Una historia común, que escuchamos los sexólogos todo el tiempo. Ellos dos son tan prolijos y bonitos que parecen la parejita de Barbie y Ken. Cuando se encuentran después de sus tareas, se acercan para saludarse y se dan un adecuado besito en la mejilla o quizás en la punta de los labios. Lo acompañan con una sonrisa entre tierna y pudorosa, como distrayéndose de la complicidad que ya no tienen o que nunca tuvieron.
Al mismo tiempo, él acompaña el gesto con la caricia conocida. Su mano se desliza hacia arriba y hacia abajo sobre el brazo de ella (entre el codo y la base del hombro), cuatro o cinco veces, ágiles y cortas.
Se los ve como dos muñequitos; la postura y la actitud, el cuidadoso roce, la tensión que atraviesa los cuerpos. Se quieren, se tratan re bien, se apoyan en todo, están construyendo una familia bárbara y son una pareja muy querida entre sus amigos. Están contentos con el vínculo que armaron. Son un amor.
Hablando del amor: imaginémoslos a la hora de “hacer el amor”. El momento en el que el sexo se hace presente y busca su espacio y su lugar. Ciertamente, sábados a la noche (el resto de los días él llega muy tarde a casa y ella está profundamente agotada por las tareas cotidianas). Es el día pactado, ambos saben que lo correcto es tener un encuentro sexual.
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Mientras él se prepara para acostarse, ella se toma su tiempo en el baño para asegurarse de no tener algún olor inadecuado y se perfuma sutilmente, se cepilla el cabello y se higieniza la boca con esos cepillos nuevos que hasta cepillan la lengua, concluye con un buche de enjuague bucal, así se siente más segura. Ella es tan pudorosa y aseada.
Se acerca a la cama y le sonríe aún parada en el borde de la misma. Él hace un suave y pequeño sonido, algo así como “mmmmm”, declarando de ese modo que la encuentra bonita y que la desea. Él, entonces, le estira los brazos y ella se deja abrazar. Se acurruca sobre su pecho intentando evitar los besos jugosos en la boca que cada vez le gustan menos... Le cuesta reconocerlo, pero incluso los rechaza.
Por suerte él es bien rápido para excitarse. Ella se acuesta boca arriba, acomodando la almohada y el cabello sobre ella y se deja acariciar apenas y rápidamente penetrar. Un ratito, breve. Termina rápido. Por suerte. Es un divino. Le da un suave besito en la frente y se acomoda para dormir. Un encanto. Ella lo adora.
¿Te suena conocida?
Este es un claro y, lamentablemente habitual, ejemplo del lugar que la sexualidad ocupa en muchas parejas. Y esto es consecuencia de que está, en general, mal aprendida, poco aprendida, o desaprendida.
La cantidad de malos entendidos básicos que transitan nuestra sexualidad explican la mayoría de los síntomas que padecemos. El más importante: las afectaciones del deseo, cuando este está inhibido, resistido, contrariado.
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Si el deseo está afectado, se apagan todas formas de acercamiento a la idea placentera de la sexualidad, con lo cual ésta se vuelve anodina, indiferente y simplemente se reduce a una actividad tolerada en función de cierto saber que indica que corresponde en una pareja cumplir con esa tarea para mantener el vínculo.
Es evidente que, además de los atavismos que la condicionan, la sexualidad está también afectada por ciertos aspectos de la vida cotidiana: la rutina, las dificultades de construir intimidad, los pudores, el cansancio, el desgano, el estrés, el aburrimiento, y varios etcéteras más.
Lo notable es que a cualquier otra zona de nuestra realidad la acompañamos con recursos compensatorios cuando estos aspectos la atraviesan, por ejemplo, si no tenemos ganas de ir a trabajar contamos con la responsabilidad y el compromiso; si estamos agotados de nuestros hijos, nos apoyamos en la voluntad propia de nuestra función paterna y materna; si no tenemos energías para estudiar apelamos al esfuerzo y hasta el sacrificio, valorando estos recursos en función del resultado. En cambio, a la sexualidad le negamos por decreto cualquiera de estas expresiones, ya que la esperamos, -siempre- espontánea, instintiva, natural y deseante.
Tarea de a dos: modificar códigos y hábitos eróticos
La mayoría de nosotros nos encuadramos en un esquema erótico estable sobre la base del cual desplegamos la mecánica del cortejo y sus rituales, habilitamos nuestra entrega al otro y estimulamos nuestro deseo sexual. Este esquema de códigos y hábitos eróticos está construido sobre aprendizajes tempranos, mandatos, prohibiciones sociales y culturales y modelos de referencia incorporados.
Confiamos en nuestros registros y, por lo tanto, deseamos siempre de la misma manera y, resguardados en esa creencia, inhibimos la posibilidad de enterarnos de otras posibilidades de nuestro erotismo.
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Transitamos el acto sexual pretendiendo encuadrarlo en las pautas y características de comunicación para las que estamos formados y adiestrados y restringimos el territorio de nuestro cuerpo erótico a un formato cristalizado (como la pareja de la historia, Barbie y Kent).
La mayoría de estas parejas establecen un contrato vincular fundacional que para nada se apoya en lo sexual. Los puntos que los unen en la decisión de armar una pareja juntos son fundamentalmente el hecho de encontrarse para construir juntos una estructura familiar tal y como la sociedad espera de ellos.
Por eso, si te ocurre que el deseo escasea, se reduce o se solidifica, atrévete a buscarlo, ponle voluntad y apuesta por el merecido ejercicio de estimularlo.
Es importante incluir la imaginación como aspecto de altísimo valor. Con ella ampliamos nuestra capacidad de desplegar la línea del deseo y podemos desatarlo de los condicionamientos que padece. Allí el deseo se expande y juega con valores de lo posible, algo que no se permitiría en el territorio de la realidad.
En definitiva, saber que lo que la sexualidad tiene de maravillosa es que, si la despertamos, rápidamente responde y en su respuesta retorna el deseo. ¿Te animas a romper esquemas, desafiar prejuicios y disfrutar? Es todo un desafío que vale la pena intentar.
- Adriana Arias, psicóloga, psicodramatista, sexóloga y autora del libro Locas y Fuertes y Bichos y Bichas del Cortejo.
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