Todo cliente demanda siempre, ante cualquier adquisición o alquiler, ya sea de bienes materiales o de servicios, la máxima transparencia, total claridad. Máxima honestidad en quien vende, presta o alquila, por aquello de que "el que paga tiene la razón" y se carga de derechos, y el más importante es el poder reclamar.
La medicina no iba a ser diferente porque, a pesar de ser la salud un bien de primera necesidad y el personal sanitario quien lo suministra, lo hacemos mediante transacciones, vía salarios, financiados con impuestos o por aseguradoras o sencillamente abono directo por servicio prestado y, por ello, estamos expuestos a la premisa con que empezábamos este post.
Es claro que nuestro trabajo, los medios y recursos que prestamos están expuestos al control riguroso de inspección, pacientes o jueces. Por ello es imprescindible actuar con la máxima diligencia y total transparencia en el seguimiento de protocolos, para que no haya lugar a la duda.
"Trabajamos con personas y los resultados variarán conforme a las facultades y singularidades del afectado o la afectada"
Suelo repetir para quien me presta amablemente sus oídos aquel axioma que es ley no escrita entre los profesionales de la salud, según el cual los sanitarios no podemos garantizar resultados. Solo garantizamos nuestro trabajo y diligencia en el uso de los medios técnicos, absolutamente cuantificables y constatables con una simple revisión ocular.
Hay un factor de azar que puede introducir cierta variabilidad y, en algunos casos, alejarse de nuestra previsión. Cierto que, en condiciones normales, repitiendo 100 veces idéntica intervención sobre otros tantos pacientes, el resultado suele equipararse, habiendo otros tantos resultados satisfactorios.
Pero también es cierto que en la medicina no se pueden aplicar los procesos productivos que diseñó el fordismo hace un siglo, básicamente porque actuamos con una materia prima mucho más voluble que la piel de un zapato o la chapa de un vehículo: trabajamos con personas y cada cual es diferente al contiguo y al inmediato, y los resultados variarán conforme a las facultades y singularidades del afectado o la afectada.
También he sostenido reiteradamente que el paciente forma parte del tratamiento, variando el pronóstico según su grado de participación.
Por eso conviene y es más exigible que recomendable la claridad y sinceridad comunicadas del modo más adecuado a la comprensión de cada persona, para conseguir su implicación una vez haya conocido los riesgos y las alternativas, esto es el consentimiento informado desde el pleno respeto a la autonomía personal y afecta no solo a la comunicación cara a cara sino también en la creciente comunicación virtual a través de las redes sociales, blogs o emails, entre otras muchas posibilidades.
Y dentro de esa transparencia quiero recalcar especialmente el deber de mostrar con claridad y honestidad las razonables posibilidades de éxito de una intervención, eludiendo falsas expectativas, pero con la necesaria empatía para dar tanto malas como buenas noticias, porque hablamos de seres humanos, no de automóviles, zapatillas o conservas.
Los pacientes confían en nosotros, se ponen en nuestras manos, nos otorgan su bien más preciado, que es su propia vida, para que juntos construyamos futuro y solo esperan que el relato de la verdad mitigue sus incertidumbres y eso abarca desde la consulta hasta el quirófano. También ahí se mide la profesionalidad y no sólo en la destreza con los útiles de sanar.
- Por Alfonso Vidal. Jefe Unidad del Dolor Hospital Quirónsalud Sur de Alcorcón. Fuente: Consalud.es