¿Saben cuándo empezó la vacunación por estas tierras? Todavía éramos Virreinato. Y los antivacunas pretenden desandar un camino iniciado hace más de 200 años...
Ya a comienzos del siglo XIX, en 1805, Carlos IV, preocupado por las epidemias en sus colonias, envió una importante partida de la recientemente descubierta "vacuna Jenner" e introdujo en el Río de la Plata, la vacunación antivariólica.
En 1805, un barco negrero portugués arribó a Buenos Aires con tres jóvenes africanos a los que se habían inyectado vacunas frescas, que estaban “en excelente estado para la trasmisión del deseado profiláctico contra la viruela”.
Al cabo de unos días, los doctores Juan García Valdez y Silvio Gaffarot pudieron presentarle al virrey Sobremonte las primeras vacunas producidas en el país. El doctor Cosme Argerich y otros ofrecieron sus servicios y al cabo de pocas semanas cientos de niños fueron vacunados.
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El 18 de mayo de 1813 el Segundo Triunvirato dispuso la obligatoriedad de la vacuna antivariólica en el país.
La vacuna descubierta por el inglés Jenner ya era un arma conocida para luchar contra la enfermedad, y el doctor Saturnino Segurola fue el encargado de difundirla Sin embargo su trabajo no fue fácil.
Segurola pidió al gobierno que aplicara penas a los médicos que se oponían a la vacunación y el Triunvirato resolvió que los padres presentaran certificados de vacunación, bajo amenaza de vacunarlos en forma compulsiva
Mientras tanto, la vacunación debió extenderse a las fuerzas armadas de la Revolución, que en muchos lugares eran diezmadas por el mal. El general San Martín pagó de su bolsillo a quienes fueron enviados a Mendoza para vacunar a su tropa.
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Durante el gobierno de Rosas, las vacunas importadas de Gran Bretaña eran caras y a veces imposibles de conseguir. Gracias a los experimentos realizados por el padre Feliciano Pueyrredón y el Dr Francisco Javier Muñiz con vacas argentinas se logró obtener la vacuna en el país.
Si entre la población de origen europea era difícil la difusión por falta de medios o prejuicios, mas aún lo era entre la población indígena, que sumaba desconfianza, prejuicios y supersticiones
En oportunidad de un brote de viruela entre una población indígena, Rosas mandó a llamar a los caciques y se hizo vacunar delante de ellos. Inmediatamente todos los caciques estiraron el brazo para recibir también la vacuna y permitieron vacunar a los de su tribu.
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En 1832 Rosas recibió una distinción de la Sociedad Real Jenneriana de Londres, designándolo “miembro honorario” de esa sociedad.
Al inicio de 1900, la viruela por fin dejó de producir muertes masivas en América.
La verdadera desgracia es que contra la estupidez no hay vacunas, así que estos cabeza de termo que no vacunan a sus hijos y ponen en peligro a los tuyos, los míos y los nuestros lamentablemente seguirán existiendo.
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- La autora de esta columna es Leonora Arditti (@LG_RDT), médica argentina. Su blog: Primum non nocere.
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