Desde el momento del nacimiento, los niños sienten inseguridades ante todas las situaciones desconocidas porque aún no han aprendido a aplicar modelos que les den seguridad. Van adquiriendo este recurso a medida que experimentan y toman confianza.
Esta inseguridad se manifiesta en forma de miedo cuando no tienen control sobre situaciones nuevas, sobre el entorno o cuando los referentes familiares no les ofrecen un modelo que favorezca su confianza.
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Miedos en la infancia: cómo ayudarlos a superarlos
Todos los niños, en algún momento de su vida, tienen miedo. Esos terrores nocturnos acostumbran a aparecer en la franja anterior a los siete años. Es durante este período cuando la imaginación les juega más malas pasadas, porque el pensamiento no es muy realista. Su aprendizaje les viene por datos que reciben del exterior pero que no acaban de cohesionar.
A pesar del trastorno emocional que produce, podríamos decir que el miedo un «trámite» natural, e incluso necesario, en el proceso madurativo del niño
Ellos sienten y perciben cosas, pero no acaban de ligarlas. Su imaginación está disparada, su mente se llena de todo tipo de monstruos, ya sean reales y/o imaginarios.
A esta edad, pueden tener miedo de la oscuridad porque no desconectan su imaginación, y esos monstruos, robots, espectros, fantasmas y vampiros se acuestan en la misma cama que ellos. Los objetos cotidianos, que durante el día pueden incluso formar parte de sus juegos, se transforman en sombras tenebrosas.
Para el niño es muy real; la idea de tener una amenaza debajo de su propia cama puede llegar a ser tremendamente angustiosa. Todavía es incapaz de diferenciar entre lo real y lo irreal, no sabe distinguir entre un miedo tangible y un miedo completamente irracional.
Esta situación se puede alargar hasta los nueve o diez años. Así pues, tendremos que convivir con los miedos de nuestros hijos hasta que desaparezcan.
Hay que ponerse en la piel de nuestros hijos: es necesario utilizar nuestra capacidad de empatía. Y la mejor manera es recordar nuestra propia infancia. Nosotros también fuimos niños y también tuvimos miedos. Abramos la puerta que encierra nuestros recuerdos y veamos cuáles fueron los terrores que nos agobiaron: las películas que nos marcaron, las noches en que pedimos a nuestros padres dormir con ellos porque las sombras de nuestra habitación se nos presentaban como amenazas, aquel compañero que nos intimidaba en el colegio, el profesor que se ponía hecho una fiera cuando no estudiábamos... Tuvimos una infancia repleta de temores, pero los vencimos de
alguna manera. ¿Los superamos con el simple paso del tiempo y el crecimiento?
No permitamos que nuestros hijos sufran si tenemos la posibilidad de ayudarlos. Pongámonos en su lugar; nosotros fuimos niños y, en muchos sentidos, seguimos siéndolo
La imaginación desbordada
A medida que los niños crecen, también lo hace su imaginación, así como su capacidad para visualizar posibles amenazas. Empiezan a imaginar «cosas» que creen que pueden atraparlos. Esta imaginación da lugar a una mayor conciencia de su vulnerabilidad. Y durante el sueño es cuando se rinde la vigilancia y, por lo tanto, cuando se sienten más vulnerables. La solución que encuentra el niño a este problema es la búsqueda de la protección, pues cuando están asustados todos buscan su comodidad ahí donde se encuentran sus padres.
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El hecho de que los niños vean películas, o las noticias, puede favorecer pequeños traumas que quedan ahí y después desarrollar miedos. Esto no significa que no deban verlas, pero
siempre han de hacerlo acompañados y con explicaciones: «Esto que has visto ocurre muy lejos de aquí», «Esto sucede algunas veces en el mundo, pero aquí no pasa»... Es bueno que lo sepan, pero al mismo tiempo hay que tranquilizarlos.
Existen casos en que las discusiones entre los padres se transforman en miedos nocturnos porque hay una inseguridad en el núcleo familiar, especialmente si dichas discusiones tienen cierta dosis de violencia verbal o física. Tengamos cuidado con lo que decimos ante los pequeños de la casa. Las discusiones, aunque no sean violentas, pueden hacerles pensar que hay posibilidad.
Un ejercicio práctico
Yo les propongo a los niños que imaginen que nuestro cerebro es como una máquina, y que la podemos programar. En la máquina hay un botón de «pensamiento positivo» y otro de «pensamiento negativo». Cuando tienes un pensamiento negativo significa que está apretado el botón de algo malo, entonces nosotros tenemos la fuerza y el poder para conectar la parte positiva y decir: «No quiero pensar esto», y ¡BUM! Fuera.
Imaginá dos botones, el verde y el rojo, que los niños identifican con el bien y el mal, y decidid que ahora vais a apretar el botón verde y a pensar en algo bonito. ¿Que se vuelve
a desviar el pensamiento? ¡Vaya! Eso es que se ha apretado el rojo, pues toca apretar el verde otra vez.
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Este ejercicio suele dar muy buenos resultados. Piensen que los adultos podemos hacer lo mismo: no apretamos el botón, pero estamos teniendo pensamientos negativos y decimos
«fuera», ya está. Imaginas que en lugar de ese pensamiento que eliminaste, incorporas un pensamiento positivo.
A los niños les va muy bien que les digamos: «No sabes el poder que tienes dentro de tu cabeza. No sabes para cuántas cosas sirve el cerebro. Puedes apretar un botón y decirle que piense en aquel tobogán del parque». Eso los empodera para superar cualquier temor.
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