La preocupación por la estética y el aspecto físico es una tendencia en crecimiento desde hace ya muchísimos años. Lamentablemente, esto no es novedad. Pero, sin dudas, la pandemia y el furor por las redes han sido condimentos determinantes para que esta situación se potenciara aún más, sobre todo en adolescentes y jóvenes.
El aislamiento generó, entre tantas otras cosas, que el único contacto con la sociedad y el “afuera” durante unos cuantos meses fueran las redes sociales. Ahora bien: ¿Cuánto de lo que se muestra allí es real? ¿Cuántos filtros, retoques, efectos, trucos, suelen usarse para mostrar la “mejor versión” de uno mismo? Si muchos modelos, cantantes, actores, actrices, influencers, utilizan estas herramientas mostrando “cuerpos perfectos” (un concepto por demás de discutible), ¿qué mensaje le llega a nuestros jóvenes? ¿Cómo enfrentar después el momento de volver a verse sin filtros de por medio?
Y no solo eso: junto a estos bombardeos de exigencia y “perfección” estética, se transmiten también ideas y consejos relacionados con la alimentación y el ejercicio. Hablamos de consejos alejados de lo saludable, sin respaldo científico, y muchas veces transmitidos por personas que ni siquiera cuentan con un título que los avale.
Lo peor de todo es que también existen profesionales de muchas áreas que lucran con la salud física y mental de las personas, transmitiendo conceptos tan peligrosos, erróneos y con enormes consecuencias negativas en el corto y largo plazo.
Todos tenemos en nuestras manos el poder de luchar contra esto. Es importante estar atentos a lo que se consume en las redes e internet, sobre todo con los más chicos de nuestra familia. Uno de los trabajos que hacemos en el tratamiento con nuestros pacientes es analizar las cuentas y contenido que siguen en sus redes, los sitios en los que buscan información.
Es radical la diferencia que ellos mismos perciben en su día a día cuando logran hacer algo de limpieza y correr el foco de muchas cosas que no los estaban ayudando, sino todo lo contrario. Así como, a su vez, encontramos muchos sitios seguros, con mensajes positivos sobre el cuerpo, autoestima, la relación con la comida, etc.
Denunciemos aquellos contenidos que no son seguros, pidamos ayuda, no naturalicemos mensajes e ideas que perjudican la salud en todos los aspectos, porque está dañando, y mucho, a nuestra sociedad.
Desgraciadamente, vimos y estamos viendo las consecuencias de todo este conjunto de factores de riesgo. El crecimiento acelerado en la prevalencia de trastornos de la conducta alimentaria los últimos años es extremadamente preocupante. No solo aterra la cantidad de pacientes nuevos que son diagnosticados, sino, también, la edad de inicio cada vez más temprana, y la cantidad de chicos y chicas que siguen (o intentan seguir) sus vidas transitando alguna situación de estas sin poder compartirlo.
Vergüenza, miedo a la crítica, no sentirse entendidos por su entorno, naturalizar el odio hacia la comida o el cuerpo (la verdad es que no les damos muchos indicios como sociedad para que no lo sientan así, ¿no?), son solo algunos de los motivos para ocultar lo que les pasa.
Otros, por suerte, logran decirlo, pedir ayuda, o las personas cercanas detectan conductas peligrosas, pero desafortunadamente no son atendidos como corresponde: se minimiza, no se los escucha como amerita, desconociendo que esto va más allá del peso, que no es un capricho ni una moda. Son patologías muy serias que necesitan de un tratamiento adecuado, en manos de profesionales capacitados, armando una fuerte red de contención.
Una advertencia, un pedido
A ustedes, pacientes, familiares y amigos, busquen hasta encontrar profesionales especializados en el área, con quienes se sientan comprendidos, acompañados, en quienes puedan confiar.
A los profesionales que reciben a estos pacientes y no cuentan con las herramientas por no dedicarse a esta área, deriven: seamos humildes y responsables. Si no contamos con los recursos, sin dudas habrá alguien que los pueda acompañar como lo necesitan.
Es un camino largo, difícil, pero con un buen trabajo en equipo interdisciplinario, el soporte familiar y de las personas cercanas, el pronóstico puede ser muy bueno.
¡Los trastornos de la conducta alimentaria tienen cura! Puedo dar fe de eso tras la enorme felicidad de dar de alta a muchos pacientes. Cuanto antes se detecte y se comience a trabajar como corresponde, menor es el riesgo de cronicidad y de complicaciones clínicas y psicológicas, y más rápido recuperan su vida
Recordemos que está en manos de todos, individualmente y como sociedad, el ayudar a prevenir estas cuestiones, aceptando que tienen un gran componente genético, individual y social, y es en este último que podemos hacer mucho para evitar que sigan aumentando las personas que los padecen.
Para finalizar, quisiera compartirles el testimonio de una paciente, Juliana Rafowicz, que vivió en carne propia todo esto, pero gracias a su enorme compromiso, perseverancia, fuerza, y la gran contención y ayuda de su hermosa familia y amigos, hoy puede hablar de esto en pasado:
“Vivir con un trastorno alimenticio es como estar aprisionado en tu propio ser. No poder escapar de tus pensamientos y sentirse todo el tiempo a prueba en situaciones que antes resultaban cotidianas. Lo que al principio era básico, como comer, salir con amigos, hacer actividad física o simplemente disfrutar, se vuelve una tortura.
A comienzos de la pandemia empecé a manifestar conductas alimentarias alteradas que, a pesar de que al principio parecían solo una forma de “cuidar de mi misma”, luego se agravaron y cada vez eran más en cantidad. Esto llamó la atención de mi familia, quienes afortunadamente estuvieron siempre muy presentes en lo que me pasó.
Luego de muchas discusiones, charlas y consultas con mi pediatra, mejoré. Pero un año después, mi estado empeoró y el doble. No salía de mi casa, las cenas en familia eran un tormento y solo me sumergía en un mundo cargado de calorías, ejercicio excesivo, dietas, control… Me sentía más apagada que nunca. Estaba poseída por el trastorno, tanto que dejé de ser quien era.
No solo se pierden kilos en el camino, se abandona la vida. Se arruina la confianza con tu familia, se debilitan relaciones, se desaprovechan momentos que no se vuelven a repetir y se va la felicidad.
Pero yo pude renacer y volver a la vida. Tiempo después, arranqué un tratamiento con un equipo interdisciplinario de profesionales que, junto con el apoyo de mi familia y amigos, me iluminaron el camino. La recuperación es difícil, hay frustración, inseguridad y miedo a dejar los viejos hábitos y de (re)encontrarse con quien eras anteriormente.
Pero fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Volví a conectarme conmigo misma y con los otros, comencé a salir más y, de a poco, fui dejando el control. Volví a hacer chistes, a charlar por horas, a pasear, a viajar y a jugar. Volví a reírme fuerte en el colegio, como acostumbraba a hacer antes de todo esto. Volví a quererme y a respetarme, a tener sueños y a interesarme por la vida. Y a pesar de lo sufrido, aprendí mucho.
Ahora estoy planeando mi viaje de egresados y mis estudios a futuro, sin que nada de esto me atormente. Soy más feliz que nunca.
No puedo estar más agradecida con todo el equipo y con vos, Flor. Una profesional de lujo, con una enorme sensibilidad y gran corazón, acompañándome en todo el camino. ¡Gracias por este espacio! Y a todos los que estén sufriendo, busquen ayuda, porque SÍ se puede! La vida les sonríe al final del camino”.
- Por: Lic. María Florencia Galiana. MN 6962. Su Instragram.
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