"Odio la decrepitud. Son esos 30 años que la ciencia nos ha dado después de los 50. El ser humano tiene estos 30 años a costa de una cosa espantosa que para mí es la decrepitud…”
Las palabras del Indio Solari, luego de la proyección del documental “Tsunami”, hace unos días, no dejan de resonar en mi mente. Al leerlas sentí unas cuantas sensaciones en diferentes aspectos. Muchas de ellas ligadas a tiempos de universidad donde como un privilegiado asistí al Oktubre de Palladium, a Gracias Nena, al Bambalinas y otros lugares más donde la fiebre ricotera hizo mella antes de su masificación. Otro aspecto más reciente, si se quiere, tiene que ver con ser médico especialista en personas mayores. En ello va la declaración de Solari, su idea sobre la vejez –decrepitud incluida– y una vez más la responsabilidad social de los “ídolos”, como encabezó un diario al día siguiente de la emisión.
Dijo Solari: “Uno empieza a ver menos, a escuchar menos, un buen día se cagó encima. La decrepitud no es una sobrevida agradable, te duele todo, qué sé yo. Y yo debo estar entrando en eso, evidentemente". Esas fueron sus palabras. Es cierto, la decrepitud no es algo agradable. No lo es ni para el paciente ni para los afectos que lo rodean y acompañan. Es dramática, pero quiérase o no, es una forma en la que los mayores transitan o podremos transitar las últimas etapas del curso de vida que nos toca. Digámoslo en otras palabras: es una de las formas en las que puede transcurrir nuestra propia vejez. Nadie está exento de ella -la vejez- y el Indio tiene motivo suficiente para sentir lo que siente. Está en su derecho. Pero es importante comprender cuando hablamos de personas mayores es que vejeces hay muchas, tantas como personas.
Continúa el rocker: "Yo soy un adorador de la juventud y es algo que se escapa de las manos. Hay gente que sirve para viejo y otra que no. Creo que el ser humano tiene 50 años de plenitud genética. Quiero vivir lo más que puedo, pero intelectualmente creo que la decrepitud es nefasta".
El desarrollo hoy nos regaló casi un tercio de sobrevida respecto de lo que en promedio en el mundo se vivía hace 50 años atrás y eso no tiene que ver con la plenitud genética a la que se refiere el Sr. Solari.
Para el caso, hoy en Argentina a una persona que cumple 60 años le quedan en promedio casi 23 años de expectativa de vida, de los que algo menos de 18 será de vida autónoma, sin depender de nadie. El resto seguramente, y siempre hablando en términos estadísticos, será con algún grado de dependencia. Fundamentalmente para las actividades básicas de la vida diaria como el aseo, la preparación de la comida o el vestido. Para ello deberá recurrir a un o una cuidadora...
Allí es donde está el gran desafío. Pero la mayoría de las personas en nuestros días suelen envejecer con buena salud, más allá que un mayor de 70 no es lo mismo que uno de 85 años. Lo que es mejor aún es que, cuando de ayuda se requiere, nuestro país “institucionaliza” poco. Se calcula que en Argentina solo entre 3- 4% de la población se encuentra en hogares o geriátricos.
Así como vejeces hay muchas, discursos sociales hay muy pocos. Probablemente el más fuerte respecto del curso de vida sea la idea de una juventud eterna. Esta idea es hegemónica: el hombre busca la fuente de la juventud desde tiempos inmemorables. El mismo rocker lo expresa así.
Si le preguntásemos a cualquier persona en uso normal de su facultad es altamente probable que todos quisieran vivir lo más que se pueda. Es parte del instinto de supervivencia y del amor a la vida. Pero algo importante de mencionar es que, según muestra la evidencia científica hoy, la longevidad está condicionada solo en 10 a 20% por la genética, la cual además no condiciona la plenitud de la que habla Solari. El resto tiene que ver con nuestra forma de vida y el entorno en el que vivimos. Es lo que hace al llamado “curso de vida” con sus oportunidades y desventajas. Todos lo tenemos, todos lo padecemos.
Este curso de vida viene en gran parte condicionado como la genética. Pero, a diferencia de ésta, se puede influir, se puede intervenir. Por ejemplo, con una buena educación. Una vez más la evidencia científica nos muestra que personas más educadas obtienen mejores trabajos, con ello mejores salarios, y eso suele derivarse en conductas más saludables y, con ello, mejores resultados en salud. En definitiva suelen vivir más. Pero si hay algo que tiene la medicina y sufrimos los médicos con nuestros pacientes es la incertidumbre. El ejercicio de la medicina es en gran parte incierto. Tanto como el destino. Ese que hoy mismo sufre el Indio Solari y que nos plantea a los médicos cómo poder ayudar a una población que envejece a paso acelerado. Es lo que le pasa a la Argentina, es lo que pasa en el mundo entero.
Diego Bernardini es médico, especialista en adultos mayores y envejecimiento. Es autor del espacio Mayores en Buena Vibra, y autor del libro “De Vuelta”. Su sitio.