Yo soy un BudoCristiano. De pura cepa. Así, Martin Reynoso nos cuenta en primera persona como fusiona en su propia vida su base cristiana con los principios del budismo.
Sí, así tal cual lo leen, mantengo el armazón de base de mi familia cristiana, pero no me alcanzó para vivir en este mundo actual
Como tantas otras personas que hoy abrazan algunos principios budistas que, debo decirlo, siento me enriquecen enormemente y son el fundamento de buena parte de mis conductas.
Por eso hablo de mi mente budocristiana: tiene una poderosa base cristiana. Pero luego, poco a poco, fui integrando los principios seculares del budismo. Y aquí estoy, intentando sentirme mejor.
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Mis comienzos cristianos
Debo decir que el armazón de base cristiano de mi ser es bastante robusto: hijo de un seminarista que estuvo a punto de consagrarse al sacerdocio (por suerte no lo concretó), que tenía tres hermanas monjas y un padre muy creyente y practicante de los rituales católicos, asimilé a través de él y de mi madre, con una línea muy católica también, la religión apostólica romana en su pureza pero sin rigidez ni severidad, como he conocido en otras familias de mi vecindario.
El camino de los sacramentos y los rituales católicos impregnaron mi niñez y juventud pero tuve la fortuna de no quedar atrapado en un sistema hermético y autosuficiente que me alejara de la vida social junto a mis amigos y vecinos
El barrio era un espacio que perforaba de continuo cualquier creencia estricta o dogmática a través del alcohol, la palabra libre o la irreverencia juvenil en todas sus formas, de manera tal que la vida fluía en mil formas y colores más allá de lo que las escrituras pregonaban como correcto o recomendable. A veces eso me perturbaba un poco.
De mis amigos, vecinos y entorno inmediato aprendí muchísimo, merodeando las calles sin límites horarios ni estrictas disciplinas parentales. Todo esto significó el primer golpe a mi estructura de base cristiana.
Tuve que negociar entre mis valores éticos y las reglas de adaptación a la barra, entre la impoluta acción de bien al prójimo y la feroz competencia generacional, entre reprimir el impulso sexual y seducir con más audacia en la calle y comprendí que debía, poco a poco, aflojar las durezas de mi núcleo religioso para ser feliz.
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Ya para mi juventud empecé a decir aquello que criticaba en mi adolescencia en los demás: “creo en Dios pero no practico regularmente”. La misa dominguera y las celebraciones habituales se fueron apagando al amparo de un hombre más racional y de ciencia. Ese fue el segundo paso
La ciencia y el proceso de secularización
Poco a poco, la ciencia fue impregnando mi vida. A la progresiva distancia que tomaba de la religión católica (en un contexto general de secularización) sumé un acercamiento más fervoroso a los principios de esta visión del mundo. La objetividad, la necesidad de explicar todo y de contrastarlo debidamente, me invadieron.
La causalidad era la regla principal de mi vida y todo debía ser explicado desde una visión más directa y racional de los fenómenos
En nuestra facultad de psicología el dilema era la Física, la ciencia modelo, versus la ciencia psicológica, y pasábamos mucho tiempo intentando fundamentar un marco conceptual más flexible con nuevos métodos y aproximaciones para el estudio del complejo “bicho humano”.
De alguna forma me fui haciendo más escéptico y, por qué no, más rígido. También ciertos aires de superioridad pueden aparecer cuando uno privilegia la visión científica como LA REALIDAD sin darnos cuenta que es sólo una forma de verla y explicarla.
Un problema de salud me llevó un paso más allá
La meditación Mindfulness y los principios que la sustentan
Enfermo, fue entonces cuando conocí al mindfulness. Si bien su utilización en la ciencia está desligado del aspecto ideológico-religioso de origen, los principios del budismo brillan como fondo que esclarece la visión que vamos construyendo.
El practicar meditación comenzó a conectarme con mi cuerpo, volver a habitarlo plenamente y limpiarlo de tensiones, a reconocer mis pensamientos rígidos (algunos con base cristiana) y cierta moral dualista que me generaba culpa y a veces dolor, y de esa manera acceder a una forma de vivir más plena.
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Conceptos como la impermanencia, las ilusiones de la mente (que funcionan como filtros que no reconocemos), el origen del sufrimiento y la manera de trabajar con él compasivamente pero, en especial, el reeducar nuestra mente a través de un sistema simple pero impecable, fueron generando en mí un impacto profundo que aún hoy en día intento integrar a mi concepción inicial del mundo y sus acontecimientos.
Me siento feliz con esta elección, aunque sienta que me falta tanto para poder ajustar mi vida a estos principios. Por eso digo que mi mente es budocristiana.
Como la mente de tantos buscadores de bienestar en la actualidad. Y no siento que sea un híbrido, sino una integración superadora de principios para lograr el principal objetivo de cualquier ser humano: ser feliz.
*Martín Reynoso es psicólogo y coordinador de Mindfulness en INECO.
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