Quizás hay una pregunta previa: ¿existe eso que llamamos partes oscuras?
Desde épocas pretéritas el ser humano ha utilizado este concepto de "partes oscuras" y "sombras" como una manera de definir algo que no aceptamos, que reprimimos, que desconocemos o quizá negamos de nosotros. Tal vez, una manera de nombrar de otra forma "el mal". Pueden ser pensamientos, emociones, hasta conductas.
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Las religiones, por ejemplo, hablan de la luz como lo divino, la verdad, lo bondadoso, opuesto a las tinieblas o la oscuridad que representan todo lo más nocivo y escondido a nuestra consciencia.
El cristianismo utiliza la metáfora de "la luz de Cristo" a través del cirio pascual y esa luz nos protegería del mal en nosotros, por ejemplo. El concepto también aparece en las religiones abrahámicas, como en la tradición de la cábala, en el judaísmo medieval, mismo que se adquiere al meditar sobre las características del árbol de la vida, en la tradición sufí del islam, el budismo zen, entre otras.
Examinemos entonces el concepto y dejemos en claro nuestra posición al respecto.
Divisar las formas dentro de las sombras
Todos hemos oído alguna vez hablar de este arquetipo de la sombra que, de algún modo, se ha utilizado en psicología para hablar de nuestras distintas partes internas.
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Jung lo menciona como "lo no vivido" y, a diferencia de lo que habitualmente se piensa, no se refiere solamente a esos aspectos indeseados o difíciles.
El propio Jung lo afirma en 1951: "Si hasta el presente era de la opinión de que la sombra humana es la fuente de todo mal, ahora se puede descubrir en una investigación más precisa que en el hombre inconsciente justamente la sombra no sólo consiste en tendencias moralmente desechables, sino que muestra también una serie de cualidades buenas, a saber, instintos normales, reacciones adecuadas, percepciones fieles a la realidad, impulsos creadores".
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Antes, Sigmund Freud había demostrado que el inconsciente es una estructura mental "escondida de nosotros" a partir de mecanismos represivos tempranos, pero que se revela a través de conductas y síntomas, y de alguna forma eso es nuestra sombra.
De todas formas conceptualizar esto así, en un sentido amplio, sin indagar con profundidad en su manifestación, es peligroso.
Si sólo nos refugiamos en una idea general de que la sombra es "todo lo malo en nosotros", podemos perdernos la posibilidad de explorar su textura, de meternos con más detalle en las características de estos condicionamientos.
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El trabajo terapéutico y la autoexploración a través de distintas formas pueden permitirnos ponerle nombres a esas vivencias.
La práctica meditativa también abre las puertas del reconocimiento sutil de nuestras experiencias en tres niveles: el de las sensaciones físicas, el de los pensamientos y el de nuestras emociones. Nos revela dónde estamos atascados, qué creencias y automatismos nos mantienen fijos en la repetición de fenómenos que no reconocemos como alineados con nuestros valores personales.
La meditación es una práctica de quedarnos, tolerar el empuje desagradable y doloroso de estos aspectos nuestros que a veces aparecen más explícitamente y otras de manera suave y solapada y discernir.
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Somos también nuestras sombras
Pero el verdadero salto a dar es comprender que nuestra naturaleza vulnerable, humana, imperfecta, convierte a eso que llamamos sombras en parte de nuestro ser.
No es que había algo puro y luminoso en el inicio de nuestra vida que devino en sombras. Considerando el principio de los opuestos complementarios, lo luminoso y lo sombrío son aspectos que nos habitan. Somos ambas cosas.
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Quizás podamos pensar que ahora, en nuestro proceso de evolución y cambio personal, podemos trabajar en aquello que nos resulta más doloroso. Pero lo que no podemos (ni es estratégico) hacer es culpabilizarnos y castigarnos por tener imperfecciones o aspectos que no nos agradan de nosotros mismos.
Como dice Inés Valverde, licenciada en administración de recursos humanos, "escondemos nuestras sombras para sentirnos protegidos, cuando en verdad lo que terminamos generando es alejarnos de nuestra propia autenticidad. Necesitamos aceptarnos y partir del concepto que todos somos vulnerables, de humanidad compartida".
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La tarea es integrar nuestras sombras a nuestra vida. Y para ello la práctica meditativa nos permite:
- Ser más consciente de cómo se presentan y manifiestan esos aspectos en nosotros.
- Explorar sobre los factores que los potencian y los que los inhiben para cultivarlos.
- Desarrollar una observación no-juiciosa y más objetiva, fortaleciendo el yo observador.
- Tratarnos con bondad y autocuidado para hacer emerger un verdadero yo compasivo.
Inés refiere la frase magistral de Pema Chodron sobre la compasión: "La compasión no es una relación entre sanador y herido. Es una relación entre iguales. Sólo cuando conocemos bien nuestra oscuridad podemos estar presentes en la oscuridad de los demás. La compasión se hace real cuando reconocemos nuestra humanidad compartida".
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