Queridas mujeres:
Esta es una carta de reconocimiento oficial a nuestra sexualidad, en especial, al territorio de la genitalidad femenina. Le han y le hemos dado con un caño a lo largo de años, decenas de años: que el misterio de nuestra sexualidad, que la bisexualidad estructural femenina, que orgasmo sano y orgasmo neurótico, que de primera y de segunda, que con el clítoris no y con la vagina sí, o viceversa. Cuestionada al punto de darla vuelta como a una media.
Freud hablaba, allá y entonces, de lo que tituló: "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos". En ese texto desarrollaba (de maneras bastante escasas y ciertamente atravesadas por la cultura de la época) la lista de "desigualdades" que nos afectaban como mujeres. El camino de nuestra sexualidad ya venía bastante vapuleado socialmente, a lo que las apreciaciones del psicoanálisis le sumaron la teorización necesaria para cristalizarlo en un formato mucho más constreñido aún.
Términos como los siguientes se asociaron con nuestra sexualidad: envidia del pene, complejo de castración, sexualidad inacabada, alienada, "el continente negro".
Sin embargo, y asumiendo mis diferencias con semejantes conjeturas, me atrevo a sostener firmemente que no la valoramos en su medida, que no la justipreciamos como merecería, como merece mejor dicho, a nuestra vilipendiada "particularidad".
Intentaré reflejar mis conceptos usando un ejemplo universal con el que, seguramente, todas nos identificaremos: situación en la que, con un flaco que apenas conocemos el asunto va de maravillas, que el encuentro está siendo copado, la charla, los puntos esenciales en común, la onda, y todos los ítems que cada una elija rellenar a la hora de entusiasmarse con un tipo.
Claro, en algún momento, más temprano que tarde, la sexualidad nos abarca y la genitalidad pide pista. Adelante nomás. Estamos más que dispuestas.
Es la primera vez entre los dos, y… ¿viste cómo es la primera vez? Tiene sus mañas, sus ansiedades y sus miedos. La cuestión de irse conociendo en esas lides siempre es una inquietud. Todos y todas lo sabemos y asumimos.
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Pero ahí viene la cuestión: el varón tiene que dar muestras visibles e inmediatas de que la cosa funciona. Tiene que encarar activamente el abordaje, arriesgarse al freno que la cultura ha depositado en nuestras manos y que ejercemos por deber y por derecho, estimularnos con caricias adecuadas en el juego previo hasta que nos soltemos y, lo que es ineludible… ¡Tiene que exponer su genitalidad a nuestra mirada sin pudores ni excusas, debe tener un tamaño más o menos interesante, debe erguirse y mantenerse así un buen rato, y no tiene que terminar rápido en una desteñida eyaculación precoz! Un sinfín de manifestaciones a nuestros ávidos ojos que al pobre mortal –inexorablemente - le tiene que generar mil y un rollos.
Nosotras no es que no tengamos rollos: los tenemos por igual o más. Pero si el varón se pone nervioso se le complica el despliegue erótico-genital, en cambio, a nosotras, de última, nos queda bien ponernos un poquito nerviosas, un touche tensas y pudorosas, mientras que él tiene que ocuparse de controlar permanentemente su desempeño.
Entretanto, nosotras vamos acomodándonos a que nuestro cuerpo responda al deseo, contando con la libertad de que, si nuestra respuesta genital viene un poco lenta de entrada, armamos un personaje. Podemos fingir "con todo el amor del mundo", conseguimos disponernos a un intenso despliegue deseante, logramos parecer tolerantes y comprensivas para darnos tiempo, total… ¡No se nos nota en lo más mínimo! Y el varón que suponga, aún hoy, que es capaz de descubrir nuestros artilugios y artimañas. Ímproba tarea. Por sobre su costoso trabajo, sigue siendo un iluso… Pobre.
Por eso, hago honor al excelso valor de nuestra sexualidad misteriosa, inabarcable, oculta, en un cuerpo con claves secretas… ¡Un privilegio, mujeres!
- Licenciada Adriana Arias, psicóloga y sexóloga, co-autora de los libros Locas y Fuertes y Bichos y Bichas del Cortejo, junto a Cristina Lobaiza (Del Nuevo Extremo).
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