Te hice caso. Desde ese día no puedo parar con la angustia. Tengo una pelota en el estómago, un nudo en la garganta y no se va; llanto, más llanto y no paro. No puedo creer que esto me esté pasando. Es como una hermana, desde hace 30 años pasamos lo mejor y lo peor de nuestras vidas juntas. Hace 6 años cuando me pidió esa plata, ni lo dudé. Era un montón, ella lo precisaba, lo tenía y ni dude en dárselo. Cada vez que la veía, cuando las cosas empezaban a irle mejor pensaba: Ahora me dice: "Acá tenes, te devuelvo de a poco algo de lo que me diste.” Pero no, jamás me dijo nada, cambió el auto 4 veces y nunca nada.
Yo como una boluda la justificaba: "Pasó cosas feas, no lo hace de jodida, ya me lo va devolver” y un montón de boludeces más. Te hice caso, le pedí, le dije que precisaba mi dinero y ¿sabes cuál fue la respuesta? "Ahora no voy a poder, tengo la fiesta de 15 de las mellizas y es una fortuna ¿viste?" ¡¡Y por Whatsapp!! Ni siquiera me llamó. Esta vieja historia de ser siempre la que puede, la que da, la que no precisa, la eterna proveedora, mi familia, mis hermanos, y ahora esto, ¿algo tendré que aprender, no?, comenta una mujer.
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La que habla, una mujer de 45 años, profesional exitosa, sin problemas económicos pero con la inocencia partida, y el estómago y la garganta anudados por la tristeza. No por el dinero, eso es secundario en esta historia, sufre por el vínculo que se diluye en esta -¿cómo llamarla?- ¿avaricia, codicia desmedida, falta de registro del otro?
Le duele la traición, le duele la desilusión respecto del otro, la decepción. Esta es la pérdida, la confianza que difícilmente pueda compensar a menos que surja del otro lado un intento genuino y efectivo de reparación.
Otra historia, una más de tantas en donde el dinero, lo material, hace trizas algo del universo de lo afectivo. Otra historia donde los lazos son vulnerables cuando algo del orden de lo económico entra en juego. No siempre pasa de esta manera, muchas veces los amigos prestan dinero (que para eso están también cuando del otro lado hay una necesidad y de este la posibilidad de dar una mano) y la rueda sigue girando en el sentido lindo de la vida, cadena de favores y es grandioso.
Pero muchas, muchas veces, vínculos primarios, padres e hijos, hermanos, parejas, y mejores amigos se destruyen (literalmente) por cuestiones en donde lo material juega como protagonista. La hoguera de las vanidades, misterios de lo humano, pensemos, tratemos de entender un poco más allá. “El dinero no puede comprar amor”, pero puede destruirlo.
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Los laberintos de la mente
Si preguntáramos a cualquier persona cuáles son los caminos que llevan a la felicidad todos coincidirán en el discurso en que se trata de “aquellas pequeñas cosas” como la salud, amar y ser amado y demás cuestiones esenciales del vivir.
No obstante las historias de relaciones profundas que se desarman por ambiciones, sentimientos “oscuros” y otras miserias humanas son muchísimas. Nadie dudará en afirmar que eso no es lo importante, sin embargo, tenemos una vez más la “miss direction”.
Vuelvo a explicar, en la magia, el prestidigitador distrae la atención del público llevándola a un lugar elegido por él para en otra fase de la escena poder preparar sin ser observado el truco. Nada por aquí, nada por allá, y lo esencial sucede fuera de la mirada del espectador. Lo mismo pasa con el inconsciente y los fenómenos psíquicos.
A menudo, los seres humanos cometemos actos y tomamos decisiones que si pudiéramos observarlas fuera de nuestra historia y en perspectiva jamás haríamos. Nadie tomaría lo que no es propio quitándoselo a un ser muy querido si solo se tratara del bien o del dinero. Detrás de estas situaciones hay algo más complejo, que claramente no llegamos a observar ni visualizar.
El trabajo terapéutico se orienta a ayudar a los pacientes a que reconozcan conductas mezquinas que en muchos casos les son totalmente ignoradas de tan metidos que están en su propia problemática y padecer.
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Una paciente que reclamaba a sus 30 años que los padres le compraran una propiedad porque ella no quería gastar su sueldo en un alquiler no podía ver, convencida de su derecho adquirido como hija, el desproporcional esfuerzo que implicaba para sus padres hacer esta inversión. Cuando pudo entender que sencillamente estaba atorada en su capricho, como cuando tenía 15 años y se encerraba en su habitación, logró frenar una enorme pelea familiar ya que sus hermanas, justamente, iban a reclamar igual trato.
El dinero, una casa, son muchas veces "miss direction" de cuestiones de antaño: celos, envidias de las profundas, pequeñas o enormes frustraciones no asumidas, antiguas soledades. Pequeñas “revanchas y victorias” que se juegan desde el inconsciente sin intencionalidad ni claridad como intento de compensar ilusoria e imaginariamente algo que generó mucho sufrir en el pasado. Pequeñas revanchas que irían a intentar un equilibrio que la balanza del sentir no logra por sí misma.
