Las fantasías estimulan nuestra creatividad y nos liberan. En general, cuentan con mayor aprobación social entre los hombres. Sin embargo, aquellas relacionadas con el mismo sexo son reconocidas más ampliamente por las mujeres.
Es importante desterrar el mito que supone que las fantasías son la hermana boba de los deseos hechos acto, transitados en el espacio real; y que no las cumplimos porque no nos animamos, nos censuramos.
Este falso concepto es el que nos lleva a la idea de que las fantasías son amenazantes y que, por lo tanto, sería peligroso habilitarlas en nuestro imaginario, ya que nos acercaría al riesgo de hacer real lo fantaseado con toda la connotación de miedo y de culpa que ciertos deseos nos provocan.
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Lo cierto es que las fantasías son tan verdaderas como las escenas reales, sólo que se manejan en el territorio de la imaginación. En el tema específico de las fantasías sexuales, este es un dato fundamental, ya que es justamente esta área de nuestro psiquismo donde la erótica se desarrolla a sus anchas.
La imaginación es el lenguaje del erotismo. Nos conecta con los sentidos, éstos con las sensaciones y éstas con las emociones
Por otra parte, es evidente que la imaginación está ligada con nuestra absoluta intimidad, lo cual resguarda a las fantasías de la amenazante mirada del exterior y, de este modo, nos permite ampliar los permisos para el despliegue de nuestro deseo y expandir el erotismo a zonas culturalmente prohibidas.
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Cuando paralizamos los mecanismos de la imaginación, empobrecemos nuestra sexualidad. Las fantasías nos enriquecen, estimulan nuestra creatividad, nos liberan, bajan tensiones, nos permiten “jugar a que somos otros” y, sin duda, suelen ser un antídoto contra la rutina sexual.
A tal punto son importantes que suelen utilizarse terapéuticamente: amparadas en la propuesta de un juego, un rol, inclusive de una máscara o vestuario, las personas logran desbloquear o desinhibir ciertos canales de su inconsciente que eran la causa de alguna disfunción sexual.
La cuestión de las fantasías sexuales, como tantas otras, contó con mayor aprobación social entre los varones. Aún hoy, muchas mujeres negamos nuestras fantasías, incluso las reprimimos, porque consideramos que tenerlas es incorrecto.
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Sin embargo, es interesante observar lo que ocurre con las fantasías homosexuales en particular. Las mujeres las desarrollamos ampliamente mientras que son muy pocos los hombres que se atreven a sentirlas o reconocerlas. Las fantasías homoeróticas en varones heterosexuales son vividas como atentatorias de su masculinidad y avivan el fantasma de la homosexualidad.
Sin embargo, nuestro ser femenino no resulta tan vulnerable a las fantasías con el mismo sexo salvo en un porcentaje pequeño de nosotras. Podemos ser más lúdicas en este plano. Podemos inventarlas, aceptamos verlas en imágenes, nos animamos a compartirlas e incluso, en el campo de lo real, podemos actuarlas con mayor libertad.
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- Lic. Adriana Arias, psicóloga y sexóloga, co-autora de los libros Locas y Fuertes y Bichos y Bichas del Cortejo, junto a Cristina Lobaiza (Del Nuevo Extremo)
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