Más que un título es un mantra, el leitmotiv de todo ser humano que se precie, un objetivo a perseguir o, tal vez, se trata de un camino para alcanzar otras metas. Por eso me asalta una duda que comparto con los lectores y lectoras: ¿Es un fin o un medio en sí mismo? ¿Hemos de buscar la felicidad? Y, para ello, ¿debemos transitar por veredas tortuosas o acaso hemos de procurárnosla previamente para la consecución de otros horizontes?
Cualquiera que empiece a leernos pensaría que somos presuntuosos o vanidosos por plantearnos ser felices cuando, a priori, parece más importante ser educados, ser buenos o estar bien alimentados. Sin embargo, mi obligación pasa por procurarles la salud a mis pacientes. Del resto, se ocupan otros.
Gracias a Internet, podemos acceder a infinidad de tratados y artículos más o menos pretenciosos que ponen en valor la felicidad. Unos escritos que ponen en relación directa con la salud, hasta el punto de parecer conceptos sinónimos.
Resulta de todo punto imposible pensar en un estado de felicidad pleno, idílico, que no fuera acompañado de una salud en idéntico estado de explosión, ¡claro está! En cambio, un estado óptimo de salud que necesariamente redunda en una felicidad desbordante.
Si el razonamiento lineal fuera infalible solo las personas jóvenes y poco gastadas serían las más felices. El alma adolescente frecuentemente se abruma y la exuberante plenitud física convive con grandes ansias de felicidad por sentir que carecen de ella.
La verdadera razón creo que reside en que no le damos la auténtica importancia que tiene a la salud hasta que nos vemos privados de ella y es entonces cuando clamamos, imploramos, exigimos ayudas, tratamientos o terapias. Cuando concluye la enfermedad, cuando volvemos al punto de inicio, de normalidad, no aceptamos que ahí pueda radicar un pilar de la genuina felicidad. Así bienestar y felicidad se aproximan.
¿Ven los reclamos de los diferentes sorteos que nos sacarían de pobres a todos los aquí presentes? ¿En cuántos se cita la salud? ¡En ninguno! Porque ni se compra ni se vende, como el color o la estatura, como las cosas del querer. Aunque no tengan 'ná' que ver, que decía la copla. La salud se tiene que trabajar todos los días desde los ángulos físicos y emocionales. En gran medida las causas de pérdida de salud o las ganancias en bienestar están al alcance de la mano. Y no necesariamente del bolsillo. Riqueza y felicidad no siempre maridan en nuestros guisos personales.
Por supuesto que debe ser una experiencia catártica recibir una saca de billetes (aunque ahora se usen más las bolsas de basura) como resultado de un sorteo. Así, taparíamos esos agujeros negros que todos los modestos tenemos sobre la faz de la tierra, que no en el universo lejano, y adquirir algún capricho patrimonial, darse algún homenaje... ¿A quién no le alegraría?
Con la edad, cualquier capricho se torna en algo urgente o algo tan nimio que no merece un bledo de atención. Así que lo material es importante, pero no tanto como la opinión del protagonista de nuestra historia de felicidad a su alcance.
Pero ¿qué son todas esas banalidades si nos falta el cariño y el respeto de nuestros semejantes? O peor aún ¿si nos faltan ellos? ¿De qué sirven si no podemos disfrutarlos en plenitud de condiciones por esa discapacidad, por esa patología crónica o por esa enfermedad terminal? Les aseguro que en ese mismo instante todo, absolutamente todo, lo entregaríamos si pudieran devolvernos el bien más preciado: nuestra salud.
¿Cómo medir el dolor de la soledad o cómo mitigarlo? ¿Cómo valorar el gozo si no hay a quien contárselo?
Cabe entonces un nuevo interrogante: quiénes están privados de salud o arrastran carencias en la misma, ¿no pueden ser felices? En toda afección, máxime si está cronificada o es irreversible, hay un principio elemental de inteligencia que conduce inexorablemente a aprender a vivir sin perder la dignidad, ¡ojo, he dicho a vivir, no a resignarse!
Dice el refrán que "al mal tiempo, buena cara". Los médicos estamos acostumbrados a tratar a pacientes aquejados de graves dolencias y, si bien unas veces somos nosotros quienes tenemos que levantarles la moral y hacerles ver el sentido favorable de la vida, otras veces son ellos quienes nos enseñan el lado divertido de la misma.
La predisposición buena, positiva, para hacerle frente a la adversidad, la voluntad de vencer, y por supuesto, la resiliencia, la búsqueda imparable de la felicidad y del lado amable de las cosas, son necesarias para existir
¡Oye, y que, si nos toca la lotería, caray, pues la disfrutamos! Si me lo permiten, me quedo con la sentencia que me dijo una vez un paciente veterano: "Doctor, no cabe mayor felicidad que la salud en comunidad".
Por: Alfonso Vidal. Jefe Unidad del Dolor Hospital Quirónsalud Sur de Alcorcón.
Fuente: Consalud.es