Es tan amplio el abanico de situaciones en este espectro que sería pretencioso e imposible describirlo aquí. Pero podemos intentar hipótesis de motivos que pueden llevar a alguien a sentirse con derechos que quizás no le corresponden.
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Pongo en otro plano aquellos que actúan directamente de mala fe con alevosía y premeditación, eso es otro cantar, ahí hay malicia en estado puro y poco por reparar desde el ejercicio de la introspección y las buenas intenciones. “Sufro del mal de la vergüenza ajena”. Un paciente hace muchos años me "confesaba" su padecimiento inventando este “síndrome” para contarme los motivos de su sufrir.
Era siempre el que hacía el asado en los grupos de amigos mientras todos disfrutaban de la pileta de la quinta, el que ponía la casa para las reuniones, el que trabajaba por él y por los demás, el que metía la mano en la billetera para pagar cuando nadie lo hacía -y siempre le costaba-, hasta que pudo entender motivos y circunstancias, pedir lo que era de él, repartir gastos, trabajo y obligaciones. Pudo entonces comenzar a “guardar cada cosa en su lugar” y que el perjuicio no sea siempre de él.
La vergüenza ajena no es otra cosa que apropiarse del malestar que debiera tener el otro (en el caso del que debe dinero) y estar imposibilitado de trasladarle una sensación que debiera estar de su lado.
Un clásico: “Me da vergüenza pedirle que me devuelva lo que le presté”. El que debiera tener vergüenza es el que está en deuda y no cumple con la pautado desde la omisión, la desidia o la mala fe. Y sin embargo la sufre quien es “víctima” de la falta del otro. Raras costumbres de los seres humanos, andar llevando puestas miserias que no son propias, pero se puede dar vuelta la historia.
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Causas para defraudar el vínculo
No es este un mundo altruista, el egoísmo está mucho más “de moda” de lo que me gustaría, no obstante lo cual sostengo que la gran mayoría de la gente es generosa en su condición primaria (y dejo esta paradoja sujeta a un debate posterior). Sin embargo, terapeutas y abogados oímos a diario situaciones en donde lo esencial se daña por el vil metal.
¿Por qué motivos alguien perdería el norte sepultando amores y vínculos esenciales por algo más de confort, ladrillos o algún billete ?
Hago una lista que podrán los lectores completar porque el abanico debe ser mucho más amplio que lo que aquí propongo. Alguien puede “defraudar” el vínculo amoroso por:
- Haberse sentido privado en algún momento de su historia de lo esencial e intenta reparar lo vivido tomando algo que no le corresponde en compensación. “¿Con todo lo que me pasó en la vida encima tengo que estar pensando en el otro?”
- Haber sufrido celos y enconos en la infancia que se resuelven como pequeñas venganzas (“Si tiene un montón, ¿qué le hace un poco menos?”)
Y escuchamos de adultos argumentos que son más bien propios de niños pequeños. Un paciente, buen tipo, me decía hace mucho hablando de una herencia y de su hermano (amado y celado en igual proporción): “Siempre fue el preferido, ¡ahora que se joda!”. Afortunadamente cuando alguien se escucha en un ámbito terapéutico diciendo barbaridades como estas suele experimentar una sorpresa que le permite rectificar el rumbo. Y así fue en este caso: experimentar una profunda ausencia de empatía y reconocimiento a las necesidades y derechos del otro.
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Aquí me detengo y quizás sea esta una de las razones y causas más poderosas de las fracturas en las relaciones. El desconocimiento y la imposibilidad de ponerse en los zapatos del otro y tener en cuenta por un momento que lo que hacemos y generamos tiene consecuencias es el desencadenante, creo yo, de mucho de lo que se sufre puertas adentro de las historias de cada uno y los desencuentros en las relaciones humanas.
Mirar al otro, tomar nota de los sentires más allá de nuestro ombligo, más acá de mis intereses. El otro no tiene la culpa de lo que hemos sufrido, a todos nos toca en la vida, un poco más, un poco menos, pero nos toca.
El resentimiento combinado con la falta de empatía es una fórmula casi letal.
En mi trabajo con orientación a padres planteo como axioma fundamental que todo aquello que hacemos tiene consecuencias, lo bueno, lo malo, las acciones, las omisiones. Y esto se educa, desde el decir pero mucho más desde el ejemplo.
No vivimos en un mundo justo, hay desigualdad, mucha y cada vez más, guerras, hambrunas, y mucha gente canalla dando vueltas por allí. Pero podemos a pesar de todo ser un poquito mejores personas, que al final la vida es tan corta que llenar sus casilleros con conflictos y miserias que podemos evitar es desperdiciar lo más valioso del existir, los momentos para guardar en cajita que en su gran mayoría se encienden cuando hacemos nuestra algo de la grandeza del universo. Estar a la altura de las circunstancias, el gran desafío, estamos todos invitados.
- Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Director de Escuela para padres. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y coautor de Padres a la obra.
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