funciona, qué efectos genera, qué podemos esperar de nosotros cuando estamos ansiosos, conocerla, aceptarla, darle un tiempo y un espacio, saber sobre lo que nos viene a informar, para así conseguir 5 segundos más antes de actuar.
Entender cómo funcionan estas vías nerviosas del miedo, más allá de la mera curiosidad, es un paso fundamental para desarrollar tratamientos eficaces en trastornos como la ansiedad.
El miedo, en particular, produce distintos tipos de reacciones y en varios niveles, nos explica García Bardot:
- a nivel físico distintas reacciones en mayor o menor medida identificables respecto a la intensidad. Ocupa todos los sistemas de nuestro cuerpo: el cardíaco, el digestivo, muscular, respiratorio. La sangre se retira del centro de nuestro tronco, nuestro core affect (núcleo afectivo) y va hacia las extremidades. El cuerpo se prepara para el ataque, la huida o el desvanecimiento.
- a nivel cognitivo genera pensamientos negativos, distorsionados, catastróficos, alejados de la realidad, sobresaliendo las temáticas de muerte, preocupaciones por la salud, accidentes, pérdidas afectivas, de seguridad. Imaginando amenazas a cada paso.
- a nivel conductual la evitación, la lucha, la parálisis, e incluso modalidades de respuesta con exceso de relajación son respuestas conductuales posibles para el organismo estresado o ansioso.
Todas las manifestaciones de ansiedad aparecen en forma graduada dependiendo de la persona, y de la intensidad.
El trabajo específico con las emociones, el cuerpo, la mente y la conducta como unidad es la manera efectiva para entrenarnos y desarrollar la capacidad innata de transitar las emociones. “Todo proceso transitado es en algún momento trascendido” concluye Bardot.