Cuanto más dramáticos son los hechos, mayor lugar ocupan en los medios. El caso del jubilado que decidió terminar con su vida en una dependencia de la ANSES fue uno de los últimos que nos tocó asistir, casi en vivo y en directo inmortalizado por las cámaras del lugar.
En las horas y días siguientes, se escucharon muchas voces que opinaron sobre este consternador y desafortunado hecho. Periodistas, fiscales, empleados de la misma ANSES, funcionarios jerárquicos y la propia familia. Pero no pude escuchar opinión alguna de un profesional especializado en el cuidado y la atención de personas mayores, que es quizá la manera de entender el drama y salir del caso individual para alumbrar el problema social que lo enmarca.
Intentaré asumir ese rol con responsabilidad y respeto ante todo, y con la idea de invitar a asomarnos a una serie de interrogantes que nos permitan una reflexión que vaya más allá del título periodístico.
Me gustaría comenzar por lo último que el señor Rodolfo Estivill, de 91 años, dijo antes de poner fin a su vida: “no puedo seguir con esta situación”. ¿A qué situación se refería? Según se desprende de la declaración de la fiscal, el hombre se encontraba muy deprimido y no tenía familia… ¿Será este el motivo para semejante decisión?
Se mencionó también que no le alcanzaba para vivir lo que cobraba de jubilación, pero rápidamente trascendió el monto de su jubilación y se supo que el dinero no era el motivo. Es muy poco probable que sepamos a ciencia cierta a qué situación insostenible se refería, pero hay indicios que no deberían ser menospreciados.
El caso de un jubilado que decide acabar con su vida de la forma en que lo hizo el señor Estivill nos confronta al menos con tres situaciones: la primera, es el rol del Estado... No olvidemos que el suicidio se produjo en una dependencia estatal.
En un estudio del reconocido think tank Pew Research sobre actitudes, se observó que en Argentina el 55% de las personas encuestadas piensan que el tema del envejecimiento es un tema que atañe al Estado. El resto de los encuestados, se repartió entre la familia y el propio interesado.
La segunda cuestión es la realidad de lo que somos como sociedad y de cómo actuamos como tal, lo cual involucra a los empleados de la ANSES, que fueron los primeros en acogerse a un paro motivado en la “inseguridad” de sus labores. Vale decir que hay reclamos legítimos: debería existir al menos un mínimo control de quién entra y con qué elementos como existe en muchos otros países. Ahora bien: ¿Quién protege a los ciudadanos del usual maltrato que se sufre en dependencias estatales?
Según la última encuesta Nacional sobre Salud y Calidad de Vida de los Adultos Mayores, el 40% de los encuestados sufrieron algún tipo de maltrato, siendo las oficinas públicas y los bancos los lugares de mayor frecuencia. Solo basta recordar el personaje de la empleada pública de Gasalla para resumir el drama. ¿Estarán entrenados los empleados de ANSES para un trato “amigable” con las personas mayores? Esta estrategia, en el mundo entero, cobra cada día más adeptos. ¡Atención!
En tercer lugar, esta desdichada y triste situación nos confronta con nosotros mismos y nuestro propio devenir: ¿Cómo será nuestra vejez y cómo nos gustaría que fuera? ¿Cómo seremos tratados por las instituciones a las que hemos aportado toda nuestra vida laboral y que debería garantizar la vilipendiada seguridad social? ¿Acaso en esta sociedad tan tecnologizada y global los viejos ya no importan?
Por si fuera poco, se dijo que el señor Estivill estaba deprimido. La depresión es una enfermedad y requiere de un diagnóstico médico. Es un problema de salud muy grave y no solo afecta la forma en que pensamos y sentimos, sino que impacta en nuestra salud física, y nos lleva a alejarnos muchas veces de familiares, amigos o de los círculos más cercanos.
En este caso, es verdad que había factores de riesgo: la muerte de la esposa, su amigo y una mudanza inminente con 91 años, dolores que no sólo se suman sino que se potencian.
Hoy sabemos que entre el 8 y 10% de los mayores de 60 años sufre depresión diagnosticada y que solo la mitad recibe tratamiento
También es justo decir que, en adultos mayores, la depresión esta sub-diagnosticada, porque muchos profesionales creen que estar “triste” y sentirse solo es parte de la vejez. Esto es falso y forma parte de los estereotipos que caracterizan a las personas mayores.
Ahora bien, ¿qué ocurrió que el señor Estivill escapó a los “radares” del diagnóstico y cuidado médico? Un simple interrogatorio podría haber inferido un estado de ánimo vulnerable, además de visibilizar rasgos en su personalidad que encendieran alguna alarma, como el hecho de ser un cirujano retirado y haber formado parte de las fuerzas de seguridad. Era un hombre de acción y adrenalina, algo que evaluar bien en un cuadro de depresión.
Esta situación se dio en Mar del Plata, una ciudad con cerca de 20% de personas mayores, porcentaje más alto que la media nacional. Significan algo así como 120.000 adultos mayores, de los que el 85% están bajo la órbita medica de PAMI. ¿Acaso Mar del Plata es parte de la red de “ciudades amigables del adulto mayor” que promueve la Organización Mundial de la Salud?
En un país donde muchas cosas asoman cada vez más distorsionadas y donde lo anormal parece integrarse a la normalidad sin mayor estrés, es difícil encontrar espacio para la reflexión. Pero preguntarnos algunas cosas, desnaturalizar, debe ser una obligación en la búsqueda no solo de verdades sino de soluciones.
El fenómeno de las personas mayores es un hecho de magnitud, de gran complejidad y también urgente. La revolución de la longevidad que vivimos implica nuevos desafíos que no tendrá respuestas simples, y para ello la reflexión se torna un ejercicio obligado. El caso del señor Estivill no fue el primero ni probablemente tampoco será el último. Estemos atentos.
- Diego Bernardini es médico, especialista en adultos mayores y envejecimiento. Es autor del espacio Nueva Longevidad en Movida Sana y de los libros “De Vuelta” y “La segunda mitad”.
